La pandemia por coronavirus: soledad, encuentro y aprendizaje

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La pandemia por coronavirus: soledad, encuentro y aprendizaje

La pandemia que estamos viviendo es una oportunidad para reencontrarnos y observar cómo actúa el animal humano, que es de costumbres y el animal más social de todos. No es fácil sobrellevar una cuarentena, en donde según nos han dicho, tenemos que quedarnos en casa; a nadie nos gusta que nos digan qué debemos o tenemos qué hacer.

Sin embargo, tendremos que confiar en que “los otros” hagan su parte, cumpliendo para que todos podamos salir de este trance lo más pronto posible. Pero confiar es una palabra sencilla de explicar, pero difícil de asumir. Confiar es suponer que el otro hará lo que se espera que haga. Para que esto suceda, el otro debe hacer lo que los demás esperan que él haga y esto llega hasta que el miedo real, o la angustia ante la muerte, nos toma de las manos.

Debemos aprender que nuestra soledad inducida es más que un estado emocional, es un aprendizaje que forma parte inevitable de nuestra vida y hemos de aprender a convivir con nosotros mismos, a disfrutar de esa convivencia y hacer de ella un espacio de crecimiento, que requiere tiempo, dedicación y paciencia.

Sin encuentro no podemos conectar y sin conexiones sentimos el acoso de esa soledad que para algunas personas genera sufrimiento y se vuelve una carga emocional asfixiante. Sin embargo, cuando estamos en aislamiento, la falta de contacto, de diálogo y de convivencia, nos permite aprender a encontrarnos y darnos cuenta de lo mucho que queremos a nuestros seres queridos. “Para amar hay que emprender un trabajo interior que sólo la soledad hace posible”, dice Alejandro Jodorowsky.

Ahora que estamos viviendo nuestra soledad y la imposibilidad de tocar a la mayor parte de nuestros parientes y a nuestros amigos, sin besos ni abrazos; a distancia, en el frío del no contacto, valoremos la importancia de tenerlos cerca y reconstruyamos con lazos más sólidos la familia y nuestros círculos de amistad.

El aislamiento, la distancia social, los lugares de reunión cerrados, la higiene exagerada, una situación de estrés y un proceso ansioso in crescendo ante un posible contagio, determinan una reacción imaginaria, análoga a un trastorno mental transitorio.

La enfermedad trae con ella una pandemia digital informativa/desinformativa paralela, COVID-19, que se está extendiendo con las múltiples informaciones y alarmas, interesantes o no; verdaderas o no; y miles de opiniones de todo tipo. El constante martilleo de información en las redes sociales, los medios de comunicación y las plataformas cibernéticas, nos hacen reflexionar cuán interconectados estamos como especie.

Sin lugar a duda, debemos aprender de esta pandemia cuán precaria es la forma de vida que llevamos, y hacer de ésta una oportunidad para reencontrarnos y observar cómo actuamos.

Por supuesto, hay un plano físico de actuación del coronavirus y también hay un plano virtual en el que se “viraliza”, en paralelo y de forma sincrónica, la angustia personal, la incertidumbre o el miedo para millones de personas en un mundo global, lo que hace que nadie se sienta totalmente a salvo.

Esta situación nos obliga a detener nuestra ajetreada vida en la que corremos todo el día, sin saber exactamente para qué y reflexionar sobre si todavía sabemos qué hacer con nuestro tiempo, que no sea trabajar o tratar simplemente de vivir o de hacer dinero.

¿Quién iba a pensar que un microscópico organismo ha puesto al mundo en jaque en tan sólo unos meses? Y ha sido capaz de brindarnos mucha materia para la reflexión y darnos cuenta del valor del sentido de pertenencia a una comunidad, el sentimiento de ser parte de algo más grande que nos cuida y que también nosotros debemos cuidar. La familia, las amistades, el trabajo, la naturaleza, nuestros propios valores, la responsabilidad compartida, la sensación de que el destino depende no sólo de cada uno, sino también del destino de todos los que nos rodean.

El aislamiento impuesto, de pronto nos ha colocado en la urgente necesidad de trabajar a distancia en modo digital: el teletrabajo y las teleconferencias. Vemos cómo están respondiendo instituciones líderes en ciencia y en investigación a nivel mundial, como el Instituto Tecnológico de Massachusetts (el MIT), la Universidad de Harvard, la de Cornell y muchas otras en Estados Unidos han decidido pasar de inmediato toda su enseñanza a modo online y eliminar hasta final de curso las clases presenciales, es decir, las clases en aulas físicas.

Muchas universidades y colegios en México están siguiendo el ejemplo. Este escenario no imaginado es, creo, otra lección de la realidad actual que ha traído el coronavirus. Estoy seguro que el mundo ya no será igual, una vez que nos hemos demostrado que podemos salir adelante ante las adversidades y aprender de ellas. Este será un año que seguramente será recordado por los próximos siglos y quizá milenos.