La venganza de los tricolores

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La venganza de los tricolores

Usted, querido lector que pasa la mirada distraída por estas breves líneas, ¿acaso pudo ver en la televisión un debate abierto y democrático entre los candidatos para acceder a la presidencia del PRI, tal y como debe acontecer en la inmensa mayoría de los partidos políticos libres e independientes? ¡Yo no! Acaso, otro acaso, ¿asistió usted al evento histórico cuando los militantes del PRI votaron a favor del mejor personaje político que encabezaría su partido en los críticos años por venir? ¿Usted sí…? ¡Yo tampoco…! La mejor parte de la producción cinematográfica se hubiera llevado a cabo al escuchar una repentina y sonora rechifla originada en el momento preciso de la entrada triunfal de los dos gobernadores apellidados Duarte y la del tal Borge, un trío fantástico de bandidos despreciados por el resto de la pandilla tricolor que silbaba cínicamente a pesar de saber, en el fondo de su ser, que eran iguales o hasta peores que los agredidos. “Ni siquiera supieron robar bien”, se escuchaba en los pasillos, de ahí el escandaloso abucheo… “Político pobre, pobre político”, insistían en la cantaleta: ladrones sí, tontos, no…

El fantasma de Calles estaba presente y recorría gozoso el recinto de un lado a otro entre carcajadas inaudibles. El nuevo priísmo es peor que el viejo. No aprenden. 

 El rencor tricolor comenzó a crecer cuando los candidatos a gobernador no fueron electos democráticamente por la militancia activa con la consecuente derrota que padeció el PRI 5 de junio. El dedo inflexible de Peña Nieto, asesorado por su equipo íntimo, designó e impuso a los respectivos sucesores sin tomar en consideración, por supuesto, la opinión de las bases, que culparon en furioso silencio al Jefe Máximo sin poder protestar. ¿Más? A media campaña surgió la iniciativa presidencial orientada a permitir las bodas y la adopción de niños en parejas homosexuales y, por si fuera poco, a pesar de lo prometido, se impuso un nuevo impuesto a las gasolinas. El resentimiento fue mayúsculo porque todo parecía indicar que desde la cúpula del partido se tomaban las medidas contrarias a la más elemental lógica política en beneficio de la oposición que arrasó en la contienda electoral. ¿La puntilla? Ésta se colocó en todo lo alto cuando Peña nombró a la más vieja usanza callista, a Enrique Ochoa como presidente del partido en una medida absolutamente autocrática que agredió la sensibilidad de la militancia. 

¿Consecuencias del desprecio y del autoritarismo peñista hacia su propio partido? Aquí voy en mi carácter de novelista: se me antoja pensar que se podría articular una venganza silenciosa en contra del Jefe de la Nación, si los priístas empiezan a tejer redes políticas orientadas a privar a 
Peña de su voz y voto en el 2017. Me explico: se trataría de capitalizar el resentimiento político en contra del presidente, de tal manera que las bases elijan en secreto aún candidato distinto al que pudiera designarse desde los Pinos. En el momento mismo en que el presidente intentara sacar de la chistera a su sucesor, el resentimiento de la militancia haría uso de la palabra al apoyar una candidatura distinta a la presidencial. 
¿Golpe de partido? ¡Sí, en efecto, golpe de partido! De la misma manera en que las arañas tejen su red, así la tejerán los priístas doloridos a partir de hoy al día del destape el año entrante. El tiempo me dará o no la razón.

fmartinmoreno@yahoo.com