La vejez

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La vejez

ESMIRNA BARRERA

Por casualidad vi “Aprender a envejecer” en el Canal Once. Intentan llevar a personas de edad avanzada a ejercitarse. No todos los ancianos que practican una gimnasia tienen las mismas capacidades. La emisión es sugerente, aunque nunca me he dado el tiempo para verla completa: bailan danzón (unas parejas maravillosamente).

Ignoro lo que intentarían si de ejercitar la mente se tratase. Sabemos que las grandes obras literarias o pictóricas fueron realizadas durante la edad madura (en el Renacimiento la vida era corta, se tenía por ancianos a los mayores de 50). Cristo murió joven; Pedro y Juan viejos. Pedro murió ajusticiado, Juan casi de cien años redactó su evangelio. Jorge Luis Borges, viejo y ciego publicó cuentos y poemas insuperables. Escribió que “la vejez (tal es el nombre que los otros le dan) puede ser el tiempo de nuestra dicha”.

En Hermosillo tuve por amigo al arqueólogo chileno Julio Montané, que por pertenecer al partido comunista huyó de Pinochet. Adoptó el español sonorense. Publicó un libro un poco raro: aplicaba las leyes de la dialéctica a la elucidación de vestigios indígenas. Dejé de verlo mucho tiempo, pero me enteraba de que publicaba un libro anual renovando la manoseada historia del Noroeste (los tengo). Asistí a un congreso en Guadalajara; en el elevador del hotel advertí que una persona de edad me miraba obsesivamente: preguntó si yo era Carlos. Dije que sí. Él gritó “soy Julio”. Desayunamos. Le dije que admiraba su productividad: “has publicado mucho ahora que estás viejo”. “Sí, como ya no culeo, escribo” (en Sonora ese verbo significa hacer el amor).

Leyendo el “De senectute” de Cicerón (“Sobre la vejez”) encontré hermosas reflexiones sobre los ancianos de la Roma anterior al cristianismo. Como no lo tengo en español me atreví a citar el original, estimulando, como Borges, “la incurable nostalgia del latín” y traduje unas frases para el lector (pido disculpas). Hay ideas banales: “Parece ser que la temeridad es propia de la edad floreciente; la prudencia lo es de la senescente”. Pronto deja de lado lecturas y citas para mencionar su vida. “¿Por qué hablo de otros? Regresaré a mí mismo. En primer lugar, siempre tuve colegas” (ad me ipsum iam revertar). Y retorna al tema de los goces juveniles, no en referencia al sexo, sino a la comida y la conversación: “¿Qué son pues los deseos de banquetes y juegos y cortesanos comparados con sus gozos?” (epularum aut ludorum aut scortorum…)

La reflexión del filósofo apunta a que existen oportunidades para sentir encantamientos siendo viejo. Escribe que “en cuanto a mí, no solo el fruto sino también la fuerza de la tierra y la naturaleza me deleitan”. Luego remata con tino: “Mas, el fruto de la vejez, como muchas veces dije, es la memoria y el cultivo de los bienqueridos”.

No sé si el programa de televisión, que recomiendo a los longevos, promueva la práctica de un oficio en el cual mente y manos creen algo, lo que sea. Cicerón no dejó de lado el tema, pues “ningún término cierto y correcto hay en la vejez. En ella se vive en cuanto al don del oficio: se sigue que pudieras morir y, sin embargo, detener la muerte”. Con frecuencia regresa a los griegos (aclaro que Cicerón hablaba el griego como lengua materna porque sus maestros fueron esclavos venidos de Grecia y de allá vino su nana de leche.) Cicerón cita la pregunta de Solón al tirano Pisístrato ¿por qué tan audazmente te has sostenido en el poder?, y respondió: ¡por la vejez! (¿Fidel Castro hace dos mil años?).

Los ancianos podemos seguir bailando danzón o leyendo o escribiendo (como Julio) o disfrutando a la Madre Tierra y a los amigos o confeccionando una artesanía. Es incorrecto creer que viejo equivale a bueno. Ancianos necios, perversos y corruptos abundan. Cicerón idealizó la senectud porque era viejo y escribió para viejos.

Nota: en mi artículo anterior dije que corrigieron indebidamente el apellido de un cardenal. La persona encargada de la página editorial me hizo ver que consultó en internet y aparecía esa grafía. Yo citaba el famoso libro “Morir en Madrid” en su edición belga (se prohibió en España cuarenta años). Ambos teníamos razón. Le pido disculpas.