La Tierra era así

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La Tierra era así

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La asombrosa hazaña de descubrir cuál era la forma de algo imposible de ver: las características exteriores del mundo en el que vivimos.

Caminamos en una Tierra aparentemente plana, no obstante, hoy sabemos que es esférica, y llegar a ese conocimiento fue toda una proeza del intelecto humano.

El horizonte mismo parece decirnos que vivimos en un mundo horizontal, y es precisamente lo maravilloso de la idea de que sea redondo, ya que esa apreciación genera un contrasentido.

De hecho, se requería una gran cantidad de imaginación para deducir  la forma de algo que nunca habíamos podido ver, sin contar con la tecnología de que disponemos  en la actualidad.

“¡Ah! pero un ser humano debe ser capaz de tocar mucho más de lo que tiene al alcance de su mano, si no, ¿para qué está el cielo?”, escribió el poeta Robert Browning.

Desde que logramos incursionar en ese cielo, nos hemos ido acostumbrando a ver imágenes como la que mostró la NASA hace un par de días: la Tierra observada desde el espacio exterior, vista por detrás de un enorme asteroide que orbita el Sol.

O las imágenes tomadas desde la Estación Espacial, a 400 kilómetros de distancia, donde regiones de la Tierra, como Australia y California, destacan entre los bancos de nubes y un mar de color azul profundo…

Si nos maravillamos al ver esa hermosa bola veteada suspendida en ese vasto espacio de fondo negro, ¿se imagina lo que habría significado para los observadores del pasado remoto contar con esas imágenes? 

Primeras visiones
La forma de la Tierra y su lugar en el Universo han intrigado al hombre desde los primero días de la presencia humana en nuestro planeta.

Llegar a saber que era como la conocemos en la actualidad, requirió de las mejores mentes de la humanidad.

Ahora, la pregunta es, ¿qué hay más allá de lo que alcanzamos a ver?

La curiosidad es una constante en los seres humanos y ese interrogante, aunque no le preocupaba a todas las sociedades tribales del pasado, ha sido compartido por una amplia gama de culturas muy distintas, que partieron de la creencia de que la Tierra era plana.

Los antiguos griegos, egipcios y mesopotámicos pensaban que la Tierra era un enorme disco rodeado por un gigantesco cuerpo de agua. Y para los chinos, la bóveda celeste era esférica, pero nuestro planeta era plano y cuadrado, como también lo concebían los antiguos amerindios.

La otra pregunta es, ¿cómo se explicaban las estrellas?

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La visión avanza
En el siglo VI antes de Cristo, en la imaginación griega nuestro planeta todavía era un disco plano rodeado por un océano, pero además estaba cubierto con una cúpula hemisférica donde se movían las estrellas siguiendo un camino en forma de arco.

Lo que les intrigaba era que día tras día sucediera lo mismo.

Algunos pensaban que cuando las estrellas se hundían en el horizonte, sencillamente de-saparecían, y las que aparecían el día siguiente eran estrellas nuevas que habían sido encendidas en algún lugar del planeta; otros creían que se sumergían en el mar y retornaban al lugar del que salían diariamente.

Sin embargo, había una cuestión quizás aún más compleja que aclarar: ¿qué sostenía a la Tierra para que no se cayera del cielo?

Lo que decían sacerdotes y filósofos
Según los Vedas, textos sagrados hindúes que datan del primer y segundo milenio a C, la Tierra estaba sostenida por 12 pilares asociados a 12  virtudes que colapsarían si la humanidad, guiada por los monjes vedas, no le ofrecía sacrificios que complacieran a los dioses.

Las primeras culturas también imaginaron la Tierra como un mundo plano sostenido por cuatro elefantes que la cargaban, y a su vez eran sostenidos por una torguga gigante que navegaba en los mares.

 Y en el siglo VI, Tales de Mileto propuso que un disco circular flotaba sobre el agua.

No obstante, en ese mismo siglo, Anaximandro se atrevió a concebir que la Tierra flotaba en el aire, sin ningún apoyo más que el equilibrio que le proveía estar en el centro de un cielo completamente esférico, por el que las estrellas podían viajar sin interrumpir su camino.

Se debate si fue Pitágoras o alguien conectado con él quien originó la idea, pero lo que sí se sabe es que la escuela pitagórica fue la responsable de la ‘teoría de las esferas’, según la cual todos los cuerpos celestes entonces conocidos eran redondos.

De ahí en adelante el concepto de que la Tierra era una esfera no cesó de ganar adeptos.

¿Perfectamente esférica?
Más tarde, en el primer siglo d C, el geógrafo e historiador griego Estrabón (63 a C al 24 d C) proporcionó una prueba sencilla de que la Tierra era redonda: bastaba con observar cómo, cuando un barco se alejaba de un puerto, su popa desaparecía en el horizonte antes que su mástil... precisamente por la curvatura de la Tierra.

Y hacia finales del siglo XVII, tras siglos de experimentos, mediciones, teorías y avances, la acumulación de conocimientos parecía indicar que la Tierra no era perfectamente esférica.

Para entonces ya se sabía, por ejemplo, que nuestro planeta no sólo giraba alrededor del Sol sino que giraba sobre su propio eje, como lo hacen los demás planetas.

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Eso llevó al polímata (todólogo), Robert Hook (1635-1703), a afirmar que los planetas eran elipsoides. Señaló que había dos fuerzas que actuaban sobre la superficie de la Tierra en diferentes direcciones: la gravedad, que halaba hacia el centro del planeta, y la fuerza centrífuga, que halaba hacia afuera.

Incluso el físico Isaac Newton (1642-1727) decidió explorar el tema y teorizó que si la Tierra no tuviera su movimiento diario, sería perfectamente esférica pues la fuerza de gravedad sería igual en todas partes. Pero, como rota, toma una forma elipsoidal.

Newton no fue el único que teorizó sobre el hecho de que la Tierra era aplanada en los polos, también el prominente matemático y científico holandés Christiaan Huygens (1629-1695) que utilizó su propio método para demostrar que la forma de la Tierra era elipsioldal.

Las diferencias
Desde entonces se supo que la Tierra no era una esfera perfecta: el diámetro de polo a polo es más corto que el diámetro en el ecuador. La diferencia es pequeña: el diámetro ecuatorial es de 12,700 kilómetros, y el de polo a polo es 40 kilómetros más corto.

La razón de esa diferencia no sólo obedece a las fuerzas de gravedad y centrífuga perpendicular al eje de rotación, sino a la consistencia del planeta.

Si la Tierra fuera de un material rígido, esas fuerzas no tendrían ningún efecto en la forma.

Pero nuestro planeta tiene un interior fundido, y placas tectónicas que se pueden mover, por lo tanto, no es una bola sólida, lo que explica el ligero aplanamiento en los polos.

Llegar a ese conocimiento fue toda una proeza del intelecto humano, y no obstante que ahora nos resulte familiar, del interior de nuestro planeta conocemos muchos menos que del espacio que la rodea. 

(BBC Mundo)