La pregunta por el suicidio

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La pregunta por el suicidio

Ilustración: Vanguardia/Alejandro Medina
¿La vida tiene sentido? No hay una respuesta contundente porque precisamente el sentido de las cosas es algo muy personal

De acuerdo al más joven Premio Nobel de Literatura, Albert Camus, el problema del suicidio es el más importante en filosofía: saber si la vida tiene sentido o carece de él. No muy lejos de Camus, en tiempo y  geografía, Viktor Frankl estaba preso en un campo de concentración alemán soportando los peores días que cualquiera pudiese enfrentar. Fue testigo de una buena cantidad de suicidios: las cercas perimetrales estaban electrificadas y muy seguido un judío se afianzaba a ellas para morir. Pero ni Frankl ni muchos miles se suicidaron. Al fin de la guerra, Frankl, que era psiquiatra, se dedicó a rehacer su vida intelectual y creó un sistema de ayuda a personas para descubrir un sentido a la vida.

¿Por qué no se suicidó y otros sí? Él dice que su pensamiento más firme era sobrevivir a la prisión para reencontrarse con su mujer, el amor de su vida. Ella estaba en otro campo de concentración. Cuando Frankl salió se enteró que había muerto. Frankl tuvo un elemento que lo hizo soportar todo: el compromiso amoroso. Hay que preguntarse si los judíos que se suicidaban electrificándose con 10 mil voltios eran peores que él, y para esto no tenemos respuesta. O quizás haya alguna, pero los suicidas no pudieron decírnoslo. Sabemos que guerrilleros tupamaros del Uruguay se habían preparado anímicamente (y quizás físicamente) para soportar la tortura hasta lo indecible para morir en una sesión. Creían que esta forma tan sutil de suicidio era un golpe poderoso contra los que los atormentaban.

Otro judío que vivió en Auschwitz los peores momentos de su vida, resistió todo hasta el día en que los rusos liberaron a todos los prisioneros. Se llamaba Primo Levi y era un destacado químico. Regresó a Italia a trabajar en aquello en que era un experto: fabricar pinturas de la más alta calidad. Escribió varios libros sobre su experiencia en Auschwitz, sobre sus concepciones éticas y cuentos muy bellos. En la cumbre de su éxito como escritor se suicidó. ¿Cómo es posible que quien soportó el campo de concentración haya tomado esta decisión mientras era admirado por millares de personas del mundo entero?

Saber si la vida tiene sentido… fue la recomendación de Camus. Y no hay una respuesta contundente porque precisamente el sentido de las cosas es algo muy personal. En el libro clásico sobre el tema, el libro de Emilio Durkheim, “El Suicidio”, éste encontró que en Francia, a finales del siglo 19 se suicidaban más campesinos cuando había habido malas cosechas; se mataban un poco más protestantes que católicos, muchos más varones que mujeres, etcétera. Encontró causales, pero no estrictamente explicaciones.

La investigación que realizó la Universidad Autónoma de Coahuila sobre el suicido en Saltillo arrojó datos interesantes. Todo indica que ningún político leyó jamás ese libro; por tanto, no tienen derecho a opinar. Periodistas afirmaban que los suicidas eran influidos por los periódicos amarillistas que festinaban a los que se iban “por la puerta falsa”. De las entrevistas hechas a las familias de los suicidas se supo que nada más uno leía periódicos. Se encontró que se matan más hombres que mujeres, aunque hay casi la misma cantidad de intentos en ambos sexos. Es muy sencillo: el método. El varón se cuelga o se mete un balazo, la mujer se toma 20 pastillas o se corta las muñecas: la mayor parte se salva.

Hay demasiados elementos que no se pueden tratar en un artículo como éste. Los psiquiatras dicen que a estas personas les falta algún elemento en el cerebro (litio u otros). El problema es que es casi imposible hacer un análisis de los cerebros de la gente para saber de qué carecen.
No me cabe duda que el suicidio es un acto que está en la mano de cada persona. Cierto que el que lo realiza hace un daño enorme a los que se quedan. Y no sería raro que ese fuese el designio de algunos. No lo sabremos más que en casos especiales. Un señor se colgó en su taller con un letrero pegado a su camisa: “te chingaste, pinche perra”. Es evidente que no había logrado discutir sus diferencias con su señora.

El suicidio es un misterio. No nos queda más que respetar a quienes optaron por ese tipo de muerte.