La necia fuerza

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La necia fuerza

Puede ser en las calles de París

Puede surgir, en un rincón capitalino. En una manifestación de normalistas, futuros educadores. En un encuentro con guardianes del orden por escamotear una pipa de gasolina. Brota en ambientes familiares o se convierte en acoso escolar. 

Se improvisan proyectiles, cocteles explosivos, garrotazos o pedriza en una manifestación. Se hacen pintas y se dañan edificios. Ya no solo se grita y se pancartea. Es la fuerza, la necia fuerza. Necia porque cancela la inteligencia y se deja manejar por el impulso.

Es contagiosa, epidémica, viral, incendiaria, explosiva. Un grito puede ser la chispa inicial. Una mímica violenta se presenta como energía hipnótica que arrastra a una multitud. 

Se busca la tensión, la anarquía destructiva. Se provoca la represión y  se urge la concesión, la renuncia o la retractación jurídica. Siempre se ha dicho que las mesas de diálogo se colocan sobre víctimas.

Los protocolos para un acuerdo, para una negociación, o no existen o nadie los conoce y su práctica resulta nula. Se conoce el peso moral que tiene una colectividad. Sale a la calle a protestar o a exigir, y precisamente su valor se acentúa cuando es silenciosa, cuando es controlada, cuando muestra ser pacífica y ordenada.

El pueblo demuestra su gran capacidad de presencia calmada y festiva en las grandes concentraciones devocionales peregrinantes. Se multiplica en ellas la mutua ayuda, la solidaridad recíproca, la actitud de buena voluntad y los valores del espíritu.

La violencia institucionalizada y las estructuras de desigualdad propician las actitudes de enemistad. Amenazar, destruir, agredir, eliminar son verbos que no dejan de conjugarse.
La necedad de la fuerza sigue acompañando, como una salpicadura bélica, la convivencia de las naciones. Solo una educación para la justicia puede fomentar el respeto a la persona humana e instalar una verdadera civilización, regida por la razón ungida de sabiduría...