La redención de cautivos

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La redención de cautivos

El pecado de Roberto Coogan consiste en creer en la gente, en confiar en que todos podemos cambiar

En días pasados, la policía de asalto de Coahuila irrumpió en una casa comunitaria del barrio Saltillo 2000. No sólo se tomó agresivamente el lugar, sino que golpearon a varios de los ocupantes y sembraron droga. En ese lugar habita un sacerdote norteamericano que ha entregado su vida a los prisioneros, hombres y mujeres. Él realiza un trabajo sumamente difícil desde dondequiera que se le vea. La gente que está en las cárceles tiene una vida muy especial puesto que carece de existencia individual: debe compartir sus días, noches, meses, años, espacios y horarios de cientos de personas más. Esto ya es un enorme castigo. Dirá usted que muy merecido. Quizás. Pero nos hemos enterado de no pocos casos de detenidos que luego aparecen como inocentes y que debieron sufrir la falta de libertad sin merecerla. No hace mucho que se declaró que tres mujeres ñahñúes (otomís) eran inocentes de los crímenes por los que se les encerró durante varios años. ¿Qué podemos pensar de esto?, yo no lo sé, se me ocurre que podríamos someter a los jueces que las condenaron a un mes de cárcel para que entiendan lo que significa esa pena, ¿darles una sesión de pellizcos? Las señoras, menuditas y chaparras como eran (1.52 y 1.55 metros de estatura), según los jueces secuestraron a seis policías judiciales de entre 1.78 y 1.82 metros, 90 kilos promedio, armados hasta los dientes. Sé que el  ejemplo no puede ser extendido a cualquier caso, pero existió.

No creo que estar pretendiendo que todos los detenidos son inocentes. La mayoría cometió un ilícito. De lo que se trata es de que con su transgresión a la ley y la pena impuesta siguen siendo personas, tienen una dignidad y ciertos derechos que son inalienables.

El padre Robert Coogan escogió el sector más difícil, pero se entregó a él en cuerpo y alma. Ha construido una red de apoyo a los que cumplen con su condena y salen desesperados a buscar un trabajo. Les ofrece a algunos un lugar para que se readapten a la vida en libertad, cosa siempre difícil, y hace lo que puede por reinsertarlos en la sociedad de la que estuvieron alejados.

El padre también trabaja dentro de las cárceles cuando se lo permiten. Oficia misa, confiesa, catequiza, llega a casar a detenidos con personas que gozan de libertad, instruye y alienta las vidas de quienes sufren por errores cometidos. No cualquiera estaría dispuesto a esto. Él lo ha hecho con una entrega y generosidad realmente asombrosas.
Permítame nombrarle algunos antecedentes de la cristiandad con respecto a esto que se ha nombrado “pastoral penitenciaria”. Muchos santos fueron sensibles al asunto por experiencia propia. San Francisco de Asís, el más grande, estuvo encarcelado un buen tiempo. Salió convertido y dedicó el tiempo a hacer el bien creando una orden religiosa. San Juan de la Cruz, el poeta místico más preclaro de todos los siglos, vivió la experiencia de la prisión. San Ignacio de Loyola fue denunciado como “alumbrado” y por poco y no logra sobrevivir. Luego fundó la Compañía de Jesús. Domenikos Theotokopoulos, “El Greco”, pintor excelso, predilecto de Felipe II, fue acusado en secreto y encarcelado sin saber por qué. ¿Y dónde dejamos a Miguel de Cervantes? Ellos y 100 más tuvieron esa triste experiencia y la transformaron en algo positivo para la humanidad.

El pecado de Roberto Coogan consiste en creer en la gente, en confiar en que todos podemos cambiar, en saber que todos tenemos una dignidad y derechos humanos, porque nunca dejamos de serlo.

El domingo pasado, 2 de abril, se celebró una misa en campo abierto cerca de la casa del padre Coogan. Concelebraron siete sacerdotes. Participaron personas de no menos de 14 comunidades civiles, religiosas, ecologistas y otras. Se leyó un comunicado de todos los obispos del Noreste, sin excepción, apoyando al padre y condenando los hechos. Firmó el Nuncio Apostólico.

Ahora toca al Procurador de Justicia y al Secretario General de Gobierno informar qué es lo que sucedió. ¿Por qué maltratar a un sacerdote que hace lo que debería hacer el Gobierno?, ¿cómo se justifica esa agresión de la Policía Estatal?, ¿tienen freno?, ¿se les fincan responsabilidades?