La Revolución que no fue
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La Revolución que no fue
Perdón por decepcionar a más de uno, o por hacerlo sentir que su vida ha sido una mentira. Lo que aquí menciono, basado en algunas fuentes, puede sonar blasfemo. Dice Denise Dresser en su libro “El país de uno”: 200 años de héroes falsos y mentiras propagadas y dictaduras perfectas y democracias que están lejos de serlo.
Es cierto que muchos mexicanos creen apasionadamente en los componentes centrales del “nacionalismo revolucionario”. Es cierto que muchos mexicanos han internalizado las ideas muertas del pasado, y por ello les resulta difícil forjar el futuro. Es cierto que muchos mexicanos han sucumbido al romance con la supuesta excepcionalidad histórica de México, y por ello se resisten a apoyar medidas instrumentadas con éxito en otros países.
Aquí ideas como el estado derecho, la separación de poderes, la tolerancia, la protección de las libertades básicas, de expresión, asambleas, religión y propiedad, no forman parte del andamiaje cultural post revolucionario.
Ahora bien, la cultura heredada, promovida, aprendida por los mexicanos a partir de la Revolución es una invención interesada, un cálculo deliberado, es aquello que los políticos y los ideólogos del régimen decidieron enseñarnos en la escuela pública. Las costumbres y liberales y las creencias reaccionarias que dibujan el mapa mental de tantos mexicanos fueron colocadas allí porque eran útiles.
El poder político de México vivió -y vive aún- de alimentarlas. La cultura política del país ha servido para apuntalar ese artificio contractual que es el corporativismo post revolucionario y el capitalismo de cuates que engendró. Para justificar la permanente de redistribución de la riqueza en favor de los grupos beneficiarios del status quo.
A México le hace falta ir al psiquiatra para resolver un problema mental, y a la vez necesita combatir una estructura y privilegios que ni la independencia ni la revolución lograron encarar.
En el mismo sentido esta lo que Dijo Daniel Cosío Villegas en su ensayo La crisis de México: “Una corrupción administrativa general, ostentosa y agraviante, cobijada siempre bajo un manto de impunidad al que sólo puede aspirar la más acrisolada virtud, ha dado al traste con todo el programa de la Revolución, con sus esfuerzos y con sus conquistas, al grado de que para el país importa poco saber cuál fue el programa inicial, que esfuerzos se hicieron para cumplirlo.
La aspiración única de México es la renovación tajante, la verdadera purificación, aspiración que sólo quedará satisfecha con el fuego que arrase hasta la tierra misma en que creció tanto mal. Debe convenirse en que la Revolución fue un movimiento violentísimo, cuyo rostro destructivo se ha ido olvidando.
Exterminó a toda una generación de hombres y a grupos e instituciones enteros: acabó íntegramente con el ejército y con la burocracia porfirista; concluyó con la clase más fuerte y más rica, la de los agricultores grandes y medianos, desapareciendo así toda la alta burguesía y gran parte de la pequeña, muchas de las mejores fuentes de riqueza nacional-los transportes, la industria azucarera, toda la ganadería, etc.- languidecieron hasta el borde de la extinción.
La Revolución Mexicana en suma creó un enorme vacío de riquezas y se deshizo la jerarquía social y económica labrada durante casi medio siglo. La triste realidad social había imponerse bien pronto, ante la necesidad de recrear la riqueza destruida. Quizás ninguna carga mayor cayó sobre los hombres de la Revolución.
En lugar de que la nueva riqueza se distribuyera parejamente entre los núcleos más numerosos y los más necesitados de ascender en la escala social, se admitió que cayera en manos de unos cuantos que, por supuesto, no tenían mérito especial alguno. De ahí la sangrienta paradoja de que el gobierno que hacía ondear la bandera reivindicadora de un pueblo pobre creara por el robo y el peculado, una nueva desigualdad social económica”. Revolución al estilo Robin Hood.