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La noche de la criatura 25280
Todo ocurrió al segundo mes de liberación, cuando los sobrevivientes de la pandemia empezaron a salir, previa autorización del gobierno, para tomar el único día de vacaciones asignado. Rosendo Villalván quiso ir a la playa. Se lo había prometido a su madre en abril del año pasado, antes de que el virus le arrancara la vida de forma súbita. Cuando salió de casa, el gas URSSLV-2021 que el gobierno federal usó para la desinfección ya se había disipado de las calles y la concentración en el aire no era dañina para los pulmones; sin embargo, en el cielo todavía se veía una ligera capa violeta.
Preparó sandwiches de jamón, compró un doce de tecates, una bolsa de doritos y a falta de mar cercano, manejó hacia el lago empedrado. Todavía estaba acordonado con alambres de púas y letreros con leyendas como “Prohibido nadar” y “Vigilancia 24h”. Aun así se brincó el cerco y se acomodó sobre una toalla cerca de la orilla. Conectó su celular a una bocina bluetooth y puso una playlist de Juan Gabriel.
– No te alcancé a llevar a un concierto del Divo, jefita, pero haz de cuenta que este es. Nomás nosotros tres. Ojalá escuches las canciones donde sea que andes ahorita –dijo y alzó una lata para brindar.
Los tibios rayos de sol le empujaron los párpados con suavidad hasta que se durmió. Horas más tarde, su cuerpo entumecido sintió que algo lo jaló de ambas piernas. Se enderezó para encontrarse rodeado de sombras, cantar de grillos y lejanas sirenas policiacas. Tomó el celular de sus piernas, pero no tenía pila. Sintió los pies mojados y asumió que la altura del lago había crecido con la noche. De pronto le echaron una luz potente.
-Ya me cargaron –susurró pensando en el ejército o la guardia nacional.
Rosendo se cubrió el resplandor con las manos y dio un saludo en voz alta, pero nadie le contestó. Explicó que se quedó dormido y pidió que no le dispararan, Entonces la intensidad de la luz bajó de golpe como cuando un automóvil pone mínima potencia en los faros. Fue ahí cuando la vio: era como una falda traslúcida flotando sobre el agua y acercándose a él.
El hombre se empujó hacia atrás con movimientos torpes hasta sentir una piedra en sus manos. Se la arrojó a la criatura, pero la atravesó. Intentó levantarse y correr, pero el césped estaba enlodado y tropezó. Sintió de nuevo el extraño tacto que lo había despertado.Algo estaba enrollando su pierna. Luchó para quitárselo, pero sus manos se resbalaban sobre aquel tentáculo viscoso y caliente.
Un ruido se escuchó de la nada. Era grave como el bajo de una bocina a todo volumen. Pero no parecía venir de afuera, sino dentro de la cabeza de Rosendo quien terminó mareado y desplomándose sin fuerzas bocarriba. Leves pulsos eléctricos le recorrieron el cuerpo cuando aquel ser omínico se puso encima suyo.
Estaba flotando y escurriendo una especie de baba y con olor a pescado. Su cabeza tenía forma de gota de agua. Y eran sus ojos dos esferas rojas, como carbones encendidos. Más abajo, por donde calculó que estaría el pecho de una persona, vio un orificio.
Una semana más tarde, Rosendo despertó bajo un techo desconocido que más tarde le confirmaron se trataba del Hospital General de Zona 5. Las Fuerzas Armadas del Estado lo encontraron desnudo durante un rondín. No había nadie más ni pertenencias cerca. En su expediente, el hospital anotó el código postal del lugar donde lo habían hallado para poder identificarlo: 25280.
No recordaba nada de lo ocurrido y los síntomas en su cuerpo eran tan diversos que no era fácil llegar a una conclusión. Tenía hematomas en la parte baja de las piernas, en el costado derecho, en la nariz y en la boca; sus manos presentaban quemaduras de segundo grado; en la espalda tenía una cicatriz de Lichtenberg; además de un patógeno desconocido en la sangre. Lo más preocupante era una anormal masa carnosa visible en las radiografías de tórax. A pesar de todo, todas las pruebas descartaron que se tratara de una enfermedad contagiosa.
Pasantes y residentes del hospital acudieron a ver al paciente 25280 más por curiosidad que por poder hacer algo al respecto. Se amontonaban tras un muro de acrílico y le hacían preguntas, pero el hombre, si bien hablaba con fluidez, no tenía nada importante que decir: ni quién era, ni dónde vivía, ni qué hacía antes de despertar.
La doctora Hasel Vargas, responsable de su caso, fue la única que se acercó para inspeccionarlo de cerca. Durante los primeros días llevaba un traje blanco y grande como los que se usaban durante la pandemia, pero tras decenas de pruebas aprobaron el protocolo para un trato cara a cara, sin restricciones.
La mujer le explicó a 25280 que además de cuidados menores para su recuperación, lo único realmente útil que el hospital podía hacer era practicar una cirugía para extirpar y analizar la extraña masa que tenía en el torso, ya que a simple vista era imposible determinar su origen. Para ello, sin embargo, el paciente debía dar su autorización por escrito. La doctora le puso los papeles en el regazo y le extendió una pluma poniéndosela directo en la mano.
En ese momento el aspecto de 25280 cambió. Su piel se puso pálida y dio arcadas. La doctora pidió asistencia al resto del cuerpo médico mientras el sujeto en la cama hiperventilaba. En un instante, su cara se deformó y expulsó por ojos, nariz y boca una masa gelatinosa y transparente del tamaño de una rata.
La criatura se arrastró desde la cama hasta el suelo y sin dar oportunidad a que la doctora escapara, subió por su cuerpo hasta el rostro introduciéndose en ella por cada orificio y cayendo inconsciente.
Las dos víctimas fueron declaradas muertas. Sus cuerpos fueron cremados. Pero no había rastro del monstruo que había ocasionado esto.
Octavio Falgar. Millennial adicto a reddit. Historiador de profesión, escritor por vocación. Practica senderismo. Catador de tacos amateur y fan #1 de Madonna. Último sobreviviente de los patafísicos. No ha ganado ningún premio porque siempre se los llevan los mismos.