La odisea de una visita escolar a la FILA16

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La odisea de una visita escolar a la FILA16

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Frente a un excesivo número de visitantes al día, la FILA 2016 recibe a los grupos escolares para darles visitas guiadas y que los niños disfruten de los talleres gratuitos.

Rumbo a la Feria Internacional de libro se dirigen los autobuses de la primaria María Teresa de la Garza. Hoy los alumnos darán su primera visita del ciclo escolar. Los niños se mustran contentos. Nada les puede robar la alegía de hoy, ni siquiera la media hora que tienen que hacer para llegar a Arteaga en el recorrido de 11.8 km, según google maps.

Descienden del autobús, sus pequeñas manitas sostienen la bolsa del lonche que su mamá les preparó con esmero. “Hagan una fila destrás de Marifer”, indica con voz firme y amable Saúl Treviño, profesor del tercer grado. De sus 27 alumnos registrados, a la visita sólo asistietron 9, “es que muchos papás no les dan permiso, o aveces aunque quieran venir no se animan a pagar los veinte pesos del transporte”.

Aunque los organizadores de la FILA ponen a dispocisión de las escuelas autobuses gratuitos para las visitas guiadas, resulta muy difícil conseguir uno, según declaró Armando Torres, director de la institución, “los autobuses gratuitos se saturan muy rápido, pero creo que deberían darle prioridad a las escuelas que estamos más lejos porque para nosotros es más dificíl venir porque estamos hasta el sur de la ciudad, además que los niños no tienen dinero para estos gastos”.

Se forman en línea recta Maria Fernanda, Yaksari, Desireée, Dulce, Jenifer, Iris, Yamile, Antonio y Marco, los nueve alumnos del tercer grado que acompañan al maestro Saúl. Se encaminan hacia la entrada donde se amontonan junto a otras escuelas.

Esperan su turno para entrar. Siguen esperando. Esperan durante 35 minutos hasta que consiguen avanzar a paso lento, tras las otras escuelas que llegaron antes que ellos.

 

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En la entrada los recibe una mujer con un alto parlante. Luce estresada. Grita indicaciones que apenas son descifrables entre el jaleo y las bromas que arman los niños.

—¡Usted fórmese aquí!, no, no, ¡aqui!…. ¿¡cuántos son y de donde vienen!?
—Somos  100, de la primaria María Teresa de…
—¡Bernardo!, ¿¡Bernardo, dónde estás!?, Lleva a los niños al taller de la SNTE… ¡A ver, los de la secundaria María Teresa pasen!

Y sin dar tiempo a una reacción, Bernardo, el prestador de Servicio Social, los dirige a paso rápido hacia el pabellón de las actividades infantiles.

—Dijo que éramos de secundaria. —Comenta entre risas Marifer.
—Sí, es que te vio muy alta. —Le responde alegre el maestro Saúl, para tratar de disimular la errata.

El pabellón está repleto. Todos los talleres ocupados. No hay espacio para ellos. Una disculpa y regresen al rato. Los envían a dar la vuelta entre los stand de libros.

Allá también todo es un caos. Apenas y se puede caminar entre los pasillos. Los niños tratan de detenerse a ver los puestos, pero hay tanta gente que cualquier retraso ocasiona un tráfico imposible. No hay tiempo de nada. Los niños observan a medias y caminan a prisa. Sus piecitos apenas y consiguen segurile el paso a Bernardo, que más que guía de recorridos escolares parece la cabeza del juego de la víbora de la mar de las bodas mexicanas. Los niños se enredan entre las filas de otros niños de otras escuelas, que también dan su recorrido. Se traban y se revuelven y se angustian porque creen que perderán a su maestro.

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Atraviesan a prisa el pabellón del Fondo de Cultura Económica. Caminan hasta el fondo del auditorio. 

Suben las escaleras. Recorren la exposición sin ver las fotografías. Descienden por el otro lado y avanzan a prisa frente al pabellón de Penguin Random House.

Salen por la otra puerta y dan una vuelta rápida entre las editoriales que ocupan el primer cuadro de la sala. Su recorrido no incluye las editoriales laterales donde hay juegos infantiles, pelotas de luz, cuentos y memoramas.

Salen del Centro Cultural Universitario y se dirigen hacia el Foro Institucional. Allá el panorama es el mismo. Pareciera que hoy la Feria del Libro ha convocado a todos los niños del mundo. Pero acá los niños se entretienen mejor. Pegan sus dedos contra los cristales que custodian insectos disecados y como hay más espacio entre los pabellones caminan más libres. Las instituciones les regalan cosas y ellos se emocionan, bolsas ecológicas,plumas, pulseras, juegos de mesa que incluyen hasta los dados. Saludan de mano a los soldados. Se divierten. Salen felices rumbo al paseo La rumorosa.

—El año pasado no tenían éste, profe. —comenta Yamilé, orgullosa por el descubrimiento.
—Sí, es que ahora está más grande.
—Qué padre, se ve bonita.

Lo niños pasean entre las artesanías, “no vayan a quebrar nada”, advierten las profesoras en tono severo. Al final del paseo hay un show infantil. Una fea princesa títere, chimuela y despeinada, juega competencia de baile contra seis niños del público. Es vencida y hace un berrinche. Sale corriendo y se estampa contra una de las bocinas. Los niños estallan a carcajadas.

Los alumnos de la primaria María Teresa no pueden quedarse a terminar el espectáculo. Las sillas están repletas y tras ellos vienen más y más niños a llenar el local. La salida es por una lateral del paseo, entre el centro cultural y la enorme carpa que cubre del sol; pero la eterna amiga de la FILA, la lluvia ha dejado sus estragos y el pasto es una gran mas de fango. Los organizadores han puesto una tarima para evitar que los estudiantes se manchen, pero para llegar a ella hay que dar un salto de fé sobre el lodo fresco. Los niños, acostumbrados a la aventura, dan el salto sin dudar; los profesores temen caer y mancharse. Bernardo tiende sus brazos fuertes para apoyar el salto. Todo resulta sin complicaciones.

Cansados por el recorrido, los niños se tienden en el pasto a disfrutar de su lonche. Llevan limonada en termos, jugos de cajita, sandwiches, taquitos envueltos en papel aluminio. Se toman 40 minutos para la comida que no les ocupa más de 10 minutos terminar. El resto del tiempo se quedan tendidos sobre el pasto. Corretean. Juegan. Dan vueltas. Es admirable la infinita capacidad infantil para no aburrirse nunca.

—Maestro, conseguí un taller. —anuncia, gloriosa, Fernanda, otra prestadora de servicio social. —Llevaré a los niños a un taller de pintura, necesito 50 y luego vengo por los otros 50.

Caminan triunfantes hacia la escuela de Artes Plásticas, los alumnos de primero, segundo y tercero, pero alguien se les adelantó y el taller ahora está ocupado. De nuevo la disculpa. De nuevo la espera.

Los niños se entretienen de mil formas, corren por los pasillos, tratan de improvisar una pelota para el futbolito, buscan interpretar los murales de la escuela. Se sientan. Se levantan. Corren. Se vuelven a sentar. Se desesperan.
—Profe, ¿falta mucho?
—Profe, ¿ya merito?

Después de 50 minutos consiguen entrar y ahí se olvidan de todo lo anterior. Se dedican a colorear y escuchar las indicaciones del tallerista. Se ven felices de nuevo. Lo disfrutan. Salen contentos con su obra de arte’, abordan el autobús. Se despiden de la FILA 2016.

Para ellos todo fue un éxito. Nada les preocupa. Son niños.