La razón de ser de los pandilleros (Crónica de Jesús Peña)

Usted está aquí

La razón de ser de los pandilleros (Crónica de Jesús Peña)

Todo en la vida tiene su razón de ser, la frase es gastada, reconozco, pero totalmente cierta.

“Esos muchachitos, los pandilleritos que están en las esquinas, tienen su razón de ser”, decía la maestra Zoila Hernández Blanco, en su clase de sociología de la comunicación, y sí.

La pandilla no es simplemente ese grupo de guarros esquineros que se viven las noches fumando del porro e inflando con tonalla u otros de esos alcoholes baratos que venden en el Oxxo.  

Que se la pasan armando broncas a pedradas, echando de la madre o canasteando a cuanto incauto-inocente se atreve a traspasar los límites de su territorio.

Tienen su historia, su causa, su razón de ser, vaya,

Los une, principalmente, un resistente cordón umbilical: la carencia de afecto, de amor, de comprensión, al interior del seno familiar, y no es cursilería.

De ahí que la pandilla no sea simplemente los guardaesquinas, los malandros, chundos, cholos, que gustan de vestir tumbado y meterse a bailar al paseo 2255, al Bulldog o al retro 85, son ante todo una familia.

La familia Wong, de la colona Centenario, la de los Papuchos Vista Hermosa, la de los Destroyers, de la Pueblo Insurgente, la familia Gatos de la Loma, del Barrio de Santa Anita, Vampiros de la colonia San Isidro o la de las Ladies 13, de la Saltillo 2000, una banda de chicas adolescentes prendidas.

Son familia y tienen su historia.

Pero para hablar de ellos hay que conocerlos bien, visitar de noche sus arroyos, sus tapias y sus esquinas sombrías, escucharlos, porque hasta los rebeldes sin causa, como dijera Cantinlfas, pos alguna causa deben tener.

Y yo, disculpe, no es presunción, me plazco, me gozo, en decir que conozco a todas estas bandas y a algunos más.

He entrado en sus guaridas bocas de lobo, platicado con ellas, escuchado sus mil y una aventuras, tomado a pico de botella de sus caguamas y aspirado, sin querer, los vapores embriagantes de sus chemos y sus churros.

No sin temor a que algo me pasara, pero la libré.

Era la única manera de publicar un especial sobre bandas en el Semanario, con sus historias, la historia de todas estas familias, combinadas con unas espléndidas gráficas de nuestro staff de fotógrafos.

Vaya noches las que nos pasamos recorriendo los bajos fondos de Saltillo, vaya noches.

Pero valió la pena y me jacto, le digo, de decir que conozco a estas pandillas, o mejor dicho, familias…