La primera Navidad en Parras

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La primera Navidad en Parras

‘Ordenaron su baile adornados con plumas de varios colores de guacamayas y otros pájaros; con flechas en las manos, a su usanza y cantando sus letras’

Se ha dicho que Santa María de las Parras fue fundada por los padres jesuitas en 1598. Pero Parras ya existía. El rey Felipe II hace una mención en un manuscrito que se encuentra en Sevilla y dice que “El Saltillo y Las Parras están de guerra”, y el documento lleva la fecha 1581. Es indiscutible que el rey no ignoraba lo que poseía. Antes de esa fecha también se habían entregado tierras a algunos españoles en Parras en 1578, pero no con ese nombre sino con el de Valle de los Pirineos, puesto, evidentemente, por los vascongados que ya empezaban a desplazar del poder a los portugueses. Y antes de esta última fecha, tenemos constancia documental de que en las dos lagunas (Parras y Mayrán) anduvo un fraile de San Francisco predicando y logró evangelizar y bautizar a muchísimos indígenas, todavía una década antes de la mencionada.

Así que cuando llegaron los hijos de San Ignacio en 1594 pudieron cosechar lo que no habían sembrado. De ahí el “éxito” increíble de los jesuitas para lograr reunir a centenares de indios en la población que sería la más importante en la región: Parras.

Un sacerdote jesuita relata, todavía en el siglo 16, la primera Navidad de esa misión. Cuenta que “en el pueblo de las Parras, al nacimiento del Niño Jesús, ordenaron su baile adornados con plumas de varios colores de guacamayas y otros pájaros; con flechas en las manos, a su usanza y cantando sus letras, no ya bárbaras, sino cristianas, aunque al modo en que la dictaba su sincera capacidad. Como tales las recibiría aquel Señor que bajó del cielo a la tierra por ellos y se dignó de recibir dones de pobres y rudos pastores a que concurrieron espíritus bienaventurados don sus cánticos… traducidos de su lengua”.

Los misioneros organizaron un gran desayuno; mataron novillos y borregos para el festejo de la Navidad. Los niños cantaron y tocaron instrumentos musicales europeos (violines, chelos, violas y chirimías) aclarando que los niños más dotados para la música eran “los serranos”, que correspondían no al valle de Parras sino a lo que se empezó a denominar “Cuaguila”, o sea, de la región del río Nadadores.

Los guerreros marchaban en filas blandiendo sus arcos y marcando el paso como acostumbraban hacerlo en sus mitotes. Finalmente todos pasaron a darle un beso a una estatuilla del Niño Jesús, acto al que llamaron “adoración”. Y de ahí siguió el gran desayuno, convocados al son de trompetas.

Esto es un relato escrito para informarle al padre General, el superior en Roma, lo que hacían en aquel norte bárbaro, en ese Septentrión que en la época causaba temor a indios mesoamericanos y a españoles por igual. Para el sacerdote era una muestra de su capacidad de convencimiento y sus progresos “entre gentes las más bárbaras y fieras del nuevo orbe”, que es el título del libro en que apareció ese informe.

Sabemos que todos los indios de lo que hoy es el Noreste de México, sin excepción, desaparecieron. Nos preguntamos si algo de aquel esplendor jesuítico queda. Y la respuesta es que sí, que todavía hay ceremonias que casi son copia al carbón. Viví tres años en Vícam, comunidad yaqui, que fue dominio de la Compañía de Jesús en Sonora. Varias veces disfruté de esas festividades extraordinarias en ese pueblo o en otros, como Pótam o Huírivis. Los yaquis siguen haciendo ritos parecidos, que son muy impresionantes para un extraño, como lo era yo. Y, entre la fiesta, siguen cocinando grandes cantidades de comida que dan a quienquiera se acerque: matan un toro y preparan su carne revuelta con frijoles y garbanzos (el nombre en lengua cáhita es: guacavaque), servido en tortillas de harina enormes que hacen las veces de plato y cuchara. ¡Muy sabroso!

Todavía realizamos ceremonias de las que no tenemos conciencia plena de su origen. Aunque ahora, invadidos por la potencia comercial del país vecino y, sobre todo, por su ideología, adoptamos muchas cosas que vienen de otras tradiciones. Y no digo que sean mejores o peores, sino que en otro tiempo eran ajenas. De España recibimos demasiadas influencias, simplemente hablamos su lengua, que es el vehículo principal de toda cultura. Ahora que todo es global estamos en un punto del que no podemos asegurar su consecuencia.