La música del corazón

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La música del corazón

En la biblioteca del Museo Condé, en el magnífico castillo de Chantilly, se encuentra un manuscrito tan hermoso como notable. En él se compilan las músicas de moda en las cortes y casas nobles de finales del siglo XIV. El gusto musical de aquellos años y contornos había llegado a sofisticados refinamientos, los cuales se manifestaban no solo en los sonidos, sino en su notación. 

“Bella, buena, sabia, amable y noble”, dice el primer verso del rondó que aparece en el folio 11v del Codex Chantilly. Se trata de una canción cortés pródiga en elogios a una damoyselle, la cual, según Baude Cordier (autor de la letra y la música), era “Flor de belleza, sobre todas excelente”. 

La composición fue un regalo de Año Nuevo, un tributo a la belleza, fama y excelencia de una mujer. Pero el obsequio no se redujo a una primorosa creación musical: el autor entregó el corazón en forma de canción, o, mejor, la canción en forma de corazón. Curvando los dos pentagramas superiores, trazó las dos volutas que coronan la clásica representación del corazón —de amor, no de atlas anatómico—, luego estrechó gradualmente los siguientes tres para perfilar la V que el icono amoroso tiene como base, completando el vértice con líneas de texto, de suerte que en la parte más estrecha se lee una vez más “Belle, bonne, sage...”, estribillo de aquel rondó; texto de repetición periódica; palpitar. En aquella partitura corazonada las figuras musicales aparecen teñidas en negro o en rojo y la caligrafía luce exquisita y hermoseada. 

En fin, todo, música, escritura y plástica rezuman aquel gusto que los años postreros tacharon de amanerado y que luego, para liberarlo de peyoraciones, se llamó ars subtilior, arte sutil. 

Pero este corazón no es cualquier corazón; es el de Baude Cordier, y late acrósticamente en la canción, pues las iniciales de los primeros cuatro versos del poema forman BAVD.

No sabemos casi nada de Baude, solo que alcanzó su mejor arte cerca de 1400, que nació en Reims y que completó estudios universitarios. No sabemos, tampoco, quién fue aquella dama que excedía en belleza a todas las flores del jardín mujeril. Tal vez era la esposa de un príncipe o cortesano al cual, como era costumbre, el compositor vendió a buen precio el elogio musical y gráfico. Pero esto es sólo una suposición. La realidad es que los personajes de esta canción-corazón, así como su historia, están ocultos en la densa bruma de los tiempos, lo cual nos da licencia para pensar con romántica ensoñación, e imaginar, mientras escuchamos el sutil trazo melódico de “Belle, bonne, sage”, que en aquella música verdaderamente se agita, palpitante de amor, el corazón de Baude Cordier.