La saciedad de la hez

Usted está aquí

La saciedad de la hez

Para R. R. M. T.

En un mundo en el que casi todo ha sido traicionado, corrompido y devaluado, vale la pena preguntarse si el arte sigue teniendo alguna significación; merece la pena cuestionarse si, en los tiempos que corren, las ciencias, el conocimiento y la ética juegan algún papel.

Con cierta murria, un estudiante de Ciencias Biológicas acaba de decirme que, en su opinión, lo único que importa en la vida de los seres humanos es el dinero. “Por desgracia”, tuve que aceptar.

Nadie duda de que, desde su invención, el dinero es un ente simbólico imprescindible para moverse en la jungla de la humanidad. Ante tan tajante afirmación, la filosofía popular suele oponer una máxima: “Te mueres ¿y qué te llevas?”. Para nosotros, pasajeros al fin, el enunciado parece contundente. Pero mientras uno muere hay que enfrentar un sinfín de problemas y si queremos resolver una gran cantidad de ellos se necesita eso: dinero.

No comprendo muy bien cómo se las arreglaron algunos poetas y artistas durante el siglo XIX. Rilke, por ejemplo. O Leopardi. O Van Gogh. Tuvieron el auxilio de algunos mecenas que los admiraban o los amaban, pero ¿cómo resolver la vida cotidiana, ésa ante la cual hay que plantarse cada día? ¿Quién mantuvo a Sócrates, que, según parece, filosofaba diariamente en el ágora? ¿Alcibíades lo invitaba a desayunar, a comer y a cenar?

Esencialmente, el mundo parece ser el mismo pero los detalles han cambiado. Hoy sería difícil recorrer largas distancias para llegar a un lugar lejano sin abordar algún vehículo motorizado. Y sería impensable que el operador de un colectivo permitiera el libre acceso a los que esperan apiñados en las aceras. No hablemos de un avión o de un crucero. El transporte público –y el privado- es un negocio: los empresarios necesitan ganar dinero.

Los expertos opinan que el capitalismo es un buen sistema económico. Quizá sea así. El problema se presenta cuando el capital se detiene y se acumula en unas cuantas manos mientras millones de manos se quedan vacías. Y esto ocurre tanto en un régimen de gobierno “de izquierda” como “de derecha”.

Ni soy economista, ni sociólogo. La verdad, la verdad, soy un ignaro en todo. Ni siquiera sé si hay en mí sentido común. Pero hay cosas tan claras que es difícil ignorarlas: el hambre, el vergonzante subdesarrollo de buena parte del mundo, el enriquecimiento inexplicable de un montón de políticos, la explotación de las muchedumbres por unos pocos, la descomposición social, la dantesca burocracia de los gobiernos, la mediocre educación institucional, el tenebroso y gran negocio que constituye la guerra, en fin, ¿para qué continuar con esta lista de lugares comunes? Haría falta ser un verdadero indiferente para no darse cuenta de que esto es “el mundo al revés”.

Hace tiempo que no creo en el marxismo y en toda esa litúrgica parafernalia que hace décadas se llamó “la izquierda socialista”. Jamás he creído en lo que, también por tradición francesa, llaman “la derecha”. Y si “el centro” es la democracia… habría qué ver de qué “democracia” estamos hablando. Tengo que confesar que, en el ámbito de lo político, soy un escéptico. La humanidad está condenada a la utopía, e incluso la utopía resultaría falible. Y aquí no hay fracasos heroicos, como en las ambiciosas hazañas del Faetonte y el Ícaro de la mitología griega; aquí sólo hay fracasos, lamentables y ridículos.

Octavio Paz llama al dinero “mierda abstracta”. -¿Que no está de moda citar a Paz? ¿Que hoy es políticamente incorrecto citar a Octavio Paz? No importa lo más mínimo. ¿Tendría que citar a García Márquez, autor de una obra maestra, que se desvivía por ser fotografiado junto a Fidel Castro y otros ejemplares por el estilo? No, no. Me quedo con el autor de “Pasado en claro”, aunque la envidia mexicana lo haya acusado de todo.

El “artista” conceptual italiano Piero Manzoni elaboró, en los años 60,  una serie llamada “Mierda de Artista” que consistía en una colección de 90 latas –esperamos que bien selladas- hipotéticamente llenas de su propia caca. El año 2016 una de esas latas fue vendida por 275,000 euros, esto es, 5, 656, 580 de pesos mexicanos. 

En el mercado del arte contemporáneo ejemplos como éste pueden mencionarse a pasto. Hacia el año 2012 Vargas Llosa puso el grito en el cielo en su ensayo “La civilización del espectáculo”, aunque ya antes el pensador francés Guy Debord había reflexionado en torno del espíritu consumista y seudo cultural en su libro “La sociedad del espectáculo” (1967). El título del autor peruano alude directamente a Debord, pero su análisis no es tan agudo como el del francés o como el de otro filósofo galo actual: Gilles Lipovetsky (París, 1944).

Para hablar de dinero, hiperconsumo, cultura volátil y asuntos de similar jaez en esta época, Lipovetsky es uno de los autores más recomendables. Otro, bastante debatido, es el filósofo surcoreano Byung-Chul Han (Seúl, 1959):

“El libro de Byung-Chul Han [“La sociedad del cansancio”, 2012] es una crítica a la forma de estar en el mundo y de vivir la vida activa en la sociedad de la modernidad tardía. Retoma el pensamiento de Hannah Arendt, Foucault, Agamben, Hegel, y una novela de Melville, y afirma que sus conceptos fueron pensados para explicar una sociedad disciplinaria, en la que el sujeto se encontraba oprimido por fuerzas externas que limitan su vida a la explotación en el trabajo”, escribe Gabriela Quintero Camarena, (http://www.scielo.org.mx/pdf).

Lipovetsky, por su parte, ha venido escribiendo una serie de ensayos que ayudan a comprender la complejidad de este “diablo mundo”, como diría Espronceda, así sea a distancia, pues México está muy lejos de ser un país desarrollado como Francia, patria de este filósofo, autor, entre otros, de un libro llamado “La sociedad de la decepción” (2008), en cuya cuarta de forros leemos:

“Los sueños del progreso hace tiempo que produjeron monstruos y las instituciones despiertan desconfianza: «Dado que se prolongan las esperas democráticas de justicia y bienestar –dice–, en nuestra época prosperan el desasosiego y el desengaño, la decepción y la angustia.» Pero la entidad que promete la felicidad del ciudadano no es la democracia sino el capitalismo consumista. Aun así, el capitalismo siempre tiene enemigos; en nuestra época cabe señalar el voluntariado, las ONG, el ecologismo responsable, la idea del comercio justo y la del desarrollo sostenible. El mercado ha conseguido transmutar los valores y los sentimientos, pero no comercializarlos del todo.”

Muy estimulante, por cierto, el diálogo que sostuvieron Vargas Llosa y Gilles Lipovetsky durante la presentación del libro del primero en el Instituto Cervantes de Madrid, el 24 de abril del 2012, fecha de aparición de “La civilización del espectáculo”, en el que el filósofo francés se muestra mucho más lúcido que el Nobel peruano. (YouTube).