La posada de la familia

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La posada de la familia

“Las posadas” son una tradición muy apreciada. Cada una es un capítulo especial en la historia de cada quien. Recordar “las posadas” que se vivieron de niño o de joven o en cualquier edad es evocar personas y lugares con fríos y ternura, con cantos “en nombre del cielo”, y alegría, siempre mucha alegría. Cada posada del pasado que se recuerda tiene el poder de revivir el corazón del presente, de hacerlo emigrar de las idas y venidas cotidianas hacia el territorio personal donde habitan los sueños realizados, las esperanzas convertidas en amores y amistades, en bondades y sonrisas que perduran sin morirse con los años.

Esa posada del corazón es un desván que todos tenemos. Donde hemos ido guardando los rostros amables, las creencias que nos sostienen caminando con los peregrinos que nos han acompañado en los diferentes senderos que hemos recorrido, las luces y consejos que nos vuelven a iluminar la oscuridad del siguiente paso. Ahí están los bondadosos que sin saberlo construyeron la confianza que nos sostiene en las incertidumbres. Una confianza sutil, suave, ligera, que muchas veces no sabemos de dónde nos sale porque nuestra propia intimidad nos es desconocida. Ese íntimo desván es nuestra posada a donde podemos llegar y donde podemos buscar lo bello y lo bueno que necesitamos para caminar.

Hoy, las posadas han sido sustituidas por hoteles que son extraños y transitorios por naturaleza, no son un lugar para vivir ni mucho menos para construir una historia duradera, personal, significativa. Un hotel nunca podrá sustituir a la posada interior del corazón. Lo exterior pasa y desaparece con el tiempo, lo interior se queda, evoluciona, crece y se nutre de lo bello y de lo bueno que va encontrando, guardando y conservando. Ese mundo interior del corazón es insustituible aun cuando las ocupaciones y preocupaciones acumulen polvos de olvido sobre él.

Sin embargo, cada año llegan “las posadas” y barren el polvo, y brotan los recuerdos de lo bueno y de lo bello que han alimentado la intimidad del corazón con esperanzas y confianzas invisibles, con alegrías inesperadas, con música que remueve el interior silenciado.

Llegan “las posadas” y se busca la posada de la familia que se ha multiplicado en tíos y tías, en primos y nietas y abuelos y cuñadas. La familia se convierte en la posada de los encuentros y de los recuerdos vitales. Es la posada donde permanece, a pesar de los errores y dificultades, la vitalidad profunda, la historia compartida de sucesos admirables, amorosos, milagrosos, la comunión de los esfuerzos, las conversaciones que convirtieron la soledad en comprensión y compañía.

La posada de la familia conserva no sólo el “misterio” de barro de la abuela, sino el “misterio” de la vida que nutrió el mundo interior de cada miembro y que sigue nutriendo con bondades y caricias, con sonrisas que revelan y comparten una larga historia tan valiosa como su persona.

“En nombre del cielo” se descubre el cielo de la vida familiar, el cielo invisible del corazón del padre-madre-hijo/as-abuelos-nietos-tíos/as-primos-cuñados/as… El cielo escondido del corazón familiar. “Las posadas” revelan la posada trascendente de la familia: su corazón y su historia.