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La política y el político
Muchos de ellos vidaperdurables, otros cagalindes y en su mayoría crapulosos, los políticos coahuilenses han hecho de este ejercicio de gobernar un espectáculo deplorable.
La idealización del político como una persona enfocada al bien común ha traducido su practicidad al agandalle, el saqueo y el aseguramiento de sus generaciones en detrimento de su colectividad.
No hay vocación ni proyecto, hay oportunidad única de aumentar las mieses y de salir bien librado a la hora de hacer las cuentas a través de mecanismos sofisticados, en su minoría, y burdos, la mayoría de las veces. Supuran el pus de su deshonestidad y desapego nomás con raspar la cáscara de la impunidad.
Decía Borges en “El Golem”: “Si es cierto que el nombre es arquetipo de la cosa, en las letras de la ‘rosa’ esté la rosa y todo el Nilo en la palabra ‘Nilo’”, por ende, en la palabra político la expectativa es la de un prohombre que moldea el ejemplo de honestidad, enfoque, sentido humano, equitativo y virtuoso del que han carecido las especies que nos han gobernado en los últimos casi tres lustros y a todos los niveles.
Dos intelectuales de la política hacen referencia del francés Mirabeau, funcionario de la época de la revolución francesa, como un modelo a seguir en el concepto del político virtuoso: Ortega y Gasset y don Jesús Reyes Heroles.
Según Ortega: “Nada capaz para la política, presumo en Mirabeau algo muy próximo al arquetipo de político. Arquetipo, no ideal. Pero el pensamiento político es sólo una dimensión de la política. La otra es la actuación. Sin preverlo él mismo, Mirabeau encuentra en sí, mágicamente presto, el formidable instrumento para la nueva forma de vida pública: la oratoria romántica, la magnífica musa vociferante de los Parlamentos continentales, que sopla, como el espíritu divino sobre las aguas, sobre el alma líquida de las muchedumbres haciendo tormentas e imponiendo calmas. Aire de león. Mirabeau no se inmuta, no pierde un quilate de serenidad; al contrario: su mente se aguza, penetra mejor la situación, la hace transparente, la disocia en sus elementos y pasa gentil al otro lado, llevando a rastra, domesticada, aquella misma Asamblea unos minutos antes tas arisca y tan fiera. Dotado de una capacidad de trabajo fabulosa, Mirabeau era un organizador nato. Donde llegaba ponía orden, síntoma supremo del gran político. Ponía orden en el buen sentido de la palabra, que excluye como ingredientes normales policía y bayonetas. Orden no es una presión que desde fuera se ejerce sobre la sociedad, sino un equilibrio que se suscita en su interior.”.
Para los políticos comarcanos el acceso del poder es una meta y un fin, no hay ideales, la virtud les resulta un atributo desconocido y la moral: un árbol que da moras y punto.
Reyes Heroles habla de la política en Mirabeau y no en un concepto idealizado, sino dentro de la definición de un régimen dicotómico de la virtud. El maestro escribe: “El gran político se encuentra muy alejado del hombre común, de la vida cotidiana y de los deseos más inmediatos y vulgares. Su lugar es la política, entendida en su más alta acepción como “la dote suprema que califica al genio de ella, separándolo del hombre público vulgar. Si fuese forzoso quedarse en la definición de la política con un sólo atributo, yo no vacilaría en preferir éste: política es tener una idea clara de lo que se debe hacer desde el Estado en una Nación. Por ende, el verdadero político debe tener una nota de intelectualidad que le ayude a tener claridad para lograr completar su misión”.
Retomando el concepto de gobernar con la virtud recurrimos a los clásicos Aristóteles y Séneca, quienes llaman magnánimos a los hoy políticos; para ellos “el magnánimo es inmune a los celos y a los resentimientos mezquinos. No es rencoroso y es el menos dispuesto a lamentarse por cosa necesarias, pero pequeñas. No busca más remuneración por su esfuerzo que el que ofrece el ejercicio de la propia virtud. Es altivo con los de elevada posición, pero mesurado con los de nivel medio. Evita ir hacia cosas que se estiman por razones mundanas y se preocupa más de la verdad que de la reputación. Por aquella afronta grandes peligros y cuando se arriesga no regatea su vida. Nada le importa que le alaben o que lo critiquen, y cuando desprecia, lo hace con justicia (pues su opinión es verdadera) y no como el vulgo, que lo hace por azar”. Lástima que en nuestra tierra coahuilense no encontremos magnánimos, sino megasaqueadores del patrimonio del estado.
Hoy día, con las elecciones en puerta, identificamos a un intento de político que tiene una personalidad cuando esté en campaña y otra cuando llega al poder. Resulta penoso que su actividad no se centra en identificar los problemas reales de una sociedad e informar de las posibles soluciones a los electores para que voten de manera responsable, sino en activar todas las tretas posibles para incentivar y reconducir el voto en su propio beneficio, aunque sea a través del engaño, la demagogia, la desinformación, el abuso institucional, los prejuicios y los sesgos cognitivos de los electores, cuanto más desinformados mejor. En el mercado electoral también se piensa que la mala moneda desplaza a la buena, por lo que la carrera siempre es hacia el fondo, hacia el todavía más a la hora de identificar problemas falsos y proponer soluciones imposibles. Ese planteamiento no sólo contamina la actividad política preelectoral, sino también la gestión de gobierno, condicionada por la anterior y siempre a la espera de una nueva cita con las urnas. El resultado es previsible: nuestro Coahuila y sus municipios a la deriva, sin políticos que afrontan ni resuelven los problemas reales de la sociedad.
El hechizo hizo presente en 2011 y los polvos de aquel episodio afectaron a sectores de la población y surgieron los zombis y la subespecie del movimiento territorial, que no hicieron otra cosa que perpetuar el poder, pero a través de las trapacerías, los ejemplos pululan y faltan dedos de pies y manos para contarlos.
El planteamiento es muy sencillo: “Que Coahuila despierte”, que alivie su aletargamiento y cobre sus facturas y no en abonos, sino a través de las urnas, las respuestas están en la calle.
Recuerden que lo único que sostiene a algunos de los candidatos oficiales es su proceso de imposición como candidatos y no su popularidad, muchos de ellos hasta vidaperdurables.
Un Coahuila insumiso, libre, potente, ágil, propietario de su futuro y provocador de las virtudes. Es necesario que la verdad surja de sus escondites y deje de ser perseguida o amenazada por sinvergüenzas. Fue dicho.