La paz y la justicia
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La paz y la justicia
Es muy pronto para opinar acerca de cuál será la máxima obra de las que se propone hacer Andrés Manuel López Obrador. Son tantos y tan graves los problemas que aquejan a México que resulta riesgoso atreverse. Dirá usted que es la corrupción, porque ésta es la madre de todos los problemas. Si uno tiene cerebro, es fácil aceptar que el país está sumergido en ella desde la Presidencia hasta un policía municipal, sin dejar de lado a banqueros y empresarios. Admitir que la impunidad alienta a la corrupción es razonar. Castigar a los corruptos implicaría construir tantas cárceles para poner ahí a los corruptos que no bastaría el tesoro de la nación para encerrarlos, vigilarlos y alimentarlos.
El problema de la pobreza debería ponerse en la primera línea, tras la corrupción y la impunidad. Treinta millones de pobres no son una cifra cualquiera: casi uno de cada tres mexicanos. Cambiar su vida miserable será, sin duda, la hazaña más grande que pueda llevar a cabo López Obrador. Los que hemos trabajado con indígenas y campesinos sabemos que en muchos casos su pobreza deriva de la corrupción de quienes son pagados para ayudarlos: la banca oficial, la antigua SARH, el Seguro Agrícola, Inmecafé y demás.
Una experiencia: los choles (norte de Chiapas) y algunos tzotziles producían uno de los mejores cafés de México. Inmecafé les daba un poco de fertilizante y les cobraba en quintales de café. Les reconocía catorce pesos por quintal (un quintal tenía 47 kilos). Rompieron con Inmecafé. Se ofreció su café a Alemania. Los alemanes pagaron también catorce pesos, pero ¡por kilo!, es decir, 47 veces más que nuestro querido Gobierno federal: Inmecafé 14 pesos, Alemania 658. ¡Pinches ratas inmundas! Los choles seguían en la pobreza y los ingenieros compraban camioneta nueva cada cosecha.
Es un ejemplo. Significa que los pobres lo son no porque no trabajen ni porque sean tontos, sino porque el poder omnímodo que nos rigió, desde los españoles hasta el PRI, los sometió sin misericordia.
En estos últimos días vimos a AMLO exponer su plan o proyecto o idea de pacificar al país. Considero que es otra de las grandes promesas de campaña y deseo con toda el alma que tenga éxito.
Pero cuando presentó su idea en Ciudad Juárez frente a los familiares de personas secuestradas o desaparecidas y les pidió que no olvidaran su agravio, pero que perdonaran a los secuestradores y asesinos no le entendí.
Me pregunto si sabía a quiénes se dirigía. Es claro que ahorita todo mexicano está con la esperanza en la mano sabiendo que con AMLO viene un nuevo país. Pero ¡dígale a una madre que perdone al violador y asesino de su hijita! Creo que es bueno lo que propone el nuevo régimen: la paz, pero es necesario que tenga en cuenta a quienes han sufrido, que son, nada más en Coahuila, alrededor de 11 mil personas. Participo en Fundec y me consta que las mujeres (casi sólo hay mujeres) han sufrido mucho. Sus familiares fueron victimados, es verdad, mas ahora ellas son las víctimas, porque no hay día que no lloren a su familiar. Una pareja que perdió a su hijo le pone cada día su plato: lo esperan a comer. Creo que Morena debe escuchar a las víctimas. Creo, también, que justicia y verdad están antes que el perdón.
Acaba de morir Daniel Van Der Meer, chileno. Vivió en México 44 años. Era más mexicano que chileno, pero no se dio cuenta. En los días del golpe militar de Pinochet chocó; accidente de nada. Llegó la policía y en vez de llevarlo a Tránsito lo metieron al Estadio donde estaban miles de presos acusados de subversión o comunismo. Estuvo ahí un año. Pasaban lista. Un buen día el capitán mencionó varios nombres, incluyendo el suyo. Eran extranjeros y se les invitaba a dejar el país. Escuchó su nombre, que, como ve es holandés. Descendía de holandeses, pero era chileno de dos generaciones. Le propusieron ir a Holanda o a México. Escogió nuestra patria. Daniel era ciclista, diseñador, chistoso, dicharachero y un fino alburero. En efecto, al llegar a México lo designaron a un trabajo en Tepito. Aprendió el arte del albur. Sostuvo un extraño izquierdismo muy sudamericano, respetando siempre al país que lo acogió. Supo que ganó AMLO, lo que lo hizo feliz.