La paz ‘envuelta en pañales’
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La paz ‘envuelta en pañales’
La paz en estos días ya no es un simple deseo. La paz es tan real que se hace sentir en el corazón, vibra en el silencio de cada quien.
La paz de la Navidad es dinámica como la vida. Fluye desde una espera de los niños y de los adultos. Ahí empieza a nacer como un discreto manantial que va insinuando la alegría que vendrá.
La paz es la savia y el fruto de la vida. Nutre de búsqueda y alimenta cada momento, cada pensamiento, cada pisada lenta o acelerada, cotidiana o con huella imborrable. Es paradójico que el corazón pretenda la armonía de la paz con latidos acelerados o tranquilos. A medida que se acerca la Nochebuena, el corazón se agita y provoca regalos, posadas, villancicos y buñuelos. Y el torrente de alegría se vuelve irresistible; las rocas razonables y gigantescas no lo detienen, ahí, adelante, a unas cuantas horas de distancia se encuentra la paz de la Nochebuena.
Encontrarse con la paz navideña no es una ficción ni una nota publicitaria ni un comercial que conmueve. La paz se encuentra desde hace siglos en un pesebre, en un misterio de marido y mujer virgen, en el misterio anunciado y esperado durante siglos de un “Dios con nosotros”. Él hace la paz con nosotros y asume nuestra propia humanidad, con nuestros propios fríos y cansancios. Desde hace siglos, los seres humanos lo imitamos y hacemos la paz al encontrarnos con el corazón de nuestros hijos o de nuestros padres o de nuestros cónyuges o de nuestros amigos o de los seres que nos atrevemos a llamar “prójimos” por más extraños que sean.
Y al empezar el crepúsculo de la Nochebuena disminuirán los torrentes de anhelos y sucederán los encuentros de paz en la familia, en el barrio, en la comunidad de trabajo o de servicio humano. Los saludos serán abrazos especiales, cariñosos, repetidos que contagiarán una alegría y una comprensión que rompe los diques de la distancia y se desbordarán para lograr la paz familiar.
La paz familiar esta noche da descanso al corazón, lo alivia de las piedras egoístas, vanidosas, arrogantes, pretenciosas. Esta noche esas piedras se hundirán, y se sentirá la paz del encuentro y el encuentro de la paz. La paz más urgente para cada quien y de la cual se derivan todas las demás “paces”: la del corazón, la del matrimonio, la de la sociedad, la de las naciones y sus emigrantes que buscan la paz.
Y al cantar “Noche de Paz” en Navidad, descubriremos de nuevo que construimos la paz con los “encuentros navideños” en los que nos contagiamos de la paz del “Dios con nosotros”. Encuentros humildes y pobres como los del portal de Belén, encuentros tan transparentes que dejan ver el corazón de cada quien con su sonrisa, su abrazo y su alegría, con su bondadosa solidaridad y con su solicitud amorosa.
Le deseo, paciente lector, que disfrute esta noche la paz del encuentro familiar. Es el regalo que lo estará esperando “envuelto en pañales”.