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La risa eterna de Chaplin
El otro día, como muchos días, elegimos mis hijas y yo una película para ver en la tele. Momento durísimo para el amante del cine y educador a tiempo parcial: ¿pongo la última de Barbie? ¿Vemos la segunda parte de Crepúsculo, que es lo que quieren ellas, o me lanzo hacia los clásicos, para que no se me atonten demasiado? ¡Qué maravilla recuperar las columnas de la cultura cinematográfica universal, disfrutándolas de nuevo a través de su inocente mirada!
–Papá, pon lo que te dé la gana, pero que no sea en blanco y negro.
Drama. Rechazadas, de un solo plumazo, las mayores creaciones de la historia del cine. Las películas que fundamentaron mi vida, mis sentimientos más profundos, echadas por tierra en un segundo, porque son raras, oscuras, en blanco y negro. Pero, atención: si se las obliga es peor, porque terminarán odiándolas: hay que andarse con cuidado con estas cosas. Ante todo, calma, no se puede presionar con la belleza. Debe ser encontrada en el camino como un tesoro escondido, y solo así, como algo fortuito, entrará a formar parte de nuestras almas.
Probé con El maquinista de la General, de Keaton. Estupefacción. Silencio. Incomprensión.
–¿Por qué no habla?
–Es que es muda.
–¿No tiene colores, y encima es muda?
Tensión. En 10 minutos, todo el mundo dormido. Fracaso estrepitoso. El educador a tiempo parcial, despedido, ninguneado. Se necesitaba una nueva estrategia. Retirada prudencial hacia Los Goonies, E.T. o High School Musical. Ya habría tiempo de investigar esa zona del pasado que para ellas resulta, cuando menos, prehistórico. Sin embargo, Chaplin… Quizá funcione. No me he lanzado todavía, porque me da miedo. No les podía arruinar a Chaplin, es demasiado importante. No solo cinematográficamente, me refiero a nivel emocional: estamos hablando del corazón del siglo XX. Pero ¿cómo introducir en sus cabecitas este tremendo artista, si ni siquiera los supuestos adultos lo tienen presente?
¿Quién es Chaplin? ¿Aquel cómico gracioso, pero tristón? Para muchos, desgraciadamente, su descripción acaba ahí. Un traje, sin duda, demasiado estrecho para el director que cambió el rumbo de la narración, el lenguaje esencial del cine tal y como lo conocemos hoy día. Y no solo eso. El talento de Chaplin supera sus propias películas, proyectándose más allá de sí mismo. Chaplin es un icono del humor, define la risa frente a la adversidad. Y esto, para mí, es algo trascendental. No hay nada más importante que la risa, entendida como arma y escudo contra la lógica de lo serio, de la sólida e inquebrantable realidad, áspera y hostil como roca volcánica. El humor es el motor que pone en marcha la maquinaria del pensamiento, dotando al hombre de la energía necesaria para soportar el sabor amargo de la existencia. Pero todo esto tan rimbombante no es idea mía.
La risa, entendida como método de conocimiento, es una de las ideas marginales de la filosofía más perseguidas, precisamente por su carácter disolvente y contradictorio. Pocos textos han hablado de ello, aunque Aristóteles dejase claro que lo único que nos diferencia de los animales es que ellos no se ríen. Quizá por eso Sean Connery buscaba desesperadamente el segundo volumen de la Poética en El nombre de la rosa, intentando comprender algo inasible.
Intuido por Hegel en su dialéctica, la risa forma parte de esa antítesis necesaria para llegar a la síntesis totalizadora. Woody Allen, en boca de Lester, el personaje interpretado por Alan Alda, es quien, en esa formidable película, Delitos y faltas, afirmaba rotundamente que “la comedia es drama más tiempo”. Sin embargo, siguiendo al creador de La quimera del oro, me atrevo a ponerlo en duda. “La vida de cerca es drama y de lejos es comedia”, decía Chaplin, subrayando una característica básica, su carácter espacial. La comedia es drama más espacio. Es la posición del espectador, su situación geográfica con respecto al drama, la que identifica la comedia, no su distanciamiento temporal.
Este debate recuerda a la filosofía escolástica, pero en cuestiones acerca del hombre y del alma, desgraciadamente, partimos de principios anclados en lo más profundo del pensamiento cristiano. ¿Por qué la comedia está fuera y el drama está dentro? ¿Por qué la trayectoria narrativa del drama es descendente y la comedia asciende? Por analogías. La tragedia es más humana porque habla del dolor, y por tanto está más cerca del corazón. Está dentro de nosotros. El drama duele, y lo que duele es lo más profundo, la propia identidad. La comedia es cosificada al ser un sentimiento ajeno al hombre: está “afuera”, en la piel. La comedia, por tanto, es “superficial” y analógicamente “frívola”, digamos que carece de importancia, al definirse a sí misma como “externa” al ser humano. El drama desciende porque el protagonista es el héroe, que cae del Olimpo a causa de sus pecados. La comedia asciende porque su héroe es un tipo miserable (“Un pobre hombre metido en una tremenda historia”, como decía Hitch), que va subiendo por una montaña de obstáculos, tras sortear una serie de ridículas situaciones, hasta el final feliz.
El drama propone además una reflexión: una película seria puede llegar a ser analizada en el mismo proceso de su disfrute. En un drama tienes tiempo para pensar y, por tanto, colaborar en su desarrollo. El espectador no es ajeno a las conclusiones que genera el espectáculo, participa de ellas. La comedia, sin embargo, no se deja analizar.
Me explico: estás viendo un drama y puedes pensar sobre ello: me gusta, lo entiendo, comprendo las correspondencias entre las secuencias. Me llega, tengo tiempo para reaccionar (a veces, demasiado tiempo). La comedia no. La comedia te hace reír en un instante, en un impacto irreflexivo, como si se tratase de un cortocircuito. La comedia prescinde del corazón, atravesando la corteza cerebral y penetrando en un lugar recóndito del cerebro, saltándose todos los controles. La comedia y su átomo, el gag, hablan directamente con un único interlocutor, el inconsciente. Te ríes, sí, pero en realidad no sabes por qué. “Porque es absurdo”, solemos responder, o “porque es contradictorio”, incluso “porque no me lo esperaba”. Mucho más tarde, cuando el espectáculo ha finalizado, el cerebro, normalmente humillado, hace un esfuerzo por entender lo ocurrido, buscando correspondencias, y al saberse derrotado afirma: sí, es un humor muy inteligente, muy sutil. Pero en realidad el verdadero humor, el humor de Chaplin, no es inteligente. Entendedme: es mucho más que eso. Es salvaje, instintivo, inconsciente, contradictorio, absurdo: es decir, incontrolable y esencialmente peligroso, pero absolutamente necesario para comprender eso que llamamos vida.
Reconozcamos que la gente aprecia más a Sófocles que a Aristófanes. La risa sigue siendo, precisamente, algo que da risa, que no es serio. Por eso Chaplin no es mejor que Welles y Wilder mejor que Dreyer. Sin embargo, junto a Bergson, yo opino sinceramente que la risa es una cosa muy seria, y les advierto que Bergson no era un payaso, precisamente. Amando de Miguel habla de Bergson y Chaplin encontrando interesantes confluencias en su ensayo sobre el Quijote. No sé si Chaplin leyó a Bergson, pero, desde luego, lo parece.
Lo contradictorio, lo opuesto enfrentado, son componentes esenciales de la risa, y del personaje de Chaplin. No solo su indumentaria, sino, sobre todo, su extraño comportamiento. Es tremendamente activo, incluso histérico, y al mismo tiempo profundamente estático. Pero lo que hace genial el texto de Bergson es el descubrimiento de que la risa se produce por la brusca interrupción de un comportamiento mecánico repetitivo. Un resbalón con un plátano, el átomo indivisible del humor, se fundamenta exactamente en ese principio. Al caer y quedarse sentado absurdamente, la víctima sufre un cambio espontáneo en su movimiento que, por supuesto, no es premeditado. El hombre debería seguir andando mecánicamente, como anda Charlot, parecido a un títere con su (contradictorio) bastón elástico, pero se cae y llega (absurdamente) a una postura no prevista. Chaplin se ríe de la marioneta, de los muñecos que nos movemos en una especie de rueda mecánica que solo el absurdo es capaz de romper.
Chaplin nunca llegará al número uno en esa lista de grandes directores de la historia, aunque La quimera del oro, Tiempos modernos, Candilejas o El gran dictador se encuentren siempre en los primeros puestos. No ocurrirá porque la comedia nunca superará al drama, y en verdad les digo que esa y no otra es nuestra auténtica tragedia. Nunca entenderemos que la comedia es lo más serio que existe. Pocas películas he visto más divertidas, inteligentes y arriesgadas que El gran dictador. Su discurso final, tremendamente verdadero y serio, no nos hace ninguna gracia, pero nos llena de esperanza. Si Chaplin se atreve, ¿por qué no nos atrevemos todos?
Taschen, esa editorial de libros maravillosos, acaba de sacar un volumen recopilatorio de la obra del genial Charles Chaplin. Docenas de imágenes inéditas de sus rodajes, así como un exhaustivo estudio de su método de trabajo. Una oportunidad única para revisitar la obra del maestro del humor. Dice Amando de Miguel que “la cultura es (…) el acuerdo que existe para poder reírnos de los mismos objetos”. Espero que este magnífico libro nos ayude a entender mejor la figura de uno de los hombres que más ha hecho por la cultura en el pasado siglo.
Por Alex De La Iglesia / El País