La vacuna y el porvenir

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La vacuna y el porvenir

En su ensayo “Temporada en el infierno” George Steiner se resiste a realizar una consideración sobre la cultura de la humanidad si antes no tomamos en cuenta los cerca de 70 millones de muertos durante las dos guerras mundiales. “¿Por qué las tradiciones humanistas y los modelos de conducta resultaron una barrera tan frágil contra la bestialidad política?”

Se espera la llegada de una vacuna como se aguarda ansiosamente la llegada del mesías. Hay cierta vocación religiosa y maniaca en tal espera. La única vacuna que la humanidad requiere es aquella que la cure de sí misma, de su comportamiento depredador, de su escasa conciencia cultural y de su incapacidad de pensar el bien de una forma menos dañina. La lectura de buenos libros y la actitud rebelde ante los absolutismos de cualquier tipo podría considerarse un buen antídoto contra la enfermedad del "progreso" contemporáneo ¿O acaso se trata justo de lo contrario? El analfabetismo mediático es el único camino que puede dotar a la humanidad de identidad. Leer libros mata la posibilidad de que exista una masa, una multitud que se auto devora porque tal acción es el único modo de garantizar una supervivencia sin adjetivos. ¡Opinemos! La realidad nace de nuestra boca. Impongamos nuestro abecedario elemental. Al excusado los libros y los escritores, los filósofos y los historiadores: ellos mismos se han ganado ese precioso exilio por abandonar las barracas de la humanidad. El porvenir está en los huevos, escribía un dramaturgo merecidamente exiliado, Eugene Ionesco; la actualidad de esa obra (escrita en 1951) es apabullante y triste: la producción ¿para qué? Para alimentar el absurdo; la nave atribulada, los pasos perdidos. Obras como las de Ionesco impiden que la humanidad se fortalezca y se concentre en aparecer y mirarse en la pantalla y en las redes, ya sea para hacer gracias de perrito o para denunciar una tala de árboles desmesurada; obras así ponen en entredicho la gravedad de esa masa inmune a la enfermedad ilustrada. De hecho, los libros han sido lanzados a la basura y sólo se nos permite leer códigos, descifrar emblemas elementales, canonizar fórmulas, exclamar y mugir ante el mensaje viral. Miro con tristeza mis libreros, depositarios de tan buenas enfermedades, de males que alguna vez llegaron a dar vida. Ellos representan la vacuna olvidada, la necesaria, la que sí cura aunque enferme. ¡Vaya desperdicio! La dimensión de ese desperdicio se hace más evidente cuando uno se asoma al espacio público. ¿Espacio público? No, no; me parece que mi idealismo vuelve a amedrentarme, ¿espacio público?: Tiradero masivo, basurero cósmico, pañalera indiscriminada. A las cosas por su nombre, aunque hoy su nombre no signifique casi nada.

En su ensayo, "Temporada en el infierno" (el cual debo, de inmediato, arrojar al cesto de basura), George Steiner se resiste a realizar una consideración sobre la cultura de la humanidad si antes no tomamos en cuenta los cerca de 70 millones de muertos en Europa y Rusia durante las dos guerras mundiales. "¿Por qué —se pregunta—, las tradiciones humanistas y los modelos de conducta resultaron una barrera tan frágil contra la bestialidad política?" Los libros de los filósofos y escritores del romanticismo y la ilustración no funcionaron como dique para contener la brutalidad y matanza de tantos seres humanos: estaban allí, una vacuna, en esas páginas que se escribían para todos, ya fueran obreros o aristócratas, artesanos o militares. Y nada, sólo la muerte y el absurdo que desde el siglo veinte y sus genocidios lanzó una carcajada que se escuchó hasta Titán. Por otra parte, la población crecía en terrible desproporción a sus dotes o talentos potenciales. En el ensayo citado Steiner escribió: "Llevamos buena parte de nuestras vidas en medio de los amenazantes empellones de la multitud. Enormes presiones causadas por cantidades de gente se oponen a nuestras necesidades de espacio, de intimidad personal. El resultado es un contradictorio impulso por cobrar espacios libres... las muchedumbres se apiñan como insectos y esto rebaja todo sentido de dignidad individual, devalúa el misterio de la presencia irremplazable". A la basura se va Steiner; no es la vacuna que todos esperamos, la vacuna que podría curarnos de seguir produciendo absurdamente, ensuciando espacios públicos, imponiendo el ruido al silencio afable, vejando a los semejantes, gastando las horas en el cultivo de un trabajo marcado por el retroceso económico y la implosión del "progreso". Esperemos la vacuna mesiánica, olvidemos los crímenes cometidos diariamente y la penuria que ha creado la pobreza, el cinismo de la clase gobernante, nuestra incapacidad para vivir felices y la sujeción popular a los ideales del "éxito". Ya viene, ya viene... la vacuna.