A la mitad del camino

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A la mitad del camino

La mitad del sexenio del Presidente de la República, Enrique Peña Nieto, es ocasión propicia para reflexionar no sólo en la gestión del Ejecutivo Federal sino también en la manera tan especial que tenemos los mexicanos de evaluar a nuestros gobernantes, y de apreciar nuestra realidad.

De entrada, Peña Nieto no alcanzó la diferencia en los conteos electorales que vaticinaban las encuestas. En las últimas semanas AMLO acortó distancias y creó una tendencia más cerrada ya cercano el final de la campaña. 

El ex Gobernador del Estado de México se preparó cautelosamente durante el proceso de transición del poder para saludar al país con la novedad del Pacto Por México apenas tomó protesta. La incredulidad política que nos caracteriza nos hizo dudar de los alcances reformistas del nuevo gobierno que se trazaba una ambiciosa agenda de cambios en nuestra legislación, en temas casi intocables, como el petróleo o la educación.

No bien salíamos del asombro, cuando a la par de esbozar los cambios pretendidos en el sistema educativo, se tomó una decisión de estado: encarcelar a la dirigente del sindicato magisterial, Elba Esther Gordillo, cuya conducta y excesos reclamaban desde hace muchos años acción penal en su contra. 

Las reformas fueron encontrando su cauce de aprobación en el Congreso de la Unión: Hacendaria –con muchas críticas y descontento- Telecomunicaciones, Financiera, Política, además de las mencionadas anteriormente –Energética y Educación- , y las de menor calado, como Competitividad y otras.

La transformación jurídica del marco que regula nuestra industria de hidrocarburos y la generación de energía, rebasaron las expectativas de los más conocedores del tema. “Ni en mis sueños más salvajes lo hubiera imaginado”, dijo el ex presidente Ernesto Zedillo, que en su gestión también resultó entrón para los cambios a nuestras leyes e instituciones. 

La prensa internacional quemaba incienso  al gobierno de Peña Nieto. Hasta que súbitamente, a mediados del año pasado, el precio del petróleo empezó a derrumbarse desde la banda de los 100 dólares por barril hasta los 50 o 40, y al día de hoy en el rango de los treintas.  

Pero hubo un golpe inesperado, de los que surgen de la maldición de la ley de las probabilidades, cuando las componendas entre las policías locales, los delincuentes, y la movilidad política –en el mejor de los casos – de los estudiantes de una Normal de Guerrero, acabaron por encontrarse en un suceso que acabó por conformar el fatal triduo nocturno de nuestra historia,  junto con la triste de Cortés, y la muy trágica de Tlatelolco: la noche de Ayotzinapa.  

La de malas se nos vino.
La tardía reacción del gobierno federal, y su aparente ocultamiento de información, le dieron más vida a otro acontecimiento muy lamentable como lo fue la aparente ejecución de un grupo de personas armadas que enfrentaron a un grupo de soldados que patrullaban Tlataya, en el Estado de México.

Empezó una ola de críticas que se convirtió en tormenta huracanada con el conflicto de interés que se le atribuye a la compra de la Casa Blanca por parte de la esposa del Presidente a un constructor muy afortunado en este régimen y antes en el Estado de México. La fuga de “El Chapo” Guzmán ya fue el acabose para la opinión pública enardecida que ubicaba a Peña Nieto en los niveles más bajos de aprobación apenas en los primeros años de su mandato. El peso cayó también en un descenso frente al dólar que a pesar de rondar, y rebasar incluso,  un 20 por ciento, no generó mayores desastres económicos, a pesar del pobre nivel de crecimiento del PIB.

Hoy, a tres años del inicio  -y a tres años del final– está aún por definirse el estado de ánimo del país, que por una parte se muestra rigorista contra las fallas de Peña y su equipo, y por otro lado se niega a reconocer que tenemos la inflación más baja de la historia –o desde que se lleva este registro- , que aunque parezca increíble han bajado las tarifas de energía eléctrica; que se crean empleos y se captan inversiones extranjeras como nunca se había logrado; que en muchas partes del país los índices de delincuencia han bajado sensiblemente; que todo indica que la gasolina tendrá algún nivel de descenso en su precio a partir del próximo año; que se ha creado un sistema de transparencia gubernamental que rebasa las expectativas de hace muy poco tiempo; que desaparecieron los cobros de larga distancia, y también disminuyen las tarifas telefónicas de celulares y fijos; la producción agropecuaria y las exportaciones de este sector al máximo nivel.

Sin embargo, nuestro pulso no parece reflejar el optimismo que al futuro –y al presente- de México se le concede en el exterior.  Por algunas razones que deben tener explicaciones genéticas o culturales, difícilmente vamos a aceptar, de manera colectiva y manifiesta, que vamos mejor, y que posiblemente muy pronto estemos mucho mejor.