La pesadilla de Orwell… recargada

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La pesadilla de Orwell… recargada

Mientras no tengamos transparencia y rendición de cuentas, el crimen será la excusa para espiarnos y extorsionarnos".

El viernes me reuní con algunos colegas para discutir la posibilidad de conformar un nuevo equipo de Avengers (a los interesados en sumarse a esta iniciativa “filantropical”, les informo que sólo nos falta el miembro multimillonario del grupo, ¡pobretones absténganse!).

Aprovechamos para celebrar la muy discutible libertad de expresión y por congruencia lo hicimos en el único lugar donde el individuo es realmente libre de expresarse: la cantina.

Luego de establecer, entre cubetas de cerveza, los lineamientos generales para la salvación de la humanidad, procedimos a tomarnos el retrato oficial para dejar constancia a la posteridad de aquella histórica reunión.

Al día siguiente, ya con calma busqué entre las instantáneas la que mejor me favoreciera (o la que menos me desfavoreciera), para compartirla en redes sociales.

Vivimos en una época en que difícilmente nos sorprenden ya los pequeños milagros tecnológicos (como no sea un nuevo filtro de Snapchat que haga ver a los chairos como fifís y viceversa).

Al colgar la foto, se habrá percatado ya, no hay necesidad de etiquetar a quienes aparecen en la imagen. El propio sistema de reconocimiento facial de Facebook se encarga de rotular los nombres correspondientes sin necesidad de andarlos buscando en nuestra lista de contactos.

Sé que esto no es nuevo, pero ¡qué genial!, ¿no cree? Es apenas una muestra de lo que puede lograrse mediante el uso de meros algoritmos. Le advierto que, una vez que entre en operaciones la verdadera inteligencia artificial, hasta perdón le vamos a pedir de rodillas a la licuadora por aquella vez que hicimos salsa y dejamos un tenedor adentro del vaso (historia real).

Desde nuestros dispositivos, estas y otras aplicaciones parecen inofensivos juguetes. Pero, aunque suene a cliché de película gringa, en las manos equivocadas serían tremendamente perniciosas.

Desde tiempos de Humberto Moreira se presumió que Saltillo estaba siendo constantemente monitoreado por el ojo electrónico de una red de cámaras de vigilancia, mismas que no sirvieron para una chingada cada vez que se cometió un delito o un crimen –que no son lo mismo, son como amar y querer–. Y vaya que se cometió una nutrida cantidad de unos y otros, y la red de monitoreo electrónico jamás redituó para aprehender a algún malhechor o para hacernos sentir un poquito más seguros (eso último sonó también a canción).

Como si esta visión orwelliana fuera novedad, el actual gobierno espurio de Miguel Ángel Riquelme anunció la adquisición de mil 100 cámaras de vigilancia de última generación, que serán instaladas en las principales ciudades de nuestra entidad.

Vamos a dejar de lado el presumible desaseo financiero que esta adquisición supondrá. No es que sea mal pensado pero es que… la verdad es que sí soy muy mal pensado, y esta administración al igual que las que le precedieron demostraron que al Gobierno se llega nomás a hacer negocios chuecos.

Pero ya le digo, vamos a obviar el aspecto administrativo y enfoquémonos en el lado práctico:

La nueva red de cámaras vendría con funciones de vanguardia como el mencionado sistema de reconocimiento facial. Así que será muy fácil ubicar a un ciudadano, plenamente identificado, en tiempo y lugar.

La mala noticia para nosotros es que la inteligencia y la tecnología rara vez, por no decir “jamás”, están al servicio de la justicia. Muy al contrario, me preocupa seriamente el poder que con esto le estamos otorgando a un gobierno encabezado por individuos de muy dudosa solvencia moral.

Durante la administración inmediata precedente, la de Rubén Moreira, fueron comunes los escándalos de espionaje e intervenciones telefónicas y cibernéticas, lo que además de inconstitucional implica la existencia de un aparato de inteligencia que sólo sirve para que el régimen anule cualquier esfuerzo de democratización, eso concediéndoles que no hayan puesto nunca estas herramientas al servicio de las redes delincuenciales.

Pero allende las fronteras, las pasadas administraciones gubernamentales están siendo investigadas por presuntos nexos con el crimen organizado. De hecho un exgobernador coahuilense –el interino– está detenido y pendiente de ser entregado a la DEA, ni más ni menos.

¿Cómo le cae entonces que el actual Gobierno, heredero de aquellos por denominación de origen y por afinidad, tienda una red de cámaras de última generación y la use con cualquier propósito que se le pueda ocurrir?

Se nos repite a cada rato la idea, en el discurso oficial, de que al crimen se le combate de manera frontal. ¡Falso! Se le combate desde dentro, porque teniendo instituciones aseadas se tiene buena impartición de justicia y una eficaz persecución del delito.

Pero mientras no tengamos transparencia y rendición de cuentas, el crimen será la excusa para espiarnos y extorsionarnos. Quizás, como ciudadanos, deberíamos considerar la posibilidad de ampararnos contra la imposición de esta vigilancia, no por la vigilancia per sé, sino por la poca confianza que inspira el vigilante.

Concluyo como bien lo sintetizó en la reunión uno de mis queridos colegas: si con las cámaras buscaran de verdad desalentar el delito, las colocarían adentro de las oficinas del Gobierno de Coahuila, no en las calles.

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