La peor ofensa
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La peor ofensa
Ser disidente es un vale canjeable por una surtida dotación de injurias, vituperios y malignos epítetos.
Esto lo intuí de niño y lo entendí ya en el ejercicio periodístico. Aquí si no navegas con la corriente eres poco menos que un traidor, un vendido, un paria, una lacra, enemigo declarado de la sociedad, de las instituciones, del sistema y de la mexicana algarabía.
Y vaya que durante el danzón de la demagogia, el pasado sexenio estatal, el “De la Gente”, arreció el aluvión de descalificaciones. Pero intempestivamente como llegó, se fue, y es que no manaba de la fuente de las convicciones, sino desde la víscera cebada en lonches y refrescos al tiempo.
Al correr de los años me han llamado de todo pero -¡bendito sea Quetzalcóatl!- no he sido hasta hoy vilipendiado por nadie cuya opinión me merezca ser tomada medianamente en serio.
Sobre la calidad de los denuestos, pocas veces puedo presumir que le hayan invertido un mínimo de imaginación, acaso uno o dos y no eran precisamente Lope de Vega.
Los insultos pertenecen a un repertorio limitado y consabido, pecan por su faltad de originalidad, poca sustancia y —quiero pensar— por su desapego a la realidad.
Pero de todas las difamaciones sólo una consigue zaherirme y no, no es aquella de maternales connotaciones (a mi jefa se la persignan). Es otro dardo el que, cuando me lo disparan, se clava honda y dolorosamente en el pundonor. El veneno que destila me obnubila la razón, me anula el criterio y manda directo al cuerno todo lo aprendido en el seminario de control de la ira.
¡Por favor y por lo que más quieran! Si me piensa infamar, que sea con algo más imaginativo, menos lacerante y más apegado a los hechos que el calumnioso adjetivo de “panista”. Eso sí me enchila.
No sólo no he militado jamás en dicha organización, sino que también abomino sus preceptos, su visión de la sociedad, de la vida y del Más Allá. Tengo entendido además que muchos panistas tienen la certeza de que yo soy el Anticristo, así que sencillamente sería imposible que me admitieran o que yo buscase ser admitido en sus filas.
Entiendo, sin embargo, que las mentalidades más estrechas no conciben otra explicación para la discrepancia. Se infiere que si uno no doblega su razón, voluntad y palabra al zar comarcano (siempre tricolor), es porque tenemos las esperanzas y hasta nuestro futuro invertidos en una improbable apuesta por el caballo azul.
“Critica al Señor Gobernador… ¡Claro, le paga el PAN!”.
Lo siento, pero si mi meta en la vida fuera prosperar a expensas del dinero público, hace mucho que estaría del lado de donde fluye el presupuesto y se reparte en forma de chayote que ahora, bajo el eufemístico nombre de “convenios”, se celebra entre todas las instituciones públicas y cada reporterete de baja estofa.
Lo siento, mis sueños son más románticos: Pelear con un oso y vengar la muerte de mi hijo (lo siento, pero
acabo de ver “The Revenant”. Sólo en cines).
Así que a mis detractores, les invito a que vayan a decirle panista a la más mocha de sus tías (de hecho sí, es como que un partido para señoras beatas y maridos oprimidos), porque yo ni maíz.
Incluso, particularmente enfadado estoy con el PAN, como principal fuerza de oposición local, pues en todo el asunto de la quiebra financiera y moral del Estado de Coahuila ha jugado un papel que decir tibio sería decir demasiado.
De hecho, decir enfadado también se queda corto. Estoy indignadísimo de que la oposición sólo sepa mamar recursos de la munificente ubre y por más que engorde no sirva de contrapeso al Gobierno, permitiendo que el ejercicio del Poder se convierta en autocracia.
Ni el panismo (ni ninguna otra agrupación política) hace su chamba. No hacen su tarea, ni informando, ni dando la pelea en el Congreso, ni impugnando, ni convocando, ni entablando juicios, ni denunciando.
Hoy se conforman con escribir artículos, compartir memes y chistes, hacer comentarios sobre la megadeuda y mostrar su disconformidad en las redes. ¡Eso qué! Eso lo puedo hacer yo y cualquier ciudadano de a pie.
¿Pero qué hacen PAN y chiquillada con el nada despreciable presupuesto que también reciben? ¿Qué hacen los azules que ocupan un cargo público y cobran como los mejores priístas?
¡Nada! Porque su preocupación es también eminentemente electorera, no ciudadana. Ellos tampoco están pensando en los coahuilenses sino en ellos mismos en un guajiro escenario en el cual un día todo el Estado se pinta de azul (por obra y magia de la Rosa de Guadalupe, claro está, porque ellos no podrían hacerlo con sagacidad y toda la bola de dinero que también cuestan).
Olvídese de que están viendo por nuestros intereses. ¡Ni de chiste! Habrían llevado ellos a juicio al exgobernador, nos habrían pormenorizado a tiempo de cómo se estaba dilapidando el erario hace seis años, habrían conseguido el desconocimiento de la deuda y detenido las repetidas reestructuraciones (caldo que ya sale más caro que las propias albóndigas).
Yo soy opinador y hago mi parte no corrompiéndome y manteniéndome a distancia del poder. ¿Quiere llamarme panista? Hágalo el día que vea uno que deje de hacerse pendejo y haga lo que está obligado a hacer como oposición.
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