La noche en que las pandillas intentaron una tregua por sus muertos

Fue el 2 de noviembre el día en que el territorio se hizo uno en honor a sus hermanos caídos en la calle

Por: Karla Guadarrama
Fotos: Omar Saucedo
Edición: Kowanin Silva
Diseño: Edgar de la Garza

En este día la sangre hierve más por la ausencia del que ya no está, las puertas del cielo y del infierno se abren para recordar a los “soldados caídos” del barrio. La meca de las pandillas de la ciudad está reunida. Fuera de esta puerta no se pueden ver sin llegar a los golpes pero aquí están de frente y cruzando miradas; las mismas con las que grabaron la muerte de los suyos, a punta de un bat, machete, bala, picahielo, desarmador o las llantas de un carro pasando por encima...

Dos catrinas en la puerta ceden el paso para sentir el vapor del lugar, bajo los efectos azules de la iluminación. Al fondo, un escenario donde el DJ calienta garganta, grita y el eco sigue su voz hasta remover el ánimo de los presentes. "¡Puro pinche vago! ¡Vago, vago!" grita.

Las columnas del salón sostienen un balcón alrededor  pero la cita es abajo, en la pista. El territorio es abierto, libre para todo el que vaya llegando, cada pandilla se adueña de un espacio, aunque esta noche nada garantiza permanecer de pie bailando, un descuido y cualquiera puede ser azotado contra el suelo.

Este es el día más “kumbiambero” de todo el año. La muerte se respeta, las pandillas la conocen porque la han visto de cerca, les ha arrancado a uno de los suyos y ha cargado también con los del otro bando, por eso bailan porque cada paso de la noche es en honor a los ángeles del barrio que los cuidan desde el cielo.

Una publicación en facebook, convocó a todas las pandillas a pasarle los nombres de sus caídos al DJ.
'Katrines Berrueto' recordando al Greñas, Flama, Negro, Juande, Laga; 'Millonarios Ojo de Agua' recordando a Willy, Ykale, Anel, Wason, Tonto, Lauro, Bofis, Paleta; 'Treintas de la Hidalgo' recordando al Chongos y Carlitos; Maro, Tony, Pío, Tata, Gelin, Cheff, Juanito, Juan Carrillo, Mundo, Pichones, Manzanita, Pajaro, “Los Pitufos” de colonia Centenario los recuerdan”
Nombres de algunos caídos, fueron dados al DJ para que los voceara en el evento.

En el paseo hay códigos, mensajes entre cada ademán. Cruzar la mano y formar una letra es un boomerang que viaja en forma de seña y regresa con el nombre de la pandilla a través de la voz del DJ y colombianas de fondo.

La música retumba, se siente en el cuerpo, más que el volumen lo que prende es la respuesta del público al grito de guerra, ese que desgarra gargantas para hacerse presentes y distingue el bando al que pertenecen.

El barrio es orgullo. Escuchar el nombre de la banda en la bocina es honra. Que el apodo de un “soldado caído” reviente el bajo, retumbe en los oídos de todos incluyendo los enemigos, no tiene nombre; porque esas pandillas están en la tierra para defender su causa y si por ello pierden la vida, dejan huella; pero si su nombre aún se recuerda los convierte en leyenda.

Un día antes, a través de una página de facebook comenzaron a llegar peticiones de nombramientos para el DJ, más de 30 comentarios con una plana de apodos llenaron la publicación.

“Katrines Berrueto” recordando al Greñas, Flama, Negro, Juande, Laga; “Millonarios Ojo de Agua” recordando a Willy, Ykale, Anel, Wason, Tonto, Lauro, Bofis, Paleta; “Treintas de la Hidalgo” recordando al Chongos y Carlitos; Maro, Tony, Pío, Tata, Gelin, Cheff, Juanito, Juan Carrillo, Mundo, Pichones, Manzanita, Pajaro, “Los Pitufos” de colonia Centenario los recuerdan.

Cada 2 de noviembre La muerte se respeta, las pandillas la conocen porque la han visto de cerca, les ha arrancado a uno de los suyos y ha cargado también con los del otro bando.

POR LOS CAÍDOS
La muerte aquí anda suelta, como en sus barrios. Una calavera atraviesa el salón, se abre paso entre la gente, va con la fuerza de un imán hasta las bocinas junto al escenario, camina sin pausa y estando cerca comienza a bailar,  otros le siguen la corriente. Levanta un pie, se agacha y mueve de un lado a otro, alza los brazos y los hombros le siguen. La calavera se desfigura, deja ver la piel de un extraño dentro de ella; los dientes del zipper se separan, dando paso a unos labios que se abren para tomar una bocanada de aire y seguir bailando.

Junto a la calavera ya desfigurada baila otro joven con cara pálida, una capa de maquillaje blanco en el rostro es la base de otra esqueleto medio remarcado con delineador; conforme avanza la noche, entre el público aparecen más calaveras, para el final del tributo pocas saldrán bien libradas por resistir al sudor de quien las lleva.

Es día de gala. Algunas mujeres tienen el rostro dividido en dos partes, de un lado dejan al descubierto sus facciones y del otro están cubiertas con maquillaje alusivo a las catrinas, cada detalle cuenta, la fiesta lo amerita, sus amigos que se fueron lo valen.

"¡GRITO DE GUERRA! ¡Guerra, guerra!", es la voz del DJ, las pandillas, cada vez más repletas, responden levantando las manos, con señas se hacen presentes para distinguirse y ahí comienza la lista de nombres. Honor a quien honor merece, honor para las personas que ya no están. El ambiente poco a poco se calienta con los saludos, nombres o apodos que igual ensordecen como pueden leerse en el epitafio de algún panteón de la ciudad.

Perder la vida por la pandilla es para ellos dejar huella y convertirse en leyenda.
Por los caídos en la calle es que las pandillas de Saltillo se reúnen cada año para recordar a sus amigos y bailar con la muerte.
Uno de los casos más violentos fue cuando dos miembros de una pandilla en Universidad del Pueblo, rociaron con gasolina a un joven de 26 años, causándole quemaduras en un 80% el cuerpo. Los responsables del ataque siguen sin ser sentenciados.

Al paseo llegan pandillas por tandas, se juntan en montones hasta superar las 150 personas, una mezcla de creencias y pensamientos unidos  por el respeto al culto de lo único que creen es parte del destino: la muerte. Como cada año no importa que el día feriado haya caído entre semana, todo lo vale; los 30 pesos pesos de la entrada y la desvelada lo valen.

Pero la calle no es la única culpable por desgarrar pandillas. Entre los “caídos” se cuentan guerreros que perdieron batallas contra el cáncer, diabetes o accidentes y esos duelos también les cala, el dolor es el mismo, toda ausencia deja huecos en el alma.

Ahí están los de Doña Lety y Doña Yoyu. En la colonia 23 de Noviembre “los inquietos de la 23” formaron cuatro altares para su gente, dos para las caídas que protegieron a los hijos del barrio hasta que el cáncer las dejó y dos más para los caídos en batalla.

Una sola bala pudo más que 60 “inquietos” en busca de venganza una noche del 2014, la contra mató a “Guayaba” en una riña del barrio, a punta de plomo la colonia se vistió de luto. La herida aún no terminaba de sanar cuando a “Ranma”, al del último altar, un desconocido lo picó seis veces marcando en su vida el punto final.

De acuerdo al estado Saltillo tiene solo 33 pandillas. Sin embargo, especialistas siempre han alertado que es de las ciudades con más pandillas en México, alcanzando 720 bandas bien localizadas.
Además de 'El Chore', los “Kiwis” han sufrido otras dos bajas por hechos violentos, el primero desnucado cuando un rival le reventó un bat en la cabeza y el segundo, sigue siendo una incógnita cuando desconocidos fueron por él y desde entonces nadie sabe más”

Cada una de estas memorias se respiran esta noche hasta lo más hondo. En la pista, mientras se baila no se olvida. Las miradas de rencor se cruzan y es inevitable, la batalla comienza cuando un "Banda Loco" derriba a uno del 74 Rincón.

La regla es simple, para darse un tiro  debe ser parejo, uno contra uno; el descontrol viene cuando alguien más se mete y el barrio intercede por quien está al frente desatando la ola de brazadas sin destino y con el único objetivo de golpear.
Antes de que la situación se salga de control entran los de seguridad, vestidos de amarillo fosforescente, para calmar el ánimo y que siga la fiesta, de eso se trata, de darse sin ir más allá, al menos hasta cruzar la puerta, yéndose de aquí la historia es otra.

Aquí no hay víctimas, todo mundo sabe a lo que viene: a bailar y a darse por gusto, hasta que sangre la  adrenalina por las venas.

Ahí está Lalo de los Banda Loco, metro 80 de altura con figuras rojas tatuadas en los hombros y complexión robusta; de acuerdo a un guardia todos le temen, la mayoría lo respeta porque saben que cuando pega no se equivoca. Es afortunado. Todavía está vivo.

No como “Panochitas”, su amigo de la banda que no tuvo la misma suerte. De haberla tenido no lo hubieran macheteado y después atropellado en una riña. Su pandilla, los Banda Locos, de Tetillas, se encargaron de que su nombre esta noche no pasara desapercibido por el DJ, que sonara fuerte igual que cuando los periódicos anunciaron su muerte en primera plana.

Más mujeres integran sus propias pandillas y también les gusta pelear. Hasta el momento no han sufrido una pérdida pero vienen esta noche por solidaridad.
Un baile con la muerte por los que ya no están.

“El Tuca”, de la 74 Rincón, no ha visto caer a uno de su banda en manos rivales pero sí ha llorado a dos de sus amigos que la muerte se llevó por otras causas. Con aspecto de menor, "El Tuca" viene desde la colonia Rincón de Guadalupe, donde todos fueron testigos de cómo el cáncer acabó con su amigo el “Zurdo” con apenas 14 años de edad. Por él y por otro de sus amigos que atropellaron en la Guayulera en el 2008, es que está aquí, honrando sus vidas, saltando en la pista.

"¡GRITO DE GUERRA! ¡Guerra, guerra!" insiste el DJ.

La gente responde y “El Tuca” se apresura. De una bolsa del pantalón saca una hoja de cuaderno doblada en cuatro partes, sobre la cuadrícula resaltan en grande tres nombres escritos con plumón azul. Del grupo de 10 personas en el que la mayoría se había quitado la playera dejando ver historias grabadas con tinta sobre su piel, solamente él estuvo dispuesto a hablar sobre los suyos. De entre las más de 100 personas que bailaban al ritmo de la cumbia, “El Tuca”  fue la única persona en cargar consigo algo que recordara físicamente la muerte de algún caído, los demás los evocaron con señas y otros con la forma en que los vieron morir: peleando.

A “Los Kiwis de la Bella” todavía les cala el recuerdo de “El Chore”.  En la oscuridad, uno de sus amigos me cuenta que presenció su muerte, que tenía 19 años, que era muy joven para morir apaleado. Lo vio caer a metros de su casa el sábado 29 de marzo del 2014.

El es el único de los Kiwis que aceptó  dejar de bailar para hablar sobre la historia de "El Chore" su amigo caído,  él estuvo ahí cuando los rivales lo sentenciaron a muerte. Según la versión oficial, “El Chore” murió a consecuencia de pedradas y palazos en la cabeza.

“El Chore” como otros caídos de la ciudad, tiene un video en Youtube en su honor como  tributo a su muerte con fotos de él y la banda, la música de fondo en el video lleva el mismo ritmo que la  que retumba  aquí en el salón. Los “Kiwis” han sufrido otras dos bajas por hechos violentos, el primero desnucado cuando un rival le reventó un bat en la cabeza y el segundo, sigue siendo una incógnita cuando desconocidos fueron por él y desde entonces nadie sabe más.

Las catrinas dejan una parte de su rostro al descubierto para hacerse notar entre las bandas.
No todo aquí es pelea también hay lugar para el amor.
Al paseo llegan pandillas por tandas, se juntan en montones hasta superar las 150 personas, una mezcla de creencias y pensamientos unidos por el respeto al culto de lo único que creen es parte del destino: la muerte.”

La muerte y la vida se encuentran de frente en el mismo lugar. La música calienta la sangre, se respira adrenalina y la energía se contagia. Una medalla con la imagen de un santo del tamaño de una uña, refleja la luz en el borde de una playera que porta una mujer con siete meses de embarazo que se pierde entre la multitud y los recuerdos a flor de piel.

Ya es tarde, el ánimo es cada vez más denso y no es por el calor. Un coctel de adrenalina mezclado con melancolía y venganza está servido en el lugar. Un Colombiano de Zapalinamé se golpea el rostro, reta a un contrario a tratar de darse y ver quién tumba al otro primero, pero los guardias vigilan, saben que cuando más prendidos están es cuando más certeros deben actuar.

El Colombiano quiere pelear. Al quitarse la playera deja ver dos alas en la espalda, una rellena de sombras y otra sin detalles, por encima resalta el nombre de “Angel”.

la muerte y la vida se encuentran de frente en el mismo lugar. La música calienta la sangre, se respira adrenalina y la energía se contagia.

Para esta hora la mayoría de las pandillas tiene el torso descubierto, sin importar que la carne se desborde por encima del pantalón o éste se resbale dejando ver la ropa interior, todo como consecuencia de una norma de seguridad: cero hebillas o cinturones. Van más de cuatro estampidas humanas que por poco y arrancan las cortinas de la entrada, las catrinas se tambalean mientras varias bandas aprietan el paso para esquivar la reta de alguien más, los nombres de los caídos dejaron de sonar para dar paso a los que están bailando.

En el lugar se busca rendir un tributo especial a los muertos y a toda costa se evita la posibilidad de que en los próximos años alguien rinda honor a un caído dentro de las cuatro paredes que de momento resguarda a las principales pandillas de la ciudad.

Por más rivalidad que exista en las calles, aquí dentro hay códigos y más se respetan si es un día de tradición, no sólo por los vivos,  más que nada es por los muertos. Estar aquí es bailar en honor a ellos. Porque el dolor se entiende y la mayoría de los presentes saben lo que son las bajas en la pandilla y enterrar a uno de los suyos, están conscientes de lo que es morir o pasar a ser una leyenda.