La vida es una sola y nada más

Usted está aquí

La vida es una sola y nada más

Ciro Alegría, escritor peruano, dijo que el mundo es ancho y ajeno. Una vez le comenté a un amigo en Houston, Texas:

-Aquí hay mucho dinero.

-Sí -me respondió-. Pero es de ellos.

El mundo, en efecto, era ajeno. Era de “ellos”. ¿Quiénes eran ellos? Los ricos. En cada parte había uno. Podía llamarse Rotschild o Rockefeller, en Europa o Norteamérica, o se podía llamar Juan, en el rancho El tanquecito. Juan era el rico de ahí porque era dueño de una camioneta vieja, y los demás tenían nada más su burro. Digamos entonces que Rockefeller era el Juan de Wall Street, y que Juan era el Rockefeller de El tanquecito. Todo es relativo.

Ajeno es el mundo, a lo mejor, pero no ancho. Se ha hecho muy pequeño. Claro, si no andas a pie. Por eso acertaba Milo, un loquito de Cadereyta que andaba todo el día para arriba y para abajo llevando una carretilla en la que jamás cargaba nada.

-¿Para qué quieres ese carretilla, Milo?

-Pa’ no andar a pata.

Los aviones, la televisión y el internet han hecho que el planeta se angoste. Ahora puede uno desayunar en París, comer en Nueva York y cenar en Saltillo para completar el tour de las grandes capitales. En mi tele se ven canales de todo el mundo. Nomás el de Argentina no quiso entrar, porque mi televisor le pareció muy chico. Y ¿qué decir del internet? Puede uno intercambiar pendejadas con güevones de los cinco continentes. (A eso se le llama “chatear”). Carajo, en mis tiempos el inolvidable ingeniero don Gabriel Acosta, hombre bonísimo pionero de los radioaficionados de Saltillo, se alegraba mucho cuando desde su base, situada en la cúpula del Teatro García Carrillo, podía establecer comunicación con un colega de Ramos Arizpe.

Hace años en Guatemala. Peroré en la capital y en La Antigua. Ya que no podía ir al norte -por el cabrón de Trump- empecé a ir al sur. Ir a Guatemala es un poquito como ir a Chiapas o a Oaxaca. Lo que quiero decir es que Guatemala es un país de etnias. A mí dejó de gustarme esa palabra, “etnias”, desde que hace unos años un sujeto -mexicano él- a cuyo lado me tocó ir en el jet en vuelo a España, me preguntó en qué hotel me iba a hospedar en Madrid. Yo le dije que en el Emperador, de la Gran Vía.

-A los hoteles de la Gran Vía -comentó con gesto de traer caca en el bigote-  nada más llegan las etnias.

Sentí como si me hubieran echado un balde de agua helada no voy a decir dónde. Por eso ya no me gusta esa palabra, “etnias”, que antes usaba mucho porque me parecía lucidora.

El 70 por ciento de la población guatemalteca es de indígenas puros. Al decir puros me refiero a la sangre; no respondo de aquella otra pureza a la que se refería monseñor Tihamér Toth en su libro “Pureza y hermosura”, lectura obligada de todas las muchachitas de la lejana época en que yo era muchachito y debía leer “Energía y pureza”, del mismo monseñor. Afortunadamente a su debido tiempo las muchachitas y los muchachitos hacíamos a un lado esos aburridos mamotretos y disfrutábamos de aquello que a los muchachitos y las muchachitas por igual les gusta disfrutar.

Por eso, y no por la pureza de la que hablaba don Monseñor, estamos en este mundo que ya no es ancho ni nos es ajeno. Cuando pase la pandemia, si algún día pasa, podremos ir otra vez a España, a Oaxaca, a Guatemala… Praise the Lord! ¡Alabado sea el Señor!