La siempre tortuosa relación entre Anaya y Coahuila; ¿por qué habríamos de votarle?

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La siempre tortuosa relación entre Anaya y Coahuila; ¿por qué habríamos de votarle?

En 2017, cuando las circunstancias políticas y el ánimo ciudadano habían caminado por primera vez en la misma dirección, el entonces presidente nacional del PAN, Ricardo Anaya, irrumpió en la historia de Coahuila y cambió el curso natural de las cosas, provocando el resultado conocido por todos: la permanencia del PRI en el Gobierno del Estado un sexenio más.

La entidad quería un cambio de régimen. Se habían acomodado las piezas para decir adiós al Moreirato y por ende, acabar con 88 años consecutivos de dominio priísta. Sin embargo fuerzas ajenas, antinaturales, movieron el tablero para favorecer al statu quo. Anaya fue uno de los jugadores. Desvió el cauce y provocó inundaciones. Damnificados. “Todo lo que toca lo incendia, por eso le dicen El Cerillo”, ha dicho de él otro panista, Ernesto Cordero.

Es verdad que fallaron todos el año pasado. Se consumó el fraude de principio a fin. Ni el Instituto Electoral de Coahuila, ni el Instituto Nacional Electoral, ni el Tribunal Electoral de Coahuila, ni el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación lo impidieron y mucho menos lo sancionaron.

Pero llegamos a ese extremo como consecuencia de que la agenda personal de un solo hombre, Anaya, nunca ha congeniado con Coahuila. Ni siquiera ha empatado en un punto intermedio. Consciente o inconscientemente, el desprecio ha sido sistemático. No ha sido prioridad en ningún momento.

Desde una visión centralista, se trata de un territorio propicio para el fracking aunque insignificante políticamente. Si bien dos millones de ciudadanos aparecen en la lista nominal, de ellos alrededor de un millón nunca vota y del millón que sí lo hace, 400 mil cruza el emblema del PRI a ciegas, independientemente de los comicios. En la rebatinga estadísticamente sólo quedan entre 600 y 700 mil votos a disputar. No merece un esfuerzo.

Por eso Anaya entregó la elección de 2017. Antes, durante y después de la jornada electoral. De principio a fin. Desde el proceso interno para la selección de candidato del PAN a Gobernador que él encabezó: fallido, largo, cansino, sin democracia ni certezas ni unidad, hasta desentenderse completamente cuando arreciaban las publicaciones de El Universal en su contra. Entonces se replegó y nunca más volvimos a saber de él en Coahuila. Ni siquiera escribió un tweet para despedirse. Nada. La etapa postelectoral se alargó y entrampó tanto que quitaba atención a sus planes, ya marcados en el calendario, y directamente abandonó cualquier esfuerzo.

Recapitulemos, pues. Primero descarriló al aspirante a candidato del PAN que apoyaban la mayoría de gobernadores de su partido en el País (algo que ni siquiera el mismo Ricardo Anaya tiene actualmente). Luego, como si fuese un juego de mesa, cedió la posición a Rafael Moreno Valle, entonces aspirante presidencial (y cercano a Rubén Moreira, por lo demás) como parte de la repartición de prebendas, simbólica, para mantener a éste maniatado en tanto lo desplazaba definitivamente. Posteriormente el PAN sólo logró representantes de casilla en 88 por ciento de los centros de votación, se levantó irresponsablemente de las mesas de recuento de votos y terminó por elaborar una demanda de nulidad que, justo es decirlo, no motivó ni fundamentó los agravios de forma indiscutible, como se puede leer en los archivos del Tribunal Electoral. Y claro, en todo esto metió mano el Comité Ejecutivo Nacional de Anaya.

Hasta la histórica marcha del movimiento “Coahuila Digno”, donde participaron alrededor de 60 mil personas, se vio ensombrecida por los manoteos frente a la multitud –literalmente- entre Anaya, Rafael Moreno Valle y Margarita Zavala. Fuera de la entidad los medios de comunicación alimentaron su agenda y, por línea editorial, destacaron más el rifirrafe entre los todavía aspirantes presidenciales, que la causa de la manifestación: el fraude electoral.

Además de los factores directos también existen indirectos, como llevarse a su campaña al secretario general del PAN y Coordinador del Grupo Parlamentario en el Congreso Local, Marcelo Torres. Luego de faltar éste al 53 por ciento de las sesiones (10 de 19), desde principios de junio está de licencia hasta la primera semana de julio. No obstante el primer semestre del año, donde se sientan las bases de la Legislatura trianual, el más importante del periodo, fue desestimado por éste y el PAN y ya pagan las consecuencias: el PRI les comió el mandado. Con una minoría, agenciándose legisladores del PRD, UDC y Morena, se atrincheró en el Congreso y ya es amo y señor desde la segunda quincena de febrero.

Incluso en la repartición de las candidaturas del Frente, en el proceso electoral de 2017-2018, Anaya cedió en la mesa dos distritos de los siete en que se divide la entidad: el 02, con cabecera en San Pedro de las Colonias, y el 07, que abarca Saltillo, General Cepeda y Parras. Dándolos por perdidos de antemano, ambos fueron asignados a candidatos de Movimiento Ciudadano, un partido con presencia testimonial en el estado. Con sólo mover a su estructura, el PRI no tendrá problema en ganarlos.

Finalmente, el desinterés ha sido tal que sólo se cuentan tres visitas relámpago al estado en 2018: el 3 de enero a Torreón, aún en la precampaña, exclusiva para militantes. Otra de 30 minutos a Saltillo, como reseñó VANGUARDIA el 12 de mayo, y brevemente a Torreón el 21 de junio. Las tres en zonas urbanas, espacios cerrados o semiabiertos, controlados y confortables, nunca mítines en plazas públicas, expuestos al aire libre y al escrutinio público.

CORTITA Y AL PIE

Por todo lo anterior, ¿por qué no votaré por Ricardo Anaya?

Porque traicionó a Coahuila, nuestro estado. ¿Hacen falta más argumentos?

LA ÚLTIMA Y NOS VAMOS

Lo dijo en el segundo debate presidencial: “en política se comete un error, y lo demás son consecuencias”. Anaya le dio sistemáticamente la espalda a Coahuila y, por eso, amor con amor se paga.

@luiscarlosplata