La vida sigue igual

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La vida sigue igual

HÉCTOR GARCÍA

¿Cuarentena? ¿Cuál cuarentena?

Si estos días que salido a la calle en busca de asuntos, yo no estoy en cuarentena, vi un centro de la ciudad repleto de gente.

Señoras llevando a bebés en los brazos o niños de la mano.

Embarazadas caminando con singular alegría por las aceras igualmente pobladas.

Indigentes chamagosos impregnando el ambiente con su usual hedor a orines añejos.

He visto a los limosneros y marías de costumbre apostados en las esquinas de las populosas rúas de la ciudad con la mano estirada, pidiendo una limosnita por el amor de Dios.

He visto las cantinas con sus puertas de par en par y escupiendo a toda pastilla su música arrabalera.

He visto a familias enteras en la Plaza de Armas dando de comer a las palomas con sus niños de pecho y carriola.

Y en la Plaza de Armas al señor de las marionetas bailarinas bailado cumbias picantes como si nada pasara.

He visto a las parejas de novios agarrados de la mano o abrazados, contagiados de por sí con el virus del amor, ¿será que el coronavirus tiene algo de romántico?

He visto a las doñas haciendo el mandado, cargadas hasta la madre de bolsas de verduras, sin mascarilla ni cubrebocas.

He visto los bulevares atestados de carros nuevos, viejos, cacharros a la hora y deshora del tráfico.

Y he visto corredores corriendo, jadeando, en los andadores de la Alameda.

He visto a una mujer en una banqueta del centro vendiendo medallas de San Benito, que no protegen contra el coronavirus, dice, pero sí contra las envidias y un largo etcétera de males.

Y, sorpréndase, he visto a los viejitos de la Plaza de los Pájaros Caídos, de los Enchilados o de los güevones, como usted guste llamarla, descansando como si tal cosa en las bancas o el filo de las jardineras, frente a las taquerías abiertas, echándose su taco de ojo con las prostitutas que tampoco se han puesto en cuarentena.

Hay que talonear.

Y he visto en los camiones urbanos a los músicos urbanos de la tercera edad, con su acordeón y su bajosexto y que, por cierto, no han incluido en su repertorio la cumbia de moda, la de actualidad, la del Coronavirus.

Y he visto a la ciudad latiendo al 100, a todo lo que da.

Lo negocios ofreciendo sus botellas de  gel antibacterial que hoy como nunca es como oro en paño, garbanzo de a libra, artículo codiciado.

He visto a las dependientas de las tiendas de ropa rematando al 50 por ciento sus garras de temporada, desgañitándose para atraer clientes.

Y a las filas de gente en los bancos tan juntas, que parece la hermandad en persona.

Pura fraternidad.

Sin el temor de ningún contagio.

Lo que sea de uno que sea de los dos y vámonos muriendo todos.

Y he visto a los vendedores ambulantes con sus pomos de pomadas para la artritis, sus USBs de música estridente, sus carritos de fritangas.

Al globero con su atajo de globos coloridos, yendo y viniendo por el Centro Histórico.

A los transeúntes paseando a sus perros fifí de dudoso abolengo, de incierto pedigrí.

Y en fin…

Y he visto, y he visto y he visto….

¿Cuál cuarentena?

¿Cuál?