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La noche en que La Guzmán y La Trevi se tiraron a matar (Crónica)
Por: Humberto Vázquez Galindo
Esta no es una arena, esto es un Coliseo Romano que vibra enardecido. El espectáculo aún no empieza, pero el público ya está de pie, grita poseído, son parte de un trance colectivo que exige la presencia de dos aguerridas gladiadoras. El encuentro trae sello de garantía y promete un combate musical que no estará exento de sudor, lágrimas, golpes bien colocados y algo letal: canciones que, como certeros dardos, van directo al corazón.
En las gradas los fans traen la camiseta bien puesta y no sólo eso, llevan tatuado el nombre de su equipo y portan credencial de su diva, a esa que defienden con uñas y dientes. Unos aplauden al unísono mientras otra parte contiene la respiración, se lleva las manos al rostro, la espera los está matando y no quitan la mirada del ruedo. Otro sector no da tregua y exige sangre, están listos para ver el cuadrilátero arder y ser testigos de ese choque de trenes de dos pesos pesados de la música en México.
Las luces se apagan de pronto y el ruido es ensordecedor, tanto que hasta los camerinos llega el rumor de una ovación que pone a las contrincantes con los nervios de punta. Ellas, por separado, calientan, chocan sus puños, estiran las piernas, se ponen los guantes, bufan, sí, bufan y dan vueltas en círculos como dos toros de lidia que están a punto de salir disparados a dar la batalla, dispuestos a dejar su vida en el ruedo.
Ustedes no lo saben y ellas tampoco, pero esta batalla campal que está a punto de desatarse, la empezó a fraguar un niño de 11 años en esa sucursal del infierno llamada Monclova, Coahuila. Ese niño era yo y este enfrentamiento se me ocurrió en sexto de primaria. ¿No me creen? Vámonos por partes.
Se asomaban los años noventas y vivía en el corazón del desierto coahuilense. A los nueve años era un caso perdido y tenía que cuidarme siempre de algo: que no se me cayera la manita. De pequeño no tenía a que aferrarme, hasta que un día tuve una revelación cuando veía Siempre en Domingo. La abuela estaba con el Jesús en la boca y yo me fui de espaldas al ver a un huracán llamado Alejandra Guzmán por primera vez. No sabía si estaba enamorado o más bien quería sus piernas, la falda con vuelo y de paso ese vozarrón aguardientoso. Esa noche tuve que vigilar que el corazón, ese gran muelle de acero, no se me saliera del pecho.
Pero pedirle el casete al bigotón y bragado de mi padre, jamás. ¿Cómo que por qué? En el cancionero popular del jefe lo más homosexual que se permitía era Lalo Mora. Así que la radio se convirtió en mi consuelo. Un día descubrí el programa Batallas Musicales. La locutora diario lideraba un enfrentamiento como los del viejo oeste que no se resolvían a balazos sino a punta de llamadas.
En ese programa el que hablaba primero, era el encargado de decidir quién se enfrentaría. Yo marcaba como poseído, hasta que un día lo logré y la voz de la locutora me supo a gloria: Dime, a quién vas a enfrentar.
Y ese día, hace 26 años, le di el banderazo al Versus que hoy nos tiene congregados cuando grité, como si la vida se me fuera en eso: A Alejandra Guzmán y Gloria Trevi. Ah caray, decía la locutora, esto se va a poner bueno, va a salir mucho pelo volando y una corona puede ser arrebatada. ¿Qué temas te gustaría poner en batalla? Y muy seguro de la jugada, puse las cartas sobre la mesa: “Hey Guera” y “La Papa sin Cátsup”.
Los teléfonos eran de rosquilla y yo me convertí en el dedo más veloz del viejo oeste. Hasta que entraba la llamada y esa voz angelical me hacía la pregunta del millón: Por quién votas y yo soltaba su nombre fuerte, para que retumbara en todos los radios de Monclova, como si estuviera hablando con San Pedro y le estuviera salvando la vida: Por Alejandra Guzmán.
Yo rezaba para que la locutora no hablara durante la canción que estaba grabando. Así complete el casete que reproducía hasta el cansancio. Tirado en la alfombra me olvidaba de todo, lamía mis heridas, claro que a los 11 años uno ya trae sus arañazos. Escuchándola podía ser yo mismo y también me ayudaba a atenuar el bochorno de saberme diferente. Luego me paraba a bailar y dejaba que la manita se me cayera y se me volviera a caer porque ella no me juzgaba, en su culto los locos y los raros, ocupábamos la primeras filas.
Hoy, como si se tratara de un viaje en el tiempo, ese niño de once años está petrificado en la Arena Monterrey, esperando de pie que arranque la batalla que él inició hace casi tres décadas. Y como si el tiempo no pasara, ahí están, emergiendo del escenario entre el mar de gritos desaforados y teléfonos encendidos que hacen olas para grabar el momento. Las guitarras se distorsionan y el grito de La Guzmán marca con potencia un duelo a madrazo limpio con Gloria Trevi, una cantante enorme que brilla con luz propia: “Come on”.
Y ahí están las dos, mostrando sus armas, demostrando de que están hechas, haciendo frente común por un pelao que se les salió del carril, que desde que se fue sirvió solo para una cosa: Para que todo marchara mejor, pero que digo mejor, vamos al grano, sirvió para que ellas se pusieran mucho, pero muchos más buenas.
Y quien tenga dudas, solo hace falta que abra los ojos. ¿Este par tiene pacto con el diablo? Las miradas se pierden entre las piernas, que digo piernas, las piernotas de la Guzmán, se deslizan por el escote de La Trevi. Apenas ponen un pie y brillan, brillan más que su vestuario, la voz potente y grave de La Guzmán sale a flote, se impone de inmediato. Las Trevi no se queda atrás y sube las notas, las estira sin desafinar, pone la vara muy alto, mientras la Guzmán se adelanta y muestra ese donaire que tiene para el baile y que ni 22 operaciones y una cadera de titanium le han quitado, rápido muestra sus derriére en perfecto estado y acalla rumores, se toca las piernas mientras la Trevi no se frena, se adelanta y muestra su cinturita, luego se agacha y sacude su enorme y leonina cabellera y sube tocándose las botas que lleva por encima de la rodilla y conducen hacia las sinuosas curvas de sus caderas.
“Monteeeeeerrreeeeey” fue el saludo de ambas y el público cayó desde ese momento a sus pies. ¿Y adivinen cuál fue el primer grito de Guerra de la Guzmán? Así es, “Hey Guera” y saben con cuál respondió la Trevi como si regresáramos a la misma competencia de la radio en Monclova: “La Papa sin Cátsup”.
“Ni te acerques por qué voy y te armo un escándalo”, le grita la Guzmán a La Trevi que sale despavorida del escenario. Enfundada en un brillante minivestido plateado con barbas como si fuera una patinadora sobre hielo. Su cabello es una mohawk decorada con aros de metal. Esta vikinga pelea como gata boca arriba, así, celosa y posesiva, trae esos acordes que navegan en la memoria hacia su cuarto disco “Flor de Papel”, ese que la puso en los cuernos de la luna, tenía 23 años, y a gritos y sombrerazos había sacado su primer disco con el que le dijo “Bye Mamá” a la diva del cine y musa de Luis Buñuel, Silvia Pinal y uno de los precursores del rock en México Enrique Guzmán, el vocal de los Teen Tops, quienes le prohibieron que se dedicara a la música y la sacaron de varios grupos para que siguiera estudiando. Jamás imaginaron el monstruo que iban a desatar con esa prohibición.
Alejandra y Gloria llegaron a la música como una bocanada de aire fresco, pues proliferaban los gritos despechados y lastimosos como el de Amanda Miguel con su “él me mintió, él me dijo que me amaba y no era verdad”; o Dulce que suplicaba “amor lo digo muy de veras, haz conmigo lo quieras, reina, esclava o mujer, pero déjame volver, volver contigo”; Marisela ponía su granito de arena: “sin él se ha acabado el camino y no se a donde ir, no quiero esta vida no se qué hacer, sin el no la puedo entender”.
A principios de los noventas, Alejandra llegó bailando con un mini short y un top con el letrero de Hollywood a sus espaldas, aseguraba que ella era la reina de corazones, el sueño de todos, propiedad de nadie. En esa canción se burlaba de los hijos, las cartas, las flores y esa vida sedentaria de ama de casa que no le apetecía conocer. El feminismo no era moneda común, pero ella le puso rostro a la mujer liberada, esa que lo que le gusta, lo toma y no se lo piensa y que no titubea para convertir a los hombres en pañuelos para usar y tirar.
“Nunca permitiré que vengas aquí a robármelo”, le gritaba Ale a Paulina Rubio. El susodicho era un greñudo Erick Rubín, pero Paulina, comparada con Alejandra, andaba en los puros rines, era una chica flaquita, muy fresa y sin mucha voz. En términos llanos no traía con qué hacer la guerra por mucho que gritara “Ese Hombre es Mío”. La ganona todos saben quien fue y la tenemos en frente.
La Trevi, al igual que La Guzmán nació en el convulso 68, sí, aunque usted no lo crea las dos andan rasguñando los 50 años. Gloria para los años ochentas ya tenía un camino recorrido. Había viajado desde Monterrey para concursar en la doble de “Chispita”, la niña con trenzas que personificaba Lucero en la telenovela del mismo nombre, y ¿qué creen?, pues ganó y fue becada para estudiar en el CEA de Televisa y ahí, ya para graduarse, con 16 añitos, conoció a Sergio Andrade, quien la reclutó para el grupo Boquitas Pintadas, pero esa es una historia muy manoseada y aquí todos llegamos a rendirle culto, a aventarle besos y no pedradas.
“No te equivoques de güerita”, le responde a La Guzmán una Gloria que regresa al escenario con un discurso más confrontativo, más lúdico y salvaje, pues lejos de rogarle al susodicho como las divas ochenteras, ella celebra estar sola, porque cuando la abandonó supo lo perdió. Él la dejó como un nopal sin lo baboso y el público femenino grita desaforado “¡y el baboso eres tú!”, y así durante toda la canción, porque tienen la certeza que son más los que vienen que los que se van, esos que las dejan "Comoun borracho sin tequila, como un bebé sin su mamila”, y vuelve el coro monumental “¡y el mamila eres tú!”. Ahora La Trevi y sus seguidoras se vienen, se suben, se bajan, se quieren y la pasan brutal. “¿Y si viajamos a los años noventas?, pregunta La Trevi y ante un siiiiii que brotó de inmediato agrega “los dejo con su majestad Alejandra Guzmán” y su contoneo con ese cuerpo escultural desató un grito en toda a la Arena: “¡Que perra, que perra, que perra mi amiga!”.
Ale se percata del espectáculo y aprovecha para sacar su lado oscuro y deja aflorar a la Mala Hierba. La oveja negra que tira sus redes para seducir, la mujer que se burla del engaño, la que es un desastre total ¿y qué? Esa de la que hablan mal por una simple razón: Porque le temen y envidian que haga de su vida un papalote y porque finalmente nadie entiende a una mujer de verdad.
Alejandra, lejos de perder la fe, asegura que es fácil perdonar cuando se quiere de veras. Ella le apuesta al amor, porque cuando se debe, sabe querer sin explicación, sabe devorar a besos y volverse “Loca”, loca de pasión. La cantante tiene tablas y se nota. Sabe seducir arriba del escenario, se contorsiona al ritmo de las cuerdas, muestra el armas de seducción que es su cuerpo, sabe recolectar miradas, dibujar con sus manos, enredarse en su piernas, sabe desnudar su voz y ponerle sabor a un tema cachondo que culmina con guitarras que se desgarran para terminar con fuerza este tema que es un orgasmo auditivo.
Y como se muere de calor, la loca se va a la playa. A ritmo de Reggae invita a “hanguear”, a aventar lo que estorba. Con “Quítatelo” se desnuda, porque “que rico bañarte desnudita en la playa” y ya entrados en la bohemia, pues que vengan “un churro, una chela y un taco, porque ser feliz te sale barato”.
La casa está llena, y la Guzmán está al bat. Esta veterana sabe lo que trae y nada más para mostrar su músculo, lanza su primer Home Run con “Día de Suerte”. Bastan los primeros acordes del piano para prender las luces en el alma. Alejandra, que no necesita hacer más, decide sentarse. Este tema se vende solo y da lugar al primer gran coro de la noche. Cómo no celebrar que un día los astros conspiraron y dos almas se encuentran: “Y de pronto un día de suerte se me hizo conocerte y te cruzaste en mi camino, ahora creo en el destino”. La piel se eriza con ese mágico momento y los celulares no dejan de grabar, también salen llamadas y dedicatorias, miradas de complicidad, abrazos, labios que se unen y promesas de amor eterno.
Los recuerdos vuelan, solo hace falta ver la cara de la fanaticada. Yo aprovecho y viajo a una noche de julio a la playa. De pronto estoy parado ahí en mi bodorrio, rodeados de amigos, tomado de sus manos, bailando como si el tiempo estuviera suspendido y de fondo musical Alejandra, que no se enteró, pero cantó en nuestro vals. Y hubo besos y fuegos artificiales adentro y afuera del corazón cuando ella nos dio estas estrofas como señal: “Pero más suerte es quererte tanto y que tú sientas lo mismo”.
Y de ese trance hipnótico en el que estamos todos, nos despiertan las guitarras distorsionadas y “Un Grito en la Noche”. El debate sobre si la Guzmán hace o no Rock and Roll está ya muy trasnochado, todos sabemos que hace Pop y su fuerte son esas grandes baladas para agarrar por nuestra cuenta la parranda. Pero la casta rockera la trae en las venas y sus discos dan testimonio de eso. Y para muestra este botón, al escuchar el punch de esta canción y ver su actitud, hace que aquellas a las que no les regatean el título, Ely Guerra, Julieta Venegas, Natalia Lafourcade y ahora Mon Laferte, parezcan tiernos corderitos. “Lipstick” se une a esta ruidosa celebración y recuerda el disco en el que Steven Tyler de Aerosmith le escribió ese trancazo que hoy extrañamos: “Soy tu Lluvia”. La Guzmán corre, se come el escenario, sentada en una silla regala un seductor striptease. Esto es una fiesta, donde por unos momentos el dolor no tiene cabida. Y al final las Guitarras se aceleran y ella sacude su cabellera, se tira al piso, explota y deja el escenario en llamas.
Gloria regresa a un entarimado incendiado, hace su entrada triunfal con el tema de Umberto Tozzi que popularizó Laura Branigan en 1982: “Gloria”. Su presencia se siente en el aire, sus fans la nombran con fuerza, se les cae la baba cuando la ven regia, como dice una chica parada a mi lado “parece una muñequita de porcelana”. Ellos, sus incondicionales la han ayudado a escribir su historia con esa palabra que lleva en su nombre, y que define su carrera, porque a su lado la mañana se ilumina, la verdad y la mentira se llaman Gloria.
Gloria pisa con fuerza el entarimado y la competencia se deja sentir cuando saca una de sus muchas cartas fuertes y para mostrar que no teme salir lastimada decide salir “Vestida de Azúcar”. No, no teme a los golpes de su contrincante, teme a los hombres, a abrir de par en par las puertas del corazón. Pero el miedo no la paraliza y decide lanzarse al vacío, al fin que el que no arriesga no gana. Su público se desgarra la garganta, celebra su arrojo, al fin que la vida se trata de eso, de aventurarse, de meter el acelerador y dejarse ir en el sinuoso camino de los amores difíciles, de entregarse, confiar, y a veces, diría José Alfredo Jiménez, de caer en los mismos errores: “Ya no seré precavida total si te vas déjame una sonrisa, puede doler el recuerdo, pero lo prefiero a no quedarme siquiera con eso”.
En las composiciones de Gloria hay letras para aventar pa’ arriba, así que cuando paguen mal, pues a pasar página y para eso está la siguiente canción, para reírte de ellos y escupirles en la cara a los que piensan que morimos, lloramos y estamos deprimidos con su partida: “Y yo la paso bailando, cantando, logrando tanto, sin ti, y tú estás imaginando que paso mis noches en vela, muriendo por ti”. A este tema solo le faltó el emoticón de las uñas pintadas.
Con “Psicofonía” Gloria se pone “darks” y nos trae amores fantasmas, de ultratumba, dignos de una película de Tim Burton. Pero para esos que regresan con la cola entre las patas, con flores en las manos, la Trevi les tiene un mensaje sencillo: “Pruébamelo”. El público está de pie, y corean las palabras de su diva, un viejorrón que está con la mano en la cintura y la frente en alto porque sabe lo que vale, porque “No se puede, no, comprar y engañar a mi corazón con frases hechas para el montón”. “Gloria, Gloria, Gloria” se escucha en una ovación de los “trevilanders” que son multitud y que son fieles, que han estado con ella en las buenas, las malas y las peores. Ellos la esperaron, fueron pacientes y la ayudaron a cubrirse el granizo, la lluvia y la abrazaron “En Medio de la Tempestad” porque el de ella es amor de verdad, ese que no sabe fallar.
Y si la Guzmán se aventó ya un Home Run, la Trevi hace el suyo, se roba todas las bases y apunta carrera sin decir agua va, ¿Qué cómo lo logró? Con “El Favor de la Soledad”. Y es que si Juan Gabriel grita con lágrimas en los ojos que no nació para amar, que nadie nació para él, la Trevi lo dice a su manera, homenajea a su eterna acompañante, a esa que llega cuando todos se van. “Soledad, soledad, soledad, hazme un favor yo te lo ruego, haz que él sienta lo que siento”. Y a doblar las manitas y llorar a grito tendido, porque como diría Amy Winehouse, el amor es un juego perdido. Además si alguien como Gloria la ha sentido, qué podemos esperar los simples mortales, por eso ese coro monumental que traspasa las paredes de la arena se escucha clarito en todo Monterrey: “sooooleeeeeeedaaaaaaad”.
Pero Gloria como dice una cosa dice otra. Así que en “Cinco Minutos” ya cambió de opinión y al hombre al que le mendigaba una pizca de amor, ahora no lo quiere ver ni en pintura y si lo llega a saludar es pura cortesía. Y es que el innombrable no contaba con las vueltas del destino y luego de hacer de su vida un infierno se le ocurre buscarla, casualmente ahora que él está abajo y ella está arriba. Y pues a las Treviño no se les da eso de echar la reversa y la palabra volver les da pereza. Así que ahuecando el ala en 5, 4, 3, 2...
En ese ambiente festivo regresa La Guzmán para dejar claro quién es la Reina de Corazones. Y si alguien tiene dudas es porque no estuvo ahí, en ese mar de gente que la recibió con una ovación al verla ataviada como en sus inicio allá en el 89 con faldas con crinolina, cuando sacó su primer disco con covers de The Rolling Stones, Elvis Presley, The Beatles y claro, dándole su toque al gran éxito de su padre: “La Plaga”. Porque a ella le gusta bailar y como chingaos no, cuando está rockanroleando es la reina del lugar. Además cuando hay “Luz de Luna”, deja escapar a su diablo que quiere salir y claro es verano y el peligro es una amenaza constante, pero Alejandra es la reina del escape y los tríos, tanto que hizo una película sobre eso. Aquello es la locura, le fiesta, la algarabía, el recuento, pero el recuento de los buenos momentos y si no pregúntenle a Ricardo Díaz, a Luis Iracheta, a Henru y La Toledo que no pueden borrarse la sonrisa del rostro y son #TeamGuzmán de corazón, tanto que hasta la fueron a seguir a la Ciudad de México en el arranque de la gira y aparecen en el DVD del tour.
Y con el corazón acelerado, desbocado, llega tres ganchos al hígado, y su rival está en el suelo sin poder levantarse, y el ring se llena de ángeles, no, no ha sucedido una tragedia, son ángeles caídos que lloran a mares. Uno de los temas más cachondos de la Guzmán, que con saxofón suena a blues, a gospell y trae a le memoria a Nina Simone, a Billie Holiday, La Guzmán es de pronto una Janis Joplin nixtamalizada. ¿Que exagero? A la memoria de uno llega quién se le pega la gana. “Esta es para los que nos caemos y nos volvemos a levantar”, grita una Pinal que como su madre en las cintas de Buñuel, fue expulsada del paraíso. Todos la coreamos con lo poco que queda de voz en una noche de karaoke eterno.
Y ni como tomar un respiro cuando le siguen “Rosas Rojas” y “Volverte Amar”, gritos y gritos y más gritos en la oscuridad de ese enorme recinto que suplica a ese hombre empapado de rocío que no se venga, digo que no se vaya todavía. Porque aceptémoslo tonterías nos separan a los dos… Porque después de tu amor, ya no hay nada… Porque la carne es débil y caemos rendidos cuando él, cuando ella, nos llama. Y ahí estamos con miedo, tanto, tanto miedo de volver a amar. ¿Qué más quieres Guzmán, que saquemos una pistola y nos demos un tiro?
Y ahora sí, la cosa se está poniendo buena, y con la contrincante apenas levantándose del piso, La Guzmán se engolosina de poder, de fuerza, y suelta un derechazo letal, quizá el mejor de la noche con “Hacer el Amor con Otro”. Ni siquiera la dejan cantar, el coro es tan, pero tan poderoso, que se queda callada buena parte de la canción. No es para menos, es su himno, es un monumento a la infidelidad y lo peor de todo, a la venganza y al final de cuentas, después de hacer el amor con ocho, pues resulta que no, que no es la misma cosa, que no hay estrellas de color rosa.
Se vale chillar, se vale el despecho porque todo ha salido tan mal. Es más, ¡ya vete del escenario Alejandra! El único consuelo es que esta canción seguramente le dolió más él, cuando en el fondo tiene que reconocer que no, que eso que tiene ahora no es, ni será nunca la misma cosa porque le falta madurar y lo peor de todo, es casi una niña.
Y así como la Guzmán regresó a sus inicios, La Trevi hace lo propio y muestra porque con su debut puso a México de cabeza. Ella escandalizó a todo mundo y fue linchada cuando la mujer empoderada no estaba de moda. Ni para cuando las feministas apalearan a los patanes en las redes sociales y ella ya los traía de encargo con todo y su “Pelo Suelto”, porque dicen que no usaba calzones. “Jesús, María y José”, se persignaban las señoras que esperaban a Lola Beltrán en los programas musicales. La Trevi fue motivo de estudio, fue un fenómeno social de reivindicación femenina abordado por Elena Poniatowska y Carlos Monsiváis, quien la sacó en la portada de su libro de crónicas y dijo de ella “La sigo cada vez que puedo. Todo lo que ella hace me parece muy divertido, y le parece más divertido a un público que ve que no se está provocando la caída del cielo, pero si contribuyendo a que ellos la pasen mejor”.
Y ahí tenemos enfrente a La Trevi, por la que peleaban a muerte Televisa y TvAzteca, la que metió en aprietos a Raúl Velasco, la de las medias rotas que agarraba a un hombre del público y le cortaba la corbata, lo tiraba al piso y lo sometía “para que sintiera lo que sienten las mujeres”, la que se bañaba en coca cola, la que era “raza” y hacía películas, la gallina de los huevos de oro, esa que cortaba la respiración con sus calendarios.
La Trevi ya barrió el escenario con el pelo y la euforia se deja sentir, la tiene flotando, agarrando vuelo, regalando un gancho al hígado a La Guzmán y a los recuerdos. Cuando llega “Tu Ángel de la Guarda” la fiesta se suspende un poco porque de pronto yace tirada en el escenario porque setenta pastillas fueron su fin. Chavela Vargas dice que nadie muere de amor, ni por falta ni por sobra, pero esta heroína se quitó la vida por un amor del que ahora es su ángel de la guarda. ¿Por qué cuidar al hombre que la llevó a la muerte, ese que no fue sincero? Nadie sabe, cosas “creepys” de Gloria que encantan a todos.
Tener a La Trevi de principios de los noventas es un deleite. Sus letras tenían el encanto de la actualidad, la denuncia, la provocación y retratar la vida cotidiana y el mundo desde una perspectiva femenina y socarrona: “Agárrate mamá, que buscan a papá, su esposa y sus dos hijos. Agárrate papá que vienen a embargar yo creo que hasta tus vinos”.
Luego salta de un lugar a otro son sus “zapatos viejos”, esos que no quiere tirar. Y hablando de zapatos, ella se pone en los de la “Chica Embarazada”,la que acepta que la regó y que se atreve a pronunciar la palabra aborto. Le también a la Madre y desmitifica la figura de la mamá bonachona estilo Sara García. “Vales, todo el oro del mundo, todo el oro del mundo vales Madre”.
Pero el desamor es lo suyo y durante toda la noche lo entrega en breves lecciones. En piezas musicales que dan en el punto, que se aferran a la memoria, que uno las repite como mantras y sin que suene a reproche, su talento aunado a las clases de solfeo, de piano y composición con la que la formó un productor como Sergio Andrade dieron resultado. Lo que ambos hicieron de la cintura para abajo a nadie aquí, en esta Arena Monterrey a reventar, le importa, tampoco debería importarle a nadie fuera de ella. Gloria ya fue juzgada pero se le sigue linchado como a nadie del clan porque es la más talentosa, porque tiene fama, porque compone y tiene cosas que decir, porque además conecta con el público, porque supo renacer de las cenizas y claro, porque en este país misógino y machista ella es mujer y lo peor de todo, es una triunfadora.
Y para quien lo dude, es porque no escuchó el rugir de sus seguidores, ahí estaba mi fila repleta de Trevilanders, estaba flanqueado por Ariel, quien gritaba, cantaba a todo pulmón, dedicaba canciones por teléfono, le mandaba besos y del otro lado, dos generaciones juntas, mamá e hija afiliadas al #TeamTrevi, como olvidar a Claudia Elias Medellín y su hija Samary que no dejaron de cantar, de emocionarse, de ser cómplices y abrazarse, el vivo retrato de “Te Esperaba”, el tema de La Guzmán, pero la que está arriba es gloria y canta atribulada: “No, no, no sé... no sé, ¿qué voy a hacer sin él? si no puedo estar con él y no quiero estar sin él”. A La Trevi le gusta escarbar en lo más oscuro de su alma y llega un momento en la que es necesario ir al “Dr. Psiquiatra”, a sentarse en el diván a corroborar que los locos están en la acera de enfrente, que ella sólo está desesperada y que el doctor solo quiere una cosa: verle las piernas.
En estos momentos de la noche a nadie le queda claro cómo va el marcador. 17 mil almas gritan, discuten, se convierten en árbitros, jueces, avientan calificaciones pero todo es en vano hasta que ellas llegan a un acuerdo que a todos convence y que dará como resultado la mejor parte del concierto, esa en la que las contrincantes estarán frente a frente, como si se tratara de un Western filmado por Tarantino, en donde sin irse del escenario lanzarán al público lo mejor de su repertorio, donde sacarán a relucir sus armas más sofisticadas y mortales, un duelo donde no ganará la que dispare primero, sino la que con sus letras, llegue primero a ese lugar donde se hospeda la memoria, la que con sus acordes ilumine el cuarto secreto donde se esconden los recuerdos, la que logre que esa canción diga las palabras exactas que abran la intrincada combinación de 17 mil corazones.
Y ahí están encima del escenario nuestros dos gallos de pelea, quizá algo desplumados por una contienda que no iba a ser fácil. Muertas por dentro, pero de pie como los árboles, con la dignidad encima, respaldadas por años de experiencia, sonriendo porque son las portavoces de varias generaciones, porque a gritos y sombrerazos, han hecho lo que pocas: Se han mantenido y después de tres décadas no piensan en el retiro, al contrario, siguen cosechando éxitos y cuidando el reinado que las coloca como las dos mujeres más importantes del Pop en México y el mundo de la Ñ. Este dúo sigue ganando seguidores, esos que se unen a una horda de fans que les son fieles y las siguen prendiendo veladoras y tratándolas como lo que son: santitos de su devoción.
Así que la primera que extiende las alas y vuela por los aires para continuar la batalla es La Guzmán. Dicen que la que pega primero pega dos veces y ella sabe dónde colocar el golpe, sabe que todos hemos cometido errores y saca a relucir la canción que compuso para esos amores tormentosos, esos que llegan como un huracán, se llevan lo mejor de nosotros y nos dejan en los huesos. Esos que te roban el alma y que seguro abundan, porque una multitud corea a todo pulmón: "Fue mi culpa al final el quererte de más y solo recibir la mitad". Pero saben qué es lo peor de todo, reconocer en público eso de “yo te quise y no te bastó y aún te amo a pesar de que has sido mi peor error”.
Pero hay de errores a errores y en eso La Trevi tiene maestría, si la Guzmán está herida pero aún le quedan fuerzas para seguir amándolo debería de verse en el espejo de su rival. Gloria no puede reponerse y no es para menos, solo hacen falta escuchar las primeras estrofas para entender el terremoto que fue ese amor: “El recuento de los daños, del holocausto de tu amor, son incalculables e irreparables hay demasiada destrucción, lágrimas que no consiguen apagar el fuego que hay en mí, hay ilusiones muertas por doquiera, solo quedan ruinas de mí”.
Ese golpe de La Trevi no solo noqueó a la Guzmán, sino a todos los presentes, y ese dolor no se apaga con cerveza ni alcohol. La herida sigue abierta y Gloria metió toda la mano y no sólo eso, le puso sal. Alejandra está consciente de ese devastador momento, tanto que prefiere bajar la guardia y convertirse en algo más útil: paño de lágrimas. Al vernos en ese boulevard de los sueños rotos, nos aconseja a todos con la voz de una amiga entrañable que sabe lo que dice: “Ten cuidado con el corazón”. Ale va con su compañera de batalla, la toma del brazo, la abraza, le presta su hombro y comparte lágrimas y le dice a ella al público que también está destrozado, “Ten cuidado con el corazón, con las alas y con todo lo demás un descuido y te pueden desplumar, alerta”, y así reconforta este momento de drama y regala uno de los momentos más entrañables de la noche cuando abre sus brazos y nos repite una y otra vez “no, no llores así”.
Pero la Trevi insiste, no perdona ni suelta, no ha superado y sigue llorando por los rincones, porque ese cabrón, ese hijo de la chingada, no quería lastimara, la quería matar. Y entonces se pregunta con justa razón, para que tanto afán, porque la hizo sentir algo especial, por que llegó a robarle besos y espantarle la soledad, para qué si al final se iba a marchar, a volar en libertad. Ajá, ese hombre es malo, ese hombre hace daño, ese hombre perfecto es puritita traición.
Y entonces en esa vorágine de reproches la otra Diva, esa que se estaba reponiendo y no reconfortaba con sus palabras, con esa declaración de su némesis trae a la memoria ese amor que se fue, así, sin decir nada. Y entonces va a dar al piso también, ahí descalza tras la ventana, se oprime el corazón para que no se le salga del pecho y todo porque ya no tiene su aliento, ni sus besos y esa llamada nomás llega, no llega ni porque una súplica monumental le pide: "llama por favooooooor, soy un cero a la izquierdaaaaaa".
¿Y saben que es lo peor de todo? Que no hemos aprendido nada y nos encanta tropezar de nuevo y con la misma piedra. Para muestra el tema que resume como ninguno esta noche de despecho y desamor. Y que esa ovación monumental al escuchar los primeros acordes, nos deja claro que no hay más ciego que el que no quiere ver. Y ahí va de nuevo la burra al trigo: “Todos quieren que me aleje de él, que es de lo peor y no me quiere bien, dicen que me envuelve el cerebro, con el fin de enredarse en mi cuerpo”.
Si esto fuera un grupo de autoayuda el veredicto sería muy claro, la Arena está llena de adictos a las relaciones destructivas, seres propensos al sufrimiento, con una predilección por las relaciones conflictivas, en resumen seres codependientes que depositan su felicidad en los hombros de la pareja. ¿No me creen? Solo escuchen este coro que se desborda: “Le creo cuando dice te quiero, le creo que su amor será eterno, le creo que es el hombre más bueno, le creo que la luna es de queso, y si él me diera otro beso, qué más da si me miente, yo le creo”.
Como si estuviéramos en un Océnica del desamor, La Guzmán cierra la sesión y todos tomados de la mano nos decimos “ánimo”. Ella le pone punto final porque lo que viene es un homenaje al amor incondicional, ese que nada espera cuando se trata de los hijos. Ale sabe que no necesitamos lucha, sino unión, y la dedica a todas las madres presentes y todavía no inicia cuando las lágrimas ya están brotando y hay alguien que no puede con el nudo en la garganta, hay alguien que no puede cantarla, La Trevi la canta en silencio y mira hacia el cielo, porque hasta allá va a dar ese himno que las mamás entienden palabra a palabra: “Yo te esperaba, imaginando a ciegas el color de tu mirada y el timbre de tu voz. Muerta de miedo, le rogaba al cielo que te deje llegar lejos, mucho más que yo”.
Y gloria se desata el nudo en la garganta para seguir en el mismo tenor. Ella también es madre, ella también le dedicó este tema a los suyos y vio como Alejandra pudo abrazar y besar a Frida Sofía en uno de sus conciertos. Ella hará lo mismo con la suya, pero para eso hay que esperar varios mañanas, esos, que cuando lleguen, le permitan tomarla en sus brazos y cantarle mirando sus ojos con brillo de luna: “Y mañana, mañana, mañana, si despierto al despuntar el alba, iré a buscarte a alguna parte”.
El fin se acerca y el público lo intuye al escuchar “Cuando un Hombre te Enamora”, el tema que selló por todo lo alto este pacto entre dos grandes, una gira que los fans jamás imaginaron, una reunión que como la de Alejandro Fernández y Luis Miguel, muchos juraron que no iba a fructificar. Pero las divas callaron bocas y demostraron que es más grande el cariño, el talento, la unión entre mujeres, que la supuesta rivalidad que siempre le han achacado. Este tema las puso en marcha, grabaron un video en la que mandan al carajo al mismísimo Señor de Los cielos, Rafael Amaya y que ya tiene 45 millones de vistas en YouTube, eso sin contar que sacaron disco en conjunto y el DVD de la gira no solo está en circulación, sino también en los cines del país y la cereza en el pastel llega esta misma noche con el premio por las altas ventas de su disco. Así, contra todo pronóstico arrancaron con una gira que tendrá en total 50 fechas, 32 de ellas en Estados Unidos y sí, aunque traen las bolsas llenas de dólares, el único reclamo son las pocas fechas en México, la república entera las reclama. Y como no pedir más si cuando dos mujeres así te enamoran, terminan cegándote, amarrándote a su voluntad y crees que siempre te amarán, pero al final, al final te dejan con ganas de más.
El acto final tiene una clara dedicatoria: la comunidad gay, esa que las ha convertido en sus divas, esa que no permite que nadie las toque, ni que pronuncien su nombre en vano, esa que las persigue de ciudad en ciudad, compran sus discos, mandan flores, rezan por ellas, esos que ya se convirtieron en familia y hacen peregrinación no solo a los conciertos, sino a al hospital, a la cárcel y organizan clubs de fans que son un ejército bien organizado con todo y uniforme, esos que juntan votos y han hecho famoso hasta a las mascotas de sus viejotas, esos que las han convertido en religión, a los que solo les falta santiguarse, me incluyo, cuando escuchan sus nombres. Un Pink Market, sin que, aceptémoslo, sus carreras no sería lo mismo. Para ellos, para nosotros, va este homenaje, en donde intercambian canciones y la Guzmán entona “Todos Me Miran” y la Trevi es la “Eternamente Bella” y todo es cabello suelto, fiesta, colorido, plumas y jotería. Y es que no hay mejor manera de ponerle punto final a este encuentro que con esos temas y de remate uno que lo deja todo bien claro: “Satisfacción”.
Una fiesta en donde todos caben, en donde no hay distinción de color, de posición social, en donde no se juzga la manera de amar de nadie y donde todos, absolutamente todos, nos sentimos queridos, abrazados, en familia y donde abunda una palabra que lo resume todo: Amor, chingos de amor. Acaso alguien creyó que en este Versus hay una vencedora. Aquí sobraron los madrazos, más que en una pela del Canelo, pero aquí nadie salió decepcionado, porque definitivamente la casa perdió: aquí ganamos todos.
Y claro si nos ponemos a encuestar afuera del recinto cuál fue la triunfadora, de nuevo se desata la trifulca, esto no se trata de un marcador, no es un partido de futbol, esto no es una ciencia exacta, esto se trata de con cuál de las dos estás más conectado, cual estruja mejor el corazón.
Esta noche fue una celebración, una fiesta patronal donde cada quien le rezó y prendió cuetes a su santita preferida. Pero en este culto se trató de reconocer el enorme talento de estas dos mujeres que hicieron fuerza común, que dejaron sus egos de lado, que se tomaron de la mano y ambas subieron los puños para decir adiós arriba del escenario, ese del que no se han bajado dese hace casi 30 años. Aquí lo que hay es una sola cosa: el testimonio de los milagritos recibidos, y cómo no iban a sobrar testimonios de los fieles, de una Grey agradecida, si La Trevi y La Guzmán llevan décadas formando parte del sountrack de nuestras vidas y no acabaríamos nunca de enumerar momentos en los que el sonido de ciertas canciones, de ciertas palabras y sonidos nos transportan a lo mejor y peor de nuestro pasado.
Definitivamente esta no es una crónica objetiva, esta es una carta de amor a ellas dos, un pretexto para decirles por escrito y con la mano en el corazón: gracias, hartas gracias por ser parte de nuestras vidas, por acompañar nuestras soledades, tomarnos de la mano y jamás soltarnos.
Y si hoy volviera a entrar mi llamada a ese programa de radio allá en Monclova y la locutora me preguntara por quién vas a votar, de nuevo gritaría su nombre como si en eso se me fuera la vida: Por Alejandra Guzmán.