La República del Río Grande: un país sin ficción
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La República del Río Grande: un país sin ficción
La vida al sur del río Bravo transcurría con normalidad: llamémosle así a la situación cuando la gente trabaja, estudia, se divierte sanamente, viaja de un lugar a otro, vive con un nivel de vida aceptable, considerando que en la frontera no existen niveles de pobreza extrema. Al principio fueron llegando a las ciudades fronterizas tipos de otras partes del país.
Llegaban de ocho a doce sujetos, empezaban pidiendo cuota de piso a los pequeños comerciantes, a quien no pagaba, lo secuestraban y obligaban a que los familiares pagaran rescate.
No había local que se salvara de esta plaga. Luego reclutaron gente de las mismas comunidades. No faltó aquél que estaba dispuesto a asociarse para hacer negocios. Algunas mujeres terminaron relacionándose sentimentalmente con los delincuentes. Al final todos pagaron las consecuencias de aliarse con esos tipos.
Reclutaron un ejército de adolescentes para utilizarlos como halcones.
Estos tenían la encomienda de monitorear los movimientos de todos los ciudadanos, para pasar información de las actividades profesionales y comerciales de éstos, con el fin de extorsionarlos y secuestrarlos; los muchachillos vigilaban además las acciones de las fuerzas de seguridad federales y estatales.
Luego empezaron a aparecer personas ejecutadas por todas partes. “Que a Zutano lo mataron con un torniquete”. “Que a Fulano lo dejaron en un camino de terracería, maniatado y con un tiro en la nuca”. La gente se fue acostumbrando a escuchar noticias de ejecuciones todos los días. No había calle ni vecindario que no aportara su cuota de sangre.
LA EMBESTIDA DEL CRIMEN
Los primeros negocios que sufrieron la embestida criminal fueron las cantinas y los bares, luego los restaurantes. Los conductores de taxis también fueron reclutados, por un doble motivo: usaban a los choferes para vender y entregar la droga, y para que patrullaran las ciudades.
El crimen organizado llegó a controlar algunos medios informativos y a sus reporteros. También asesinaron a periodistas. Dictaban la línea editorial. Daban el visto bueno a las noticias que se daban a conocer a la opinión pública, mientras que vetaban aquellas relacionadas con sus actividades.
Para tener un control total se apropiaron de las policías municipales, siempre fáciles de corromper. Desde el director de la corporación, hasta el último elemento raso quedaron al servicio de los nuevos grupos de poder.
Cobraban impuestos, de manera inmediata y expedita, cara a acara, sin toda la compleja y tediosa burocracia de Hacienda. Realizaron censos para saber quién era quién y a qué se dedicaba. Tenían una fuerza armada con licencia para matar: ellos eran su propia fuerza armada.
Un Estado dentro del Estado, un Estado en toda la extensión de la palabra.
Durante cierto tiempo, no hubo más ley que la que impusieron los Zetas en varias regiones de Coahuila. Poco a poco se fueron apropiando de empresas, de vidas, de ranchos, de minas. Lo que un tiempo fue regulado por el Estado, el crimen organizado lo tomó a plata y plomo.
Llegaron los delincuentes a las propiedades agrícolas y expulsaron a los legítimos propietarios, otros corrieron con menos suerte: los mataron. La industria del carbón ha mantenido sumidas en la miseria durante siglos a miles de familias; el carbón es la materia prima de la Carboeléctrica de Nava: pues bien, también se apropiaron de minas de carbón.
La gente empezó a cambiar sus costumbres. Ya no salían de noche. En las ciudades no había un alma en las calles después de oscurecer. Las carreteras eran intransitables. La gente corría el riesgo de desaparecer si la sorprendía la noche lejos de su casa. La gente encerraba las gallinas, soltaba los perros y atrancaba las puertas. Oyeran lo que oyeran, no abrían hasta el amanecer: todo como en una película gringa de terror. Ya de mañana encendían la radio o compraban el periódico, para enterarse de los muertos de la víspera.
La gente no hacía más que encomendarse a Dios. No se podía hablar en público de estas cosas. Estaba prohibido. Las consecuencias serían fatales. Nunca se sabía con quién se estaba hablando. Mejor callar.
Se prohibieron las reuniones de amigos y de familiares. El nuevo gobierno, por ejemplo, también regía las bodas. A los nuevos gobernantes había que pedir permiso y pagar para casarse. A ellos había que comprar el licor y la cerveza para la fiesta. Si la gente omitía ponerse a cuentas con ellos, llegaban a mitad del festejo y levantaban al novio o la novia y a unas cuantas calles los dejaban medio muertos. Bautizos, aniversarios de quince años, graduaciones escolares: todo estaba regido por los grupos que tenían el poder
Todo esto, señora Clinton, señor Trump, pasaba a unos metros de la nación más poderosa del mundo. Del lado sur del Bravo se instauró un nuevo gobierno y ni los más avanzados sistemas de inteligencia –ni siquiera los sistemas de inteligencia privada del señor Trump- registraron las masacres. ¿Tocarán un tema como éste en el debate del día de hoy?
Jesús carranza