La vida sucede
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La vida sucede
Dicen que el tiempo nos acomoda en el sitio al que corresponden nuestros logros. Ése es un paradigma más o menos usual en el plano de la clase media. Pero cómo interpretar el acomodo de los que están hambrientos de justicia social y económica.
Cada vez que veo en los cruceros de las ciudades a niños haciendo alguna peripecia para ganarse el pan y que por horas repiten su rutina para obtener unos pesos, pienso en lo que podrían estar haciendo si sus familias no tuvieran la presión de sobrevivir. Estas criaturas padecen vejaciones de adultos y acortan su infancia.
También observo en los cruceros de las ciudades cercanas a la frontera y en las ciudades fronterizas a hombres y mujeres acompañados de niños que se han quedado detenidos en su marcha rumbo a la Unión Americana, mostrando sus credenciales que demuestran que son extranjeros, pidiendo dinero con señales de manos y gestos para alimentarse. Eso significa hambre, lo que me remite al segundo de los Objetivos de Desarrollo Sustentable de las Naciones Unidas: hambre cero.
Indudablemente nos ronda el fantasma de la hambruna. Además de las pesquerías que cada vez ofrecen menores posibilidades para abastecer el consumo de la humanidad, hemos olvidado que en general los alimentos se producen en el campo y requieren de mucha agua.
Los productos agrícolas son intensivos en agua, más aún si el riego no es tecnificado.
La realidad es que cada vez se agotan más las fuentes subterráneas de agua y se utiliza mayormente la que se almacena en presas.
La solución para el abasto humano y agrícola del agua no está en hacer más represas que contengan el recurso hídrico que transportan los ríos, necesitamos cambiar nuestra manera de consumir y de producir.
El uso cotidiano del agua debe cambiar: bañarnos sin exceso de agua; evitar limpiar patios y automóviles con “chorros” de agua; no plantar en zonas semiáridas árboles exóticos que requieren de grandes cantidades de agua, entre muchas acciones.
Hay que reforestar las partes altas de las cuencas hídricas y los cerros y montañas que han sido lastimados por la mano del hombre, porque son los que pueden hacer el llamado para que el ciclo del agua se complete y llegue la lluvia bienhechora.
Desde las ciudades podemos trabajar fortaleciendo la masa vegetal en los espacios públicos, en los camellones que se transitan y hasta en las banquetas de nuestras casas propiciando sombras y generando un ambiente con una temperatura más amable en el verano.
Y la vida sucede con menos agua y más hambre. Nuestra huella hídrica sigue creciendo porque no nos importa lo que ocurre a nuestro alrededor. Pero si seguimos pensando en explotar nuevas fuentes subterráneas de agua hasta agotarlas, tarde que temprano seremos huérfanos de alimentos y eso será muy pronto aunque se tengan ahorros en dólares. La falta de alimentos no perdona a nadie.
Así que hay que replantear los fondos de agua desde la perspectiva del cambio de actitud en los usuarios para que entre todos baje nuestra huella hídrica hasta los límites sustentables.