La muerte en tiempos del coronavirus

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La muerte en tiempos del coronavirus

Me parece que fue ayer cuando acompañábamos a mi abuela Fidela al panteón de Monclova en el Día de Muertos, una larga jornada que incluía limpiar, regar y colocar flores en la tumba de mi abuelo.

Confieso que me resultaba curioso que la muerte uniera más que la vida, pues ese día todos mis tíos y tías visitaban el lugar, y fue justo ahí que mi abuela me contó sobre sus muertos, nuestros muertos. Me remitió a la historia de sus padres y abuelos. Que, en sus tiempos, era muy común que los niños murieran a causa de enfermedades que hoy se previenen con una vacuna. Que la muerte era parte de la vida y que se platicaba de ella como algo inevitable, cercano.

Pero, aún así, yo observaba a la muerte como algo extraño, lejano. Como si tan solo dejara de ver a un ser querido. Así sucedió con mi abuelo don José Guadalupe, el padre de mi madre, cuando murió en la tarde-noche del 24 de diciembre. Curiosamente, él había nacido el Día de los Muertos. La muerte de “Papá” causó que durante muchos años dejamos de celebrar la Navidad, porque la fecha que para los creyentes significaba la vida, para nosotros representaba la muerte.

Pasaron 37 años y murió mi abuela. Todavía recuerdo cuando meses antes de su partida le conté: “Mamá, conocí la tumba de Lenin”. Ella lloró, me tomó de las manos y me dijo: “Ese fue el sueño de tu abuelo, pero tú se lo acabas de cumplir”. Mi abuelo había fundado en los años cuarenta el Partido Comunista de Monclova.

A “Mamá” la sepultamos junto a “Papá” en lo que fue una extraña tarde en Monclova, pues hacía un intenso frío y llovía en una ciudad que promedia los 40 grados Celsius. Su adiós no causó ninguna sorpresa, pues la maldita diabetes había hecho su trabajo. Después de eso han muerto primos, tíos y amigos muy queridos, quizás un recordatorio de que la muerte viene.

De la muerte, algunas personas de fe creen que nuestros cuerpos mueren, pero nuestras almas jamás. Que estamos hechos a imagen y semejanza de un Dios al que consideran eterno, esa misma eternidad a la que van al morir. Para otros, luego de la muerte está la nada, tan sólo la oscuridad.

Hasta hace muy poco, muchos habían olvidado que la muerte viene siempre, incesante. Que un día más en tu vida es también un día menos. Algunos incluso pretenden creer que no existe y que los que se mueren son los demás y jamás ellos. Se creen inmortales, eternos y, como tales, hacen planes a largo plazo, seguros de que van a despertar mañana pues hay mucho que hacer.

Evitaban hablar del tema, pues eso atenta en contra de los valores que se han autoimpuesto. Desconocen a la muerte como parte fundamental de la vida, sienten ansiedad y se preocupan tratando de entender si la vida termina con la muerte, si jamás volveremos a ver a quienes amamos y si acaso la vida humana tiene un propósito y significado.

Pero el 2020 nos ha sensibilizado a la expectativa de la muerte que siempre nos acecha. El coronavirus ha llenado de luto a muchos hogares y aunque muchos de nosotros no lo estamos, estamos conectados con alguien que sí lo está. Y dada la ausencia de contacto físico y la proximidad limitan las ceremonias de duelo, hay aspectos psicológicos que están agravando este proceso. Por esa razón nuestras palabras hacia ellos importan más que nunca.

En lo personal, sé que la muerte va a llegar más temprano que tarde así que cuando mi hijo cumplió 12 años, le dije: “Mira, Rodrigo, en este cajón y en este sobre está el contrató que celebré con el cementerio y la agencia funeraria. Cuando me muera, se los entregas y te pido que tú personalmente arregles todos los detalles de mi funeral”. Le expresé mi deseo sobre la forma en que deseo se lleve a cabo, sin los ritos y costumbres en los que no creo ahora que estoy vivo, así que mucho menos muerto.

¿Me quiero morir ya? Por supuesto que no. Quiero ver crecer a mis hijos y nietos, pero sé que vivir y morir son tan comunes como iguales y que la vida ocurre ahora y sólo en este momento y no en un futuro que hoy menos que nunca, nadie tiene asegurado.

Así que mientras llega la muerte, disfrutemos la vida y recordemos a nuestros muertos entendiendo lo que decía el poeta manchego Antonio Machado: “La muerte es algo que no debemos temer porque, mientras somos, la muerte no es y cuando la muerte es, nosotros no somos”.

@marcosduranf