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La negra Tomasa
Mi vida siempre ha estado familiarizada con los perros que ahora y en diferentes épocas, llegaron para alegrarnos y hacernos juntos compañía. Recuerdo que la primera en llegar a mi casa materna la nombramos Splash, por la película que en los años 80 protagonizó Tom Hanks. Luego siguió Arnold, a quién nombramos así, por la serie de televisión del actor Gary Coleman. Llegamos a tener tantos, que nuestra imaginación se agotaba y les empezamos a poner nombres de canciones de los Beatles: Penny Lane y Michelle y hubo un momento en que tuvimos doce en casa.
Eran amigos que provocaban las mismas preocupaciones que los humanos, pero que, a diferencia de nosotros, nos comparten su amor y lealtad acrítica a toda prueba. Como dicen por ahí ya quisiera yo “Quisiera convertirme en el tipo de persona que mi perro cree que soy”.
Ese amor por los perros, se ha repetido con mis hijos y nietos quienes también los aman. En mi familia están y han estado Camila, Maggie, Chabela, Tomasa, Leonora, Canelo y Aquiles, a quien de cariño llamamos Pánfilo.
Nos hemos divertido, reído, llorado y hasta enojado con ellos. Han roto tuberías, sacado plantas desde la raíz, han destruido ropa, telas de alambre y de tener un jardín bonito y arreglado olvídese. “O matas o patas” reza el dicho popular, sobre eso de que no se pueden tener perros y un jardín de fotografía.
Nuestros planes de vacaciones y la vida misma, se toma en cuenta las necesidades de nuestras mascotas. Es esa la herencia que hemos decidido dejar a nuestros hijos: viajes, libros y perros, y lo que se puede encontrar en ellos: conocimiento, amor y lealtad. No olvide jamás que el dinero solo quita lo pobre.
Por eso quisiera entender cuando las personas que nunca han tenido un perro, ven a sus amigos dueños de perros llorar la muerte de uno, y probablemente piensen que es una reacción exagerada; después de todo, es “solo un perro”. Pero aquellos que han amado a uno saben la verdad: nunca se trata de “solo un perro”.
Muchas veces, algunos amigos me han confiado que en ocasiones lamentan más la pérdida de un perro que la pérdida de amigos o parientes. La ciencia del comportamiento ha confirmado que, para la mayoría de las personas, la muerte de un perro es, en casi todos los sentidos, comparable a la pérdida de un ser querido humano.
Desafortunadamente, hay poco en nuestra cultura sobre los rituales de duelo para perros y otras mascotas: No hay obituario en el periódico, servicio religioso ni nada que nos ayude a superar su pérdida. Incluso hay quien se siente un poco avergonzado de mostrar en público el dolor por nuestros perros muertos. Quizás si la gente se diera cuenta de lo fuerte e intenso que es el vínculo entre las personas y sus perros, tal dolor sería más aceptado y se crearía un vínculo entre distintas especies como no existe con ninguna otra.
La pérdida de un perro es tan dolorosa porque perdemos no solo a la mascota, fuente de amor incondicional, sino a un compañero principal que brinda seguridad y consuelo. La razón por la que llegamos a sentir como si un humano muriera es porque, en muchos sentidos, los perros son mejores que nosotros pues pasan gran parte de su vida cuidándonos.
Hace un par de años murieron Maggie, Chabela y Leonora. Fue un trance familiar muy difícil, pero sabía que volveríamos a pasar por esa terrible experiencia en los próximos años e intente prepárame para cuando ese sucediera. Y si, como la muerte es parte de la vida, el fin de semana pasado de pronto y sin ningún aviso encontramos muerta a Tomasa, nombrada así por su color de piel y en honor a la canción de Caifanes. Era una hermosa mastín napolitano color negro, generoso obsequió de Fernando Garza “El Yuca”, quién nos observa desde la eternidad. Tomasa fue una curiosa mezcla de fiereza, territorialidad, dulzura y lealtad a toda prueba.
Para nosotros es como si un miembro de la familia hubiera muerto. Lo digo porque sepultar con mis propias manos junto a mi hijo Rodrigo a cada uno de estos perros, ha sido una de las experiencias más difíciles de mi vida. Ver a mi hijo sufrir y llorar y por sus perros, nuestros perros, es algo que me supera.
Así pues, no supe cómo despedirme de nuestra querida Tomasa, solo decir que, si los perros no van al cielo, entonces cuando yo muera, quiero ir a donde se fue Tomasa, mi negra Tomasa.