La tortura no es arte ni cultura

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La tortura no es arte ni cultura

La cita para que Diputadas y Diputados del Estado de Coahuila decidieran si regresa o no la tauromaquia a la entidad, fue ayer, 3 de septiembre. No se resolvió y el tema sigue a debate más por la sociedad que por legisladores.

Fue en 2015 cuando Rubén Moreira como Gobernador promovió una reforma a la Ley de Protección y Trato Digno a los Animales eliminando las corridas de toros. Para entonces se engañaban quienes pensaron que la propuesta derivaba de un genuino defensor de los derechos de los animales o un gobernador progresista. Constituía en realidad un golpe político y de abuso de poder para intimidar al hoy senador Armando Guadiana Tijerina, empresario taurino y activista por la democracia y la rendición de cuentas, particularmente en el tema de la masacre ocurrida en Allende y la deuda pública contraída en la administración de Humberto Moreira; los intentos de intimidación de Rubén estuvieron también en la exhaustiva investigación judicial a las empresas de Guadiana, pero al no encontrar nada ilícito, quitarle los toros fue el escarmiento.

Pues bien, ¿tauromaquia o no? esa revancha vuelta personal pero disfrazada de interés público hace tres años, vuelve a la escena ahora gracias a la propuesta de neófita diputada plurinominal de Morena, Elisa Catalina Villalobos Hernández. El tema está a debate nuevamente, toca a los ciudadanos tomar partido a favor de la razón. Por la ventana del salón Venustiano Carranza salió el cinismo de una Legislatura y por la puerta entró la ignorancia de otra. 

En la antigua Roma, gladiadores y animales salvajes eran puestos en combate para diversión de la plebe. Pan y circo. El regocijo y cumbre del placer de los espectadores llegaba con la sangre que corría. Siglos después en Europa la demostración pública que divertía a las masas eran los linchamientos populares, las torturas de la Santa Inquisición como la quema de herejes, brujas y la ejecución de delincuentes.

Del mismo modo, las corridas de toros no son otra cosa que un espectáculo público de tortura de un animal indefenso ante las armas con que el ser “racional” se apoya para asesinarle; donde la crueldad prolongada para su muerte es celebrada por la multitud gobernada por alcohol y testosterona como en la Roma Imperial y la era medieval. En Inglaterra los espectáculos basados en la crueldad fueron prohibidos en el siglo 19, nosotros seguimos debatiendo.

Defender la crueldad, violencia y tortura de bovinos es insostenible. Quienes están a favor de la tauromaquia a menudo esgrimen pseudoargumentos, como que los toros no sufren o que sufren pero la pasan de lujo antes de morir, que sin las corridas los toros de lidia desaparecerían, las corridas dan de comer a familias que viven de ese trabajo, que es tradición y eso lo justifica, que de todos modos morirán, que es arte, etcétera. La barbarie nunca será arte. Todas estas manifestaciones son equivocadas y no pasarían una prueba de lógica. Incorrecto es excusar el sufrimiento con sofismas y falacias.

Quienes estamos a favor de la razón y la verdad, sencillamente sabemos que un acto bárbaro jamás podrá ser un espectáculo artístico. En cambio, un argumento razonable al que los taurinos podrían acudir en debate es la libertad, el Gobierno no puede legislar sobre los gustos personales por detestables que estos sean para la moral, en eso estoy de acuerdo. Esta premisa, sin embargo, es parcialmente adecuada, dado que no se trata de limitar gustos personales sino de abonar a la disminución de la violencia, en una sociedad que inmersa en ella, la normaliza.

Las reglas no son para las excepciones. Jesús Mosterín lo puntualiza así: “Montaigne, Montesquieu y los pensadores de tradición liberal han considerado la crueldad como el más odioso de los vicios. La lucha contra la crueldad ha sido considerada como el primer objetivo de las instituciones políticas. El horror moral que produce la crueldad ha sido el motor de la lucha por la abolición de la tortura, que anteriormente había sido una práctica procesal normal.”

México vive un momento de violencia excepcional. Los últimos dos sexenios presidenciales se instalan como los más violentos en la historia, la administración actual rebasa a la anterior en desaparecidos y homicidios, en estos temas las cifras de un mes rebasan al previo casi siempre, si contrastamos un periodo mensual con el mismo de seis años atrás, es el mismo resultado. Claramente fuimos escalando niveles de violencia. Nuestra realidad nos equipara a países en guerra como Afganistán, Siria o Irak por lejanos que parezcan. Frente a estas características es imposible negar la barbarie que sobrellevamos.

Paulatinamente nos convertimos en el segundo país más letal del mundo según Instituto Internacional para Estudios Estratégicos. Este proceso lento pero constante durante 12 años ha tenido secuelas en la sociedad como la reproducción y normalización de la violencia. Por ejemplo, el 30 de agosto pasado dos personas acusadas de robar niños, fueron quemadas vivas en Puebla, esto sucedió entre aplausos de vecinos. Sí, aplausos. En Hidalgo, un hombre y una mujer fueron linchados por un supuesto conflicto huachicolero. Para el Ombudsman nacional esto no es justicia, sino barbarie. Si bien estos fenómenos responden a una debilidad institucional, son inadmisibles en una sociedad civilizada. De acuerdo con el Instituto Belisario Domínguez, del Senado de la República, en los últimos 26 años en México se registraron por lo menos 366 linchamientos.

El reflejo de una sociedad inmersa en el agresivo contexto de una guerra contra el narco también comenzó a reflejarse en los niños mexicanos con más frecuencia, por ello, casos como el del Pochis en 2010, un niño que se convirtió en sicario desde los 12 años; Chistopher de 6 años, secuestrado, amarrado y enterrado con 22 puñaladas por sus amigos que jugaban a ser sicarios de 12 y 15 años en Chihuahua, y otros casos conmocionaron.

De ahí que veamos al futuro, no a la tradición. Debemos como sociedad civilizada trascender espectáculos salvajes, crueles, bárbaros, si queremos que las próximas generaciones cuenten con un entorno social afable. Recientemente la ONU recomendó a España y México alejar menores de la tauromaquia. Para el psiquiatra Luis Rojas-Marcos, “el mundo civilizado está moralmente obligado a proteger a niños y adolescentes de los probados daños psicológicos como el insomnio, la ansiedad, la insensibilidad hacia la crueldad, que produce presenciar la normalización de la violencia y el sadismo en cualquiera de sus formas, incluyendo las corridas de toros”.

Desde los años ochenta en Estados Unidos se investigó en las cárceles a hombres considerados violentos, y cómo detrás de las agresiones a personas había, en la mayoría de los casos, una historia de abuso a animales. De acuerdo con expertos psiquiatras y criminólogos, quienes abusan de los animales, son hasta cinco veces más propensos a cometer crímenes violentos contra las personas. Los científicos Gleyzer, Felthous y Holzer, en 2002 descubrieron durante sus investigaciones, relación entre el trastorno antisocial de la personalidad y el tener antecedentes de crueldad hacia los animales. El poeta romano Ovidio lo señaló en su tiempo: “La crueldad hacia los animales enseña la crueldad hacia los humanos”. Gandhi, de manera semejante, pensaba que un pueblo “se puede juzgar por la forma en que éste trata a sus animales”.

Por otro lado, debemos entender que la tradición no justifica nada. Matar a un toro entre ovaciones no debería ser una condena eterna de patrones cíclicos de violencia. La naturaleza de la civilización humana nos obliga a desechar aquellas costumbres que son contrarias a los principios de la sociedad que deseamos tener. La cultura es dinámica, no permanece estática, por eso ahora las mujeres votan y ya no cortamos cabezas con guillotina en plazas. Es esta cualidad la que permite que las prácticas crueles sean eliminadas en el transcurso del tiempo y posibilita así su progreso y evolución.

Al final, colocar el debate de la tauromaquia nuevamente sobre la mesa (pensaran algunos que innecesariamente) resulta útil para confirmar el desacuerdo público con prácticas crueles y espectáculos sanguinarios. En ocasiones, la insensatez requiere del rechazo su confirmación. Dejemos claro que no es esta discusión por la imposición de pensamiento único, sino la oportunidad para sensibilizar e intervenir en favor de una sociedad que normalizó la violencia pero pretende evolucionar por amor a las siguientes generaciones.

@JuanDavilaMX

Licenciado en Derecho. Análisis Político-Campañas Electorales UNAM. Maestrando Derechos Humanos. Liberal. Demócrata.