La Virgen de las Presas
Texto: Jesús Peña
Edición: Quetzali García
Fotos: Luis Castrejón
Video: Luis Castrejón y Estefan Baltezán
Diseño: Édgar de la Garza
Lo primero que vio cuando entró en la capilla, después de haber traspasado las rejas infranqueables del penal, fue a una mujer esbelta, morocha, de cabellos lacios y vestida con un manto largo y blanco.
Parecía que estaba flotando en el altar y tenía en su mano izquierda una cadena rota.
A la interna le extrañó.
Con los días sabría por sus compañeras de prisión que aquella dama, de atuendo tan esplendoroso, era la Virgen de la Merced o de las Mercedes, la santa patrona de los encarcelados o, como la llaman los funcionarios del sistema estatal penitenciario: “la patrona de las Personas Privadas de su Libertad” (PPLs) para estar, dicen, en concordancia con la nueva terminología legal que aparece en la Ley Nacional de Ejecución Penal .
No la conocía, nunca la había visto ni oído de ella, hasta el día que por haber cometido “un error en su vida”, paró en el penal femenil de Saltillo y no volvió a ver la calle.
“Yo conocí aquí a la Virgen de la Merced. Preguntamos, se nos hacía muy extraño que trajera una cadena y decíamos, ¿quién será esta Virgen? Ya (los de la Pastoral Penitenciaria) nos empezaron a traer la historia de la Virgen de la Merced, que era la Virgen de las personas en cautiverio, de quienes están en prisión.
Y ya de ahí, empezamos a pedir la oración. A pedirle por nuestras causas. Ella sabe. Ella conoce cada uno de nuestros corazones, sabe por lo que estamos pasando, sabe las dificultades que tenemos, que a lo mejor cometimos un error, pero que aquí estamos aprendiendo”.
Platica sentada en un banquillo a la mesa redonda y metálica de un pequeño patio de paredes naranja y canceles, adornado apenas con unas cuantas macetas sin flores.
La entrevista transcurre en un patio abierto, situado en el área administrativa de la prisión, donde los empleados de la penitenciaria vienen a fumar o a tomar el desayuno.
La acompañan, porque así dictan las reglas, la directora del reclusorio y dos funcionarios de la Secretaría de Seguridad.
Lejos de allí, detrás de los muros del patio, se escucha simultáneamente el ronco batir del tambor de una danza en otra área de la prisión.
Es en el área de convivencia de la cárcel de mujeres donde transcurre la visita dominical.
Pero no es un domingo de vista cualquiera, hoy es un día especial porque las presas festejan a su patrona: la Virgen de la Merced. Merced significa gracia, ayuda y compasión.
El día en que las internas se olvidan de la rutina del CERESO y danzan y rezan y cantan y comen, en honor a su madre celestial, a su abogada defensora.
Instrucciones para rezar en la cárcel:
LIBERTAD DE CULTO
Este derecho fundamental traspasa los barrotes de la cárcel y da a las reclusas más que tolerancia religiosa; la oportunidad de vivir su fe
BÚSQUEDA EXISTENCIAL
Las celebraciones religiosas son una oportunidad para que las reclusas experimenten una reflexión profunda sobre la vida y el futuro
PLEGARIA EN MOVIMIENTO
Todo está calculado desde la fuerza de cada pisada hasta los giros sincronizados. Todo tiene medida -excepto- la devoción que imprimen las reclusas. Estas danzas son diálogos sin palabras que las vuelven libres, al menos por unos minutos
REZAR EN PRISIÓN
“Para mí lo más importante es mi Dios, la Virgen, que es mi abogada y es mi juez. Ellos son los que, muy pronto, van a decir que ya se me abra esta puerta para estar con mi familia…”, dirá más tarde una convicta, la sacristana de la Capilla de la Merced en la penitenciaría. Ella es la que limpia la iglesia y asiste al sacerdote durante la misa.
Y aunque es 23 septiembre de una mañana nubosa y el Día de la Virgen de la Merced, según la tradición católica, es el 24 de septiembre, las autoridades del penal decidieron adelantar la fiesta, por ser día de visita.
Pero en esta prisión, donde 54 mujeres purgan condena por delitos como secuestro, en primer lugar, asesinato y luego robo, no todas profesan el mismo credo. Cerca de la mitad son evangélicas cristianas y de otras denominaciones.
“Aquí hay libertad de culto. Diferentes grupos religiosos vienen a impartir la palabra a las compañeras”, dice la directora del cereso y dice que le está prohibido dar su nombre, por razones legales y de seguridad, pero… que ella es agnóstica.
El Origen de la Virgen de la Merced
Sólo la otra mitad de las mujeres del Centro Penitenciario Femenil conmemora hoy que este año, hace exactamente ocho siglos, San Pedro Nolasco tuvo una aparición de la Virgen María, quien le pidió que fundara una orden religiosa dedicada a rescatar a los cristianos prisioneros de los musulmanes.
Entonces nació en España la Real, Celestial y Militar Orden de Nuestra Señora de la Merced, mejor conocida como los mercedarios, entregada a la misión de liberar a los cautivos.
Era el año de 1218, los tiempos de Las Cruzadas en que los guerreros católicos eran tomados en batalla como rehenes y encerrados en prisión por los moros en Tierra Santa, hasta que alguien pagaba su rescate o de lo contrario se quedaban en la cárcel para siempre.
A la sazón los mercedarios se organizaban para juntar el dinero del rescate y salvar a los prisioneros de las mazmorras.
Se dice que cuando los caballeros de la Real, Celestial y Militar Orden de Nuestra Señora de la Merced no lograban juntar el dinero del rescate, se quedaban en lugar de los presos.
“Tan fuerte fue el fervor que surgió en el corazón de algunos mercedarios, que se ofrecían a sí mismos a cambio de un rehén. Condenándose a vivir encarcelados el resto de sus vidas”, dice la Novena 2018 dedicada a la Virgen de la Merced.
Y eso es lo que este domingo de vista familiar se festeja en el penal de mujeres.
Apostolado donde no hay Dios.
Los números de la fe
800 Años desde la fundación de los mercedarios.
40 Años o menos tiene el 80 por ciento de las internas.
54 internas, pero sólo la mitad practica el catolicismo
45 Años de vida de la Pastoral Penitenciaria de Saltillo.
¿Y además del penal?
En Saltillo existen dos capillas de Santa María de la Merced, una ubicada en la Calzada Madero y calle Vista Alegre, de la Colonia Independencia; la otra en la Privada Ferrocarril, del sector Lázaro Cárdenas, pero en general la Virgen de la Merced es poco conocida.
En público las presas no hablan de sus delitos. Reservan la información de su caso a su abogado penal y a la Virgen de la Merced.
Pero esta tarde, en una capilla de la colonia Lázaro Cárdenas, Claudia se sinceró con el barrio.
No es que haya obtenido libertad provisional, sino que Laura le prestó su voz para transmitir su mensaje en los Foros de la Merced celebrados en la víspera de la fiesta.
“Hola mi nombre es Claudia y estoy interna en el Cereso Femenil de Saltillo. Soy madre de tres hermosos hijos. Por errores que cometí estoy purgando una sentencia de 30 años. Sin embargo aquí es donde yo he conocido el amor infinito de Dios, que ha transformado mi vida, me ha dado la oportunidad de volver a nacer (…) y llenar mi vida de paz y bendiciones. Mi madre sufre de cáncer de colon y es muy duro estar lejos y no poder cuidarla cuando está delicada, pero sé que por la gracia de Dios ella es sana (…). Todos los días le doy gracias a Él por un día más de vida y uno menos en prisión”.
800 años después un grupo de 10 personas llamado Pastoral Penitenciaria intenta imitar a los mercedarios, llevando asistencia espiritual a los reclusos de los penales. La única diferencia es aquí no se vale pagar rescate ni quedarse en el lugar de los presos, hay un impedimento llamado Código Penal.
Laura Ábrego, la coordinadora general de la Pastoral Penitenciaria de la Diócesis de Saltillo comenta: “Cuando tocas fondo, como que te haces más vulnerable y receptivo. Cuando sabes que ya no puedes hacer más por ti, es cuando te entregas a Dios y te pones en sus manos y ves que él actúa en tu vida, si tú lo dejas”, dice Laura una tarde lluviosa ante los feligreses, en su mayoría mujeres, presentes en el coloquio efectuado en la capilla de la Virgen de las Mercedes, situada en la Privada Ferrocarril, de la colonia Lázaro Cárdenas.
Laura dice que éste es el sexto año que se realizan foros públicos, con la finalidad de dar a conocer las actividades de la Pastoral Penitenciaria y exhortar a la comunidad de católicos a que se unan a este proyecto de visitar las cárceles y llevar a los presos la Palabra de Dios.
“Pidamos a Dios que nos dé grandes sentimientos de empatía, deseos de aliviar los sufrimientos de los cautivos y sus familias e infundir esperanza donde hay dolor”, dirá Laura más tarde en el patio del cereso femenil, rodeada por la grey de mujeres que este día festejan a su Virgen.
¿Cómo se borda una segunda piel?
De regreso al área de convivencia de la penitenciaría, un patio mínimo con bancas de concreto en derredor, algunos pinos, estanquillo, teléfonos públicos colgando de la pared, salón de usos múltiples y capilla. Hoy algo rompe con la monotonía: son 16 internas vestidas de matachines que le danzan a su santa patrona: la Virgen de la Merced.
“Danzamos todo el día, no sentimos cansancio, pero llegamos a la celda y… ay todo nos duele, pero mi familia me dice, ‘danza con devoción, no te canses y échale ganas hija’”, platica una de las matachines que está interna, afirma, por un descuido.
Todas llevan penachos, camisas, chaleco, nagüillas multicolores, un arco y un guaje.
El martillero del tambor y el resonar de los pasos de las danzantes, sus guajes, los cascabeles, rebotan en los muros de la prisión.
Las demás reclusas, vestidas con blusa azul y pantalón de mezclilla, el uniforme del penal, y sus familiares contemplan recargadas a las bardas de la cárcel el ritual.
Por un momento el patio del cereso parece la calle de una colonia popular con su capilla, sus danzantes coloridos, sus gentes, en día de fiesta. Pero están en el penal.
“Cuando oigo el tambor y empezamos a danzar siento bien hermoso, se me acelera el corazón, así bien bonito…Mira uno la imagen (de la Virgen de la Merced) y le entra el sentimiento, le dan muchas ganas de llorar a uno”, dice otra interna que prefiere no recordar su delito ni la condena que le aguarda.
Actualmente en el penal femenil de Saltillo la mayor sentencia que purga una mujer es de 74 años, por secuestro.
Este espacio de libertad espiritual, cuando menos, porque no es material, comenzó hace tres años, cuenta otra danzante. Un Día de la Virgen de la Merced, las internas del penal se quedaron esperando una danza que nunca llegó.
Y entonces las mujeres, la mayoría originarias de Torreón, se organizaron para formar su propio grupo: la Danza Esperanza y Libertad o Danza de la Merced.
Las autoridades del penal trajeron a unos talleristas del Instituto Municipal de Cultura para que les dieran clases de cómo elaborar los trajes de típico.
Las presas confeccionaron sus vestuarios, sus penachos de plumas y sus nagüillas de carrizo, cascabeles, lentejuelas, se pusieron a ensayar y ya, platica la directora en su oficina del reclusorio.
Se bordaron una segunda piel con chaquira y tatuaron en ella la imagen de la Guadalupana, de San Judas Tadeo y los nombres de sus hijos, como una plegaria.
“SAMANTHA”, se lee, con letras plateadas, a los pies de la Virgen de Guadalupe, en la nagüilla de una danzante.
“Mi hija Samantha. Es mi todo. Tiene cinco años, es una niña hermosa. Tengo tres hijos: Samantha, Kevin y Checo y, para mí, mis tres hijos son mi motivación. Aquí traigo a mi hijo Kevin y arriba a San Juditas. En la nagüilla de atrás traigo a Checo, que es mi hijo el mayor, y aquí a Samantha. Son una bendición de Dios, lo mejor que me ha pasado en la vida y cuando iba a bordar mi nagüilla dije ‘le voy a poner el nombre de mis hijos con mucho orgullo, fe y devoción’”, dice la mujer durante un respiro de la danza.
Siempre, antes de irse a dormir, cuando se cierra la última reja y ella es confinada en su celda, se pone a rezar.
“A la virgen de la Merced le pido mucho por la paz y la tranquilidad de mi familia, de mi madre porque a veces como que se desespera y dice en cada cumpleaños o cada Navidad: ‘ay mija, otro año más y uste no está aquí’; y los niños ‘mami ya te queremos ver, cuándo vas a venir’, ‘pronto mi amor, pronto’. Yo siempre le digo a la Virgen de la Merced que tome a mis hijos de la mano y que les ayude a pasar toda prueba difícil que se les ponga en el camino, porque ay no, (se le quiebra la voz) es muy doloroso no estar con ellos. Y le digo a ella, y a la Virgen de Guadalupe, ‘tú eres madre, cuida mucho a mis hijos, protégemelos de todo mal’, (llora)”.
Al rato sus compañeras y familiares la ven tomar su lugar en el grupo y danzar.
La rehabilitación espiritual
Antes la sacristana de la capilla de la Merced no practicaba ninguna devoción, hasta que por una mala pasada del destino cayó en prisión y se convirtió en católica.
“Me empezó a gustar la iglesia, ser devota, ser católica. Me gusta mucho. No sé, agarré mucha fe a la Virgen de la Merced, a San Juditas, a la Virgen de Guadalupe”.
Ahora ella es la principal promotora de la fe hacia la redentora de cautivos y presos en el penal.
“Lo que pasa es que a mí me gusta mucho llamar a las muchachas, como dicen, arriarlas. Hablar con ellas de decirles ‘vamos a la iglesia, vamos a esto’ y empiezan. Porque yo sé que a mí la Virgen de la Merced me va ayudar, (llora). Me va a ayudar a salir, a irme pronto de aquí. Yo sé que sí. Muy pronto me voy a ir, sí”.
No tarda en llegarle, dice, el veredicto del cielo.
“Nosotros decimos: los jueces, los abogados, nos dieron una sentencia de 10, 15, 20 años, pero Dios es el que decide, es quien nos va abrir la puerta. A lo mejor yo puedo traer 50, 40 años y Dios dice: “ya te vas…”.
De lo único que la sacristana de la capilla de la Merced del penal se arrepiente es “de no haber conocido a Dios antes. Pero a lo mejor Dios dijo, ‘vas a estar ahí para que, como dicen, arriar esas ovejitas’. A lo mejor Dios por eso me mandó aquí”,
En uno de los Foros de la Merced realizados hace unos días en las dos capillas que esta advocación de la Virgen María tiene en Saltillo, el sacerdote Robert Coogan, capellán de la Pastoral Penitenciaria, recordó a esta interna.
“Hace unos cinco años una de las internas consiguió ser sacristana en la capilla de Nuestra Señora de la Merced en el penal, y estaba tan contenta que dijo ‘cómo me encanta estar aquí, porque cuando estoy aquí, no estoy encarcelada’”.
A unas tres rejas de distancia de donde se celebra la fiesta, los filtros con sus pasillos a media luz y sus celadoras con uniforme de policía, otra joven prisionera, dice que ella danza desde chiquita.
Su padre la enseñó.
Ella tenía tres años y no sabía qué era la cárcel.
Los detalles de su vida en la calle permanecerán como un secreto, para todos menos para el sistema judicial.
“El decir ‘voy a seguir danzando aquí dentro de donde estoy’ es como una ilusión. Esperar la fiesta de la Virgen de la Merced, la de San Juditas. Que qué milagros me ha hecho: el tener a mi madre con vida…”, dice con la voz entrecortada y los ojos anegados.
Laura Ábrego, del Pastoral Penitenciario, viene desde hace dos años a ejercer su apostolado en el penal femenil y ha sido testigo del crecimiento espiritual de las reclusas.
“Es una comunidad muy participativa. Todas leen, se saben las oraciones, los cantos. Nosotros no venimos a que te rehabilites, no, esa es una función del gobierno, el gobierno tiene la función de rehabilitar, tiene psicólogos, tiene actividades… La nuestra es una función espiritual”.
Laura podría llenar varios libros con los testimonios de las internas de esta cárcel.
“Algunas están injustamente. Por encontrarse en el momento y el lugar equivocado fueron acusadas. Otras con causa, porque estaban en un camino equivocado y las agarraron”, dice.
Francesco Gervasi, especialista en sociología de las religiones, añade: "Este tipo de fe a veces puede influir en la rehabilitación de las personas. A veces puede influir. Hay gente que se ha convertido a la religión por algunas razones en los penales, y claro que puede servir cuando es una religión que realmente predica el respeto del prójimo. Si uno logra rehabilitarse supongo que debía ser por otros motivos. Puede tener una pequeña influencia la cuestión religiosa, pero no me atrevería a decir que es la única ni la más importante”.
A mediodía los tañidos de la campana de la Capilla de la Merced se fugan por encima de los muros de la prisión, hasta el cielo plomizo que hoy está de un sentimental imposible y amaga con llorar.
En la misa de la Merced, la capilla azul celeste, con candelabros colgando de la bóveda blanca y ventanales largos a los lados del altar, hoy está abarrotada.
Hay cabezas bajas, caras solemnes, bocas que palpitan.
La imagen de una mujer esbelta, morena, cabellos lacios, finos labios, manto blanco y una cadena rota suspendida de la mano izquierda, contempla a los feligreses desde lo alto.
Es la Virgen de la Merced.
A ratos parece seria, a ratos que sonríe.
La voz de una interna rasga el silencio:
“Yo te pido señor por cada una de nuestras familias. Que les des fuerza, salud, fortaleza, que las traigas por buen camino a cada una de nuestras familias que vienen a vernos. Que nos des paz, unidad en este lugar, que nos des tranquilidad, que nos abras las puertas, que nos abras la libertad y, más que nada, que nos abras el buen camino, que nos guíes por la libertad…”.
La condena, no es el único dolor.
A María Elisa Gómez García, agente de la Pastoral Penitenciaria, no se le olvida lo sucedido durante la misa de Año Nuevo en la cárcel de mujeres, cuando una interna levantó la mano e interrumpió a Fray Raúl Vera, el obispo de Saltillo, en plena homilía.
“No toleró esperar a que terminara su homilía y le pregunta ‘señor obispo, ¿Nuestro Señor nos puede perdonar un aborto?’. El señor obispo, con toda tranquilidad, con una sonrisa en la cara, le dice ‘no hay pecado más grande que Dios, entonces no hay pecado que Dios no pueda perdonar’.
El semblante de la muchacha, cuenta Elisa, pasó de la angustia a la serenidad.
“Ellas traen cargas muy pesadas, más de las que las llevaron a estar recluidas”.
¿Qué hace un neoyorkino dentro de la cárcel de mujeres? Es el padre Robert Coogan, está de pie debajo de la imagen de la Virgen de la Merced . Tiene sesenta y tantos, y es desde hace 14 años capellán de la Pastoral Penitenciaria de la Diócesis de Saltillo.
Cuenta el origen de esta imagen, en su casi perfecto español, que fue hecha hace 10 años especialmente por un escultor, no recuerda quién ni de dónde, para ser colocada en esta capilla y venerada por las internas del Centro Penitenciario Femenil Saltillo.
“Sí, han dicho que ahí encuentran consuelo. La propia experiencia de la Virgen, de ver a su hijo tomado preso y maltratado y luego ejecutado, ha dejado una inquietud en las personas que padecen de lo mismo. La cadena rota es porque, como santa patrona de las personas encarceladas o los cautivos, ella rompe las cadenas para que puedan ser libres”.
Entonces esta imagen de la Virgen de la Merced se volvió la abogada defensora de las mujeres del cereso.
“Dicen que es muy milagrosa… Pero aun no me ha realizado milagros, la estamos esperando, mi libertad. Me siento muy lejos de mi familia, me siento muy sola, a pesar de que hay compañeras, hermanas que están aquí, no es lo mismo que estar cerca de tu familia, con tus hijos. Yo creo que todas merecemos una segunda oportunidad y yo sueño reunirme con mi familia allá afuera y demostrarles que ya no soy la misma. Que cómo era mi vida allá afuera, pues… pues… ”, dice otra reclusa.
La sociología que opera tras las rejas
Castigo y corrección
Son procesos que se desarrollan entre el preso
y aquellos que lo vigilan. Éstos, imponen una trasformación
del individuo y sus hábitos.
La soledad y reflexión
sobre la propia conducta no bastan, como tampoco las exhortaciones puramente religiosas. Debe hacerse tan frecuentemente como sea posible un trabajo sobre el alma del preso.
La prisión y la condena
se vuelven aparatos administrativos para que el preso pueda resarcir el daño que causó en la comunidad a la que pertenecía y será al mismo tiempo una máquina de modificar los espíritus.
Vigilar y Castigar
El libro de Michael Foucault sobre el nacimiento de la prisión examina los cambios penales en la era moderna. Algunas de sus teorías se viven en el CERESO Femenil de Saltillo.
Fuera de la prisión
Una tarde en la víspera de la fiesta de la Merced, la procesión lleva en andas la imagen de la Virgen de los encarcelados por la Calzada Madero.
Hay mujeres, hombres, jóvenes y niños, que ondean banderines y entonan cánticos marianos.
En el trayecto suenan cuetes y el tambor de una danza de matachines que porta el estandarte de la Guadalupana y precede la peregrinación.
Van todos rumbo a la capilla de la merced en la colonia Independencia.
Al comienzo de la misa la imagen es entronizada, coronada en el altar y colocados sus atributos, el escapulario con el escudo de los mercedarios y… una cadena rota.
La gente estalla en aplausos.
“No teníamos la imagen de bulto, la teníamos en un ícono, en un cuadro y ahora hemos traído esta imagen del estado de Hidalgo, Ya se va a quedar aquí en la capilla para la veneración de los feligreses de esta parroquia y de este sector. No sólo se trata de que los que están en la cárcel la tengan a ella como su patrona para que los libere de las cadenas en que están o de la cárcel, sino que nos libere también a nosotros de nuestra prisión, a los que somos esclavos del pecado, de nuestro egoísmo, de placeres, vicios. Que ella nos libre de todas esas opresiones”, dice el padre Sergio Martínez, párroco de la Sagrada Familia a la cual pertenece la capilla de la Merced.
Las presas del penal femenil, apoyadas por la Pastoral Penitenciaria y las autoridades de la cárcel, comenzaron a preparar la fiesta de la Merced con un mes de anticipación.
La danzantes se pusieron a ensayar y las demás internas católicas a arreglar la capilla, a organizar lo de la reliquia, a limpiar el penal y a orar.
Hoy las mujeres y sus familiares comen asado verde de puerco o mole de pollo y arroz blanco, acompañado con agua de piña con menta, pepino con limón y jamaica con guayaba, todo preparado con sus manos.
“Es que somos bien mitotes. Empezamos con que ‘va a ser la Virgen de la Merced’ y ‘qué vamos a hacer’ y que esto y lo otro. Todas estamos ahí como que… poniendo un granito de arena, todas. Tanto de administrativo como mis compañeras estaban con que ‘qué vamos a hacer’ y ‘hay que dejar el penal bonito, porque mañana tenemos visita, mañana tenemos la fiesta’”, dice una matachín de vuelta a la zona de descanso de los trabajadores del centro penitenciario, con su mesa redonda de metal, sus banquitos y sus adustas macetas.
En el tiempo que lleva encerrada en este cereso, sin ver la calle ni asistir a bailes, ella logró descubrir que no necesita de alcohol para divertirse.
“Ahorita nos estamos divirtiendo. Estamos gozando la fiesta de la Virgen de la Merced”.
Avanza la tarde.
Una llovizna ligera ha conseguido burlar la vigilancia del penal y colarse hasta el área de convivencia, cuando la danza está en su apogeo.
Pero ni la lluvia apaga el favor de las internas que llevan más de seis horas danzándole a su patrona.
El agua, presienten, es una buena señal.
“A mí me encantó la danza porque estábamos danzando cuando estaba lloviendo y para mí, mi familia y mis tradiciones, es una gran señal. Es abrir caminos, cosas buenas que nos vienen a futuro. Igual las mariposas, son una gran armonía para nosotros, son espíritus que nos visitan, de que nos dan una buena señal. Cuando estábamos danzando y que llegaron esas mariposas tan hermosas... Y en un pino estaba un águila parada. Eso significa para nosotros libertad o cosas buenas que nos vienen al cereso, a las compañeras”, dirá días después, cuando la vida del penal ha vuelto a la normalidad, otra interna avezada en la tradición chichimeca.
Y dirá que a ella la inició en la devoción de la Virgen de los encarcelados una amiga que ya salió libre.
Le hablaba de la Virgen, de que le pidiera con todo su corazón, por su familia, por su libertad.
“Se siente uno bien al momento de estar hablando con ella, suelta todo lo que uno trae en el corazón, en el pensamiento. Es donde pone uno toda la esperanza, la fe. Encomendamos a nuestras familias, a nuestros hijos. De que estamos aquí, privadas de la libertad, y tenemos la fe de que ella nos los cuida, de que ella nos mueve nuestros casos. Nos los mueve, sí, espiritualmente, con la fe que uno le tiene”.
Sus primeros días en el penal fueron de tristeza, desesperación, por no saber qué le deparaba el futuro.
“Te quieres ir. Por ejemplo, falleció una prima y quisieras estar con toda la familia allá afuera pues. Es un dolor muy grande no estar con las personas que se van. Falleció mi abuela, han fallecido varias personas, en el transcurso que yo ha estado aquí encerrada y lo único que hace uno es orar por ellos. Están creciendo nuestros hijos y uno quisiera estar en ese momento con ellos. Yo tengo el pendiente porque son jóvenes, de que no vayan a agarrar un mal camino o una mala compañía, un vicio”.
En la entrada del salón de usos múltiples, en el área de convivencia cuando está por concluir la hora de visita, un mural colectivo, pintado a la acuarela, narra los dramas de las presas.
La directora de la cárcel dice que fue trazado por las propias internas, como resultado de un taller de arteterapia impartido por el Instituto Estatal de la Mujer.
Los dibujos se realizaron en equipo, así que cada uno representa una historia colectiva.
El mural si salió libre. Tanto que es una exposición itinerante y se ha expuesto en la Librería Carlos Monsiváis y la presidencia de Ramos Arizpe, en el Día de la Mujer.
“Impresionante el mural. Algunas de ellas son verdaderas artistas, muy destacadas dibujantes y les sirve porque liberan y manejan las emociones, a través del arte. Obviamente no son historias felices”, aclara la directora.
Sobre el cuadro, que es un tríptico, se observa la silueta de una mujer con un corazón herido, quebrantado.
En otro hay una paloma. “la esperanza de ellas, de esperar la libertad”, dice la directora, y unas manos sujetas con unos grilletes.
Aquí hay una casita de dos aguas y afuera una familia, la pradera. “Es la familia que añoran”, explica la funcionaria.
“Duele mucho estar privada uno de su libertad, más que todo es el… pues… de que estás lejos de tus hijos, de tu familia… Entonces es ahí cuando sientes un … ¡chihuahua! no hubiera hecho esto y estuviera con mi familia…”, dirá una interna, otra mañana, en otro lugar de la penitenciaría.
En otra pintura destaca el rostro de otra mujer que llora a mares, lleva flores en el pelo y una mariposa, “de nuevo el sufrimiento”.
Y luego una muchacha desnuda, solitaria, sentada en medio de la nada, del páramo. “está sufriendo, abandonada, desprotegida. Es una historia de dolor, de tragedia, de abandono. Dejó su corazón”, explica de nueva cuenta la directora del cereso.
Este mural, en realidad, es el testimonio que no pueden contarle a los periodistas por cuestiones legales o arrepentimiento. Sólo ellas saben el porqué. Por eso la historia más fidedigna se esconde tras las pinceladas de este retrato.
Narra a color el padecimiento de varias prisioneras foráneas a las que nadie visita, que han sido abandonadas por sus familiares en el penal, porque viven lejos de aquí y no tienen dinero para los camiones, para venir a verlas.
“Son las familias las que deciden dejarlas así. Esa es una situación muy peculiar. A los hombres casi no los abandonan. Tú ves que con el hombre va la mamá, la esposa, los hijos. La mujer es más fácil que sea abandonada y ellas tienen que asumir esa realidad, que superarse, a pesar de lo doloroso que es”, comenta la directora.
Odila Fuentes Aguirre, académica, promotora cultural y agente de la Pastoral Penitenciaria, tiene experiencia llevando talleres de arte para las internas y habla de cómo la literatura y la pintura son una vía de escape, de fuga, de evasión para estas mujeres.
“Yo había adquirido algunas nociones de psicología durante mi formación académica y sabía que esos tonos oscuros, muy sombríos, significaban un problema emocional y les preguntaba, ‘¿por qué pintaste tan grande la figura ésta del hombre y la de la mujer tan pequeñita?’ y decían ‘pos porque así es….el hombre siempre nos domina y nosotros estamos muy desvalidas…”.
A pocos minutos de que termine la visita el penal, que hace unas horas era una explosión de colores y sones prehispánicos, va quedándose vacío, gris, silencioso.
“Al principio venía mi familia y se iba llorando. Ahorita se van bien porque yo les digo que estoy bien, que esto va a pasar”, dice una reclusa.
Ya todos se han ido: las familias, el padre Coogan, la encargada de la pastoral, los celadores, la lluvia, la directora, sólo quedan la soledad de las reclusas y la esperanza en su Virgen de la Merced: su abogada defensora.