La música de la costumbre

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La música de la costumbre

La música de la costumbre

No una obra maestra, una leyenda

como totalidad de vida y obra,

pues la diaria escritura es una sobra

de páginas y vivo sin enmienda.

 

Escribiré para que desaprenda

la memoria: no sea lo que recobra

distinto de lo que la vida cobra,

entrambas en continua componenda.

 

La copia de los días, en su urdimbre

reduzca la invariable incertidumbre

hasta que poco a poco ya no asombre

 

la vida sobrescrita; un solo timbre

tenga la música de la costumbre,

para que entonces Nadie sea mi nombre.

 

(30 de marzo) Viernes santo de 2018.

 

Teorema

Escritura automática: el soneto

gira en el braille de la manivela

y el oído se purifica en vela;

inédito e inaudito, está completo.

 

Espacio donde todo ocurre, escueto

algoritmo, al unísono esta escuela

muestra el uso del freno y de la espuela,

donde cualquier atajo es vericueto.

 

El alfabeto del insomnio pulsa

hasta que auto completa su dicterio

y la hipótesis se hace teorema.

 

No existe fórmula de su misterio,

del concepto y polea que lo impulsa:

su álgebra no agota su problema.

 

Siemprevivas

La agonía es su forma de estar vivas,

cantinas que naufragan en su euforia;

al estrago y la luz de la memoria,

las meseras me llaman con furtivas

 

señas tras el cristal, como lascivas

plantas de una belleza transitoria:

pétalos y raíces son escoria,

fantasmas lo que fueran siemprevivas.

 

La esquizofrenia del caleidoscopio

las sumergió en el vértigo del vicio;

el diamante rayó el invernadero

 

y lo que fuera un sólido servicio

es la hez y la súmula, un acopio

que se pudre en el fondo del florero.