La visita

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La visita

La visita del Papa Francisco a México es inminente. Será a principios de 2016, y según los adelantos informativos de las voces de mayor credibilidad, incluirá – por supuesto- una visita a la Basílica de Guadalupe, así como presencia y recorridos por el Estado de México, quizás Toluca, o algún municipio del oriente  - Chalco o Neza -  Michoacán, y Ciudad Juárez. Hay que recordar que ya se había hablado de esta frontera, cuando se mencionó que después de su estancia en Cuba, el Pontífice estaría en alguna ciudad fronteriza de nuestro país antes de arribar a Estados Unidos. 

Todo indica que será a finales de enero, principios de febrero. Y todo indica que las relaciones entre El Vaticano  - El Vaticano de Francisco- y el Gobierno de México – el gobierno de Peña Nieto- son hoy mucho mejores que los días siguientes a la publicación de  un correo digital en que el Papa le transmitía a un amigo argentino,  su preocupación por que el país pampero se pudiera “mexicanizar”, refiriéndose al tema de la violencia.

Ha crecido mucho la imagen mundial del actual jefe de la iglesia católica. Ha resultado tan carismático o más – y eso es ya mucho decir – que Juan Pablo II, pero sobretodo más mediático. Al abordar de frente temas tan controversiales como el matrimonio entre  homosexuales, o la pederastia de sacerdotes, se ha ganado la simpatía de muchos sectores que por años habían criticado el aislamiento y la omisión de la jerarquía de la iglesia en torno a las faltas de sus curas, así como en torno a la cuestión gay.

La visita a Estados Unidos sirvió a Francisco de escaparate para posicionarse contra el duro trato que aquel país aplica contra los migrantes. En el Congreso norteamericano pronunció un discurso que fue ampliamente por los medios electrónicos y escritos, incluso aquellos de posturas muy conservadoras.  

Se refirió, sin adjudicarse ninguna participación, a la labor que desarrolló como mediador y facilitador para la reanudación de las relaciones diplomáticas entre Cuba y los Estados Unidos, por su importancia, lo cito textualmente: 

“En tal perspectiva de diálogo, deseo reconocer los esfuerzos que se han realizado en los últimos meses y que ayudan a superar las históricas diferencias ligadas a dolorosos episodios del pasado. Es mi deber construir puentes y ayudar lo más posible a que todos los hombres y mujeres puedan hacerlo. Cuando países que han estado en conflicto retoman el camino del diálogo, que podría haber estado interrumpido por motivos legítimos, se abren nuevos horizontes para todos. Esto ha requerido y requiere coraje, audacia, lo cual no significa falta de responsabilidad. Un buen político es aquel que, teniendo en mente los intereses de todos, toma el momento con un espíritu abierto y pragmático. Un buen político opta siempre por generar procesos más que por ocupar espacios (cf. Evangeliigaudium, 222-223)”.

Causó tal impacto en todo el mundo que apenas en México se supo la intención de su viaje para el próximo año, tanto diputados como senadores del Congreso de la Unión han externado su interés en que acuda ante la actual Legislatura a pronunciar un mensaje. Y al mismo tiempo empezaron los jaloneos. Que si debe de ir a tal Cámara o a la otra. 

Este clima de encono, que por culpa de unos cuantos se registra en el país magnificando algunos hechos aislados como los de Ayotzinapa, o Tanahuato, ha venido erosionando el clima de optimismo que habíamos alcanzado hasta aprobadas las reformas impulsadas por la actual administración federal. 

La presencia del Papa en México generará sin duda un ambiente de concordia, de acercamiento, de armonía, que muy bien haríamos en tratar de prolongar para recomponer la atmósfera nacional, y retomar cauces más propicios para la mejor convivencia nacional.

Ojalá, una vez que se concrete y realice, sea la del Sumo Pontífice católico la oportunidad de reeditar los inolvidables momentos que produjeron las visitas de sus antecesores que marcaron en mucho a quienes tuvieron la oportunidad de verlo y escucharlo físicamente, incluso tocarlo.

Hoy muchas y muchos de aquellas niñas y niños que cargó en sus brazos Juan Pablo II, por citar al más recordado, viven hoy ya etapas definitorias en sus vidas, llevando siempre  con ellos la interrogante de cómo fue que las circunstancias los llevaron hasta las manos de quien ya ha sido santificado, en uno de  los momentos más imborrables de sus vidas.