La muerte de Saltillo y otras
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La muerte de Saltillo y otras
Los chilangos se lucieron con un maravilloso desfile de los muertos. Es admirable la creatividad y la calidad artística. Personas disfrazadas de calavera, de catrina, de mariposa monarca (bellísimas), de cempasúchil; alebrijes animados, en fin, el gozo de la celebración del Día de Muertos y una manera originalísima de recordar cada quien a los suyos. La muerte es recurrente en México, los muertos viven, nos acompañan, no los dejamos que se alejen de la mente. Algunas culturas indígenas, como los tojolabales, los purépechas y tarahumaras, los acercan a la vida, a sus gustos culinarios, al trago, al cigarro, al baile.
Es increíble que los mexicanos hayamos dejado de lado la gloria y la vida para pensar en la muerte, y aún celebrarla. Octavio Paz ensayaba una explicación de esa fascinación. Su obra prevalece, pero actualmente la realidad está muy por encima de la fenomenología de “El Laberinto de la Soledad”. ¿De qué estamos hechos los mexicanos para burlarnos de todo, hasta de lo más sagrado?, de eso, precisamente, del ser del mexicano. Ningún país soportaría lo que nosotros somos capaces. Nadie aguanta tanto. Vea nada más los 100 años del PRI en Coahuila, las raterías tan primitivas de que fuimos objeto éstas décadas pasadas (y todavía bromeamos al respecto: ¡épale!, ¡señor gobernador!, dejó mil pesos en la caja, ¿no se fijó?).
Sin embargo, hay también motivos de cólera, tristeza, sentimientos de agravio. Con mil 726 desaparecidos en el estado desde hace alrededor de 10 años con nombre y fecha, no sé si podamos celebrar el Día de Muertos, sobre todo porque no sabemos si algunas de esas personas viven; esperamos que sí. Un motivo de alegría, de orgullo, de agasajo llegó de lejos: en Polonia premiaron al Comité de Derechos Humanos de la Diócesis de Saltillo Fray Juan Larios por la defensa de los mismos, y la lucha “por nuestros desaparecidos”. Y claro que dije “nuestros” porque no son sólo de sus parientes. Debiésemos sentirnos ofendidos todos porque nos faltan mil 726 con sus nombres, más alrededor de siete mil sin alias. Blanca Isabel Martínez recibió, en nombre de Juan Larios, el Premio Sergio Viera de Mello. Y nadie pareció conmoverse. ¿De qué estamos hechos?, ¿de lodo?
No he oído que el Alcalde festeje ese premio internacional para una asociación civil sita en Saltillo, que lucha por lo que le tocaría resolver a él junto con el Gobernador. Es su problema, aunque no hayan desaparecido en su periodo.
Por otra parte, el Alcalde festeja la muerte adelantada del Valle de Saltillo dando su apoyo al Cementerio de Derramadero, que beneficiará a cuatro juniors y al menos a tres exgobernadores, y a los gringos, como siempre. Somos muy obsequiosos y ellos nos mientan la madre todos los días. Y los perjudicados con esa obra no serán únicamente los ejidatarios sino también muchos ricos empresarios de entre Parras, General Cepeda y Saltillo. El neoliberalismo en todo su esplendor, y López Obrador, nuestros diputados y senadores viendo pasar el desfile cómodamente. Matar a los ejidos y sus habitantes es el leitmotiv del Fondo Monetario Internacional.
Pueden asegurarnos que ahí abajo, en los mantos freáticos, hay enormes lagunas con agua que nada más espera la bomba que la haga salir a la superficie. Eso decían los laguneros, y era cierto, pero cuatro empresas millonarias acabaron con ese vital líquido, con Torreón y con el futuro. Esa agua tiene arsénico, el millón de vacas genera gases que van a la atmósfera. El agua sirvió a pocos y acabó con 10 municipios. Lala, Soriana, Peñoles y otros pocos lanzaron la asombrosa frase: “en Torreón vencimos al desierto”. Cierto, lo vencieron en todo lo que cabe. También generaron cánceres diversos, dejaron miles de cerebros infantiles con problemas permanentes por el plomo que dispersaron en el aire, siguieron la depredación en otros lugares, como el Valle del Hundido. ¡Qué ejemplo! ¿Es eso lo que queremos en Saltillo? Evidentemente sí, para enriquecer a ocho familias. Contra los hechos no hay argumentos. Vaya escogiendo su tumba.