La realidad supera a la fantasía

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La realidad supera a la fantasía

Parecía una de esas películas norteamericanas de ciencia ficción:

Camiones amarillos que habían volado y caído del cielo en los patios de las casas de Infonavit de Ciudad Acuña, al paso de un mortífero tornado acaecido en mayo de 2015.

Quizá esa fue la imagen, la impresión, que más se me quedó y perdura en mi cabeza: la de unos camiones amarillos tirados patas arriba en los corrales diminutos de las diminutas casas de Infonavit, en Acuña.

Tan furioso había sido el ataque de aquel monstruo que levantó por los aires esos camiones de varias toneladas de peso, en los que además viajaban personas, el chofer y obreros, que salían o iban a las esclavizantes maquiladoras de Acuña.  

Ya me imagino la escena de los camiones amarillos de trasporte de personal cayendo del cielo y a la gente guarecida en sus casas viéndolos volar por las ventanas y desplomarse sobre sus viviendas.

Todo en cuestión de minutos.

Pero después de la tormenta, más tormenta:

Gente llorando, casas destrozadas y el inventario final de la tragedia: 14 ó 16 muertos, no recuerdo bien a bien.

Es un barrio de Acuña convertido en zona de guerra.

Me contaba la gente que lo vivió que se había escuchado como un tren pasando por encima de ellos.

Y en el cielo, que se había puesto como al rojo vivo, camiones amarillos, y otros automóviles, que volaban como hojas de árboles y se precipitaban sobre las casas.

No, no era una alucinación, era un tornado. La fuerza invencible de la naturaleza dando con todo.

Fue el amanecer en que llovieron camiones amarillos del cielo, una lluvia de camiones amarillos.

Al rato las grúas sacándolos de los patios de las casas, la gente agolpada en la calle, atónita, contemplando el espectáculo.

Uno de esos días mientras realizábamos la cobertura el cielo se oscureció, se puso negro, pensé que era el fin del mundo.

La lluvia, el viento y los rayos dando con todo, contra todo, la gente corriendo y gritando.

Me imaginé otra lluvia de camiones amarillos cayendo sobre nosotros y le pedí perdón a Dios por mis incontables pecados.

Al rato se asomó el sol por todo lo alto, enmarcado en un cielo de un azul intenso, cielo de buenos augurios.

Esta vez sí, tras la tempestad, vino la calma.