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¡La Plaza es nuestra!

Nuestra Plaza de Armas es, como tantas otras plazas alrededor del mundo, el sitio de congregación del pueblo, flanqueado por el poder terrenal y el Poder Divino.

Los ojos de la Iglesia y del Gobierno (sea éste monárquico, republicano o, como en nuestro caso, un engendrito híbrido) vigilando a sus fieles y vasallos, apeñuscados en el zócalo.

Cada uno de estos poderes tiene como sede una ostentosa residencia, con sendos palcos y ventanas para, desde las alturas, dirigirse a la chusma, a la plebe.  

Nos queda claro que Dios y Gobierno moran en sus respectivos palacios, pero nuestro lugar (entre ambas majestades) es un austero y espacioso lote donde quepamos, todo ordinario, el rebaño humano.

Me emociona evocar la inmensa Place de la Concorde en París, en donde el pueblo se cobró en cabezas todas las chingaderas de sus reyes y reinas.

Le corta a uno la respiración imaginarse aquellas ocho hectáreas, rebosando de franceses encabronados (ninguno de los cuales se había bañado por cierto), y uno siendo escoltado rumbo al cadalso a probar el invento del doctor Guillotin.

“A mí nada más un poco de los lados y largo de atrás, por favor”. Creo que esas habrían sido mis últimas palabras, para de perdido echarme la botana viendo la cara que ponían mis verdugos.

Las plazas centrales son una necesidad primaria de toda sociedad. Si a un científico loco le da por crear un monstruo, y dicho monstruo anda por allí asustando a las doncellas, lo más lógico es que los aldeanos nos congreguemos, escuchemos una breve pero enardecida perorata sobre los horrores de la ciencia y nos lancemos con antorchas y trinches a darle cacería al monstruo, que quizás se despache a dos o tres de nosotros, pero una vez capturado podemos quemarle vivo en una hoguera, en la misma plaza, mientras todos alrededor, tomados de la mano, entonamos “Kumbayá, My Lord, Kumbayá”.

Nuestra Plaza de Armas, otrora Plaza de la Independencia, ha sido también escenario de diversos momentos históricos. La Historia consigna que allí el General Santa Anna muy temprano se echó un licuado de La Michoacana y pasó luego revista a su ejército, antes de salir a hacerle la guerra a los texanos:

-“¡Abasolo…! ¡Abasolo…! ”.

Pero el cabo Abasolo estaba seguramente durmiendo en el séptimo sueño.

Claro que el momento apoteósico en la vida de nuestra gloriosa plaza principal fue el cierre de campaña del profesor, Humberto Moreira, “El Bailador”, pues se dice que congregó a cerca de 60 millones de saltillenses (vale madres la lógica, fueron estimaciones de RCG).

Nuestra Plaza de Armas, desde que tengo memoria, ha sufrido diversas modificaciones y créame, algunas de verdad, literalmente las ha sufrido (como cuando le tumbaron una ninfa de un chingadazo mal dado).

Hace apenas unos días, Carolina Viggiano, esposa del Gobernador del Estado, anunció un nuevo proyecto para modificar la cara de algo que por definición es sobrio y austero.

¡Por Dios! ¡Es una pinche plaza! Fuente, banca, arbolitos, tiene todo lo que debe ser, pero ahí vamos, otra vez a gastar (como es costumbre, de forma poco transparente) una millonada en algo que simplemente está bien como está.

El pretexto es hacerla “más incluyente”. ¿Usted sabe que significa ello? Felicidades, yo tampoco. 

Será incluyente el día que la Policía no requise ilegalmente a los ciudadanos para acceder a la Plaza tal y como ocurrió el pasado Día del Grito.

Pero lo que más llama mi atención es que sea, la Primera Dama, o la Presidenta del DIF, o como quiera que sea protocolariamente correcto referirse a la esposa del Góber, quien haga el anuncio de dicha intención (emergida de la nada).

¡Vaya! Hasta donde recuerdo su cargo es honorario, lo mismo que sus funciones. ¿Por qué la señora Viggiano hace el anuncio de una obra pública? Ahí tiene otra de las muchas cosas que escapan totalmente a mi comprensión.

Por fortuna, el proyecto ha encontrado oposición de parte de algunos buenos ciudadanos y, aunque a ellos los mueve un estricto sentido de preservación histórica, a mí me preocupa más el asunto del gasto público y la transparencia, por no mencionar la escasa o nula justificación de este propósito, así como la desafortunada forma en que se nos comunicó; es decir, no por medio de los canales oficiales, sino desde la arrogancia de la realeza: “¡Esto es lo que se va a hacer y se aguantan!”.

Estamos aún lejos de decir la última palabra a este respecto. Retomaremos el tema muy pronto. Esperaremos a que cobre mayor interés entre los ciudadanos. No lo olviden: ¡La Plaza es nuestra!


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