La mordedura le había inoculado sueño

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La mordedura le había inoculado sueño

Su habitación es blanca. Entra el sol. La ropa de cama blanca cubre de forma mullida y cálida. Algo de bordados en las almohadas. El tetero de plata junto a la fotografía de un lado; los libros y la caja de maderas talladas al otro extremo. Breves los manteles blancos sobre los burós negros que sostienen estos elementos y dos lámparas. Todo está en orden al igual que la maleta antigua y esmaltada en ese azul que tanto le gusta.

¿Sería el ramo de lavandas que metió para aromar y dar color en uno de los burós? Se preguntó desde otro tiempo.

Algo en medio de la noche, cuando ella apoyó su mejilla derecha sobre la almohada y cerró los ojos, hendió sus microscópicas lanzas mientras dormía

Sí, aguardó la oscuridad y salió del ramo de lavandas. Sus patas delicadas con brillo de estrellas, se encendían a voluntad en distintos puntos de su largura. Así alumbraba su recorrido. Rubor de sol en medio de la noche descendiendo y avanzando por la horizontalidad del piso, para ascender a la cama. Allí andaba buscando tal vez un insecto cuando ella se movió. Eso bastó. Se prendió de su párpado. Y se fue de la habitación con sus particulares brillos que ahora desprendían sonidos de casi inaudibles campanas delicadas, dulces y agudas. Había huido de su encierro. Salió de casa.

Ella, luego de resistirse un par de días y arreglar bajar la inflamación con remedios de plantas y ungüentos, llegó al hospital. Lo primero que encontró fue una habitación externa, donde una mujer cubierta de pies a cabeza , le hacía preguntas que sonaban extrañas por la careta como un casco espacial. Decidió internarla. Entró a un mundo donde otra picadura hendió su brazo. Rojas manchas en la cama durante la extracción. Muestras y más muestras.

Dormitaba como lo hacía desde hace dos días. La mordedura le había inoculado sueño. Las voces de los médicos eran lejanas. Los veía hablar como si ella no estuviera presente, decidiendo qué estudios hacerle.
Su cuerpo arriba y abajo giraba en tomas fotográficas que veían su interior. Luego la vaguedad de la mente, conectada en destellos con visiones donde delgadas hojas se apoderaban de todo el campo de visión. Un intenso aroma de lavandas en esa habitación. Y luces que parecían venir de su cuerpo. Esto era su duermevela. Volvía al sueño sin remedio, como arrastrada por un dulce llamado. Verdes tallos dejaban ver el nacimiento de nuevas flores de lavanda. Eran inmensas. Ella estaba allí, en ese jardín.

claudiadesierto@gmail.com