La memoria del alma, ¿somos personas agradecidas?

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La memoria del alma, ¿somos personas agradecidas?

ESMIRNA BARRERA
Mucho le debemos a la gente que nos ha precedido y bastante, también, adeudamos a las personas con las que todos los días convivimos

Sé de algo que no se desgasta con el tiempo, que más bien crece y engrandece cuando la ejercemos, me refiero a la gratitud que crece y regocija a quien la otorga, pero también a quien la recibe, pues la gratitud es la melodía compartida del alma.

En este contexto, existe una leyenda árabe que dice: “Un hombre joven vagaba por el desierto y llegó a un arroyo de agua cristalina. El agua estaba tan deliciosa que llenó su cantimplora de cuero hasta rebosar para poder llevarle a un anciano de la tribu quien había sido su maestro. Tras una jornada de cuatro días, le ofreció el agua al anciano, quien bebió bastante, sonrió amablemente y le agradeció a su antiguo estudiante tan excelente agua. El joven regresó a su casa con el corazón contento. Luego, el anciano le dio a beber el agua a otro alumno, quien la escupió diciendo que era terrible. Tal parece que el agua se había puesto rancia tras haber estado en la cantimplora durante cuatro días. El estudiante retó a su mentor: ‘Maestro, el agua estaba horrorosa. ¿Por qué pretendiste que te gustaba?’ El maestro respondió: ‘Tú solamente probaste el agua, mientras que yo saboreé el regalo. El agua fue simplemente el canal de un acto de bondad’”.

MISIÓN

Dostoievski, después de haber sido sentenciado a trabajos forzados, escribió: “La vida esta en cualquier parte. No estoy abatido. La vida está dentro de nosotros; no en las cosas externas. Habrá gente junto a mí, y ser hombre entre hombre, y seguir siendo un hombre sin desfallecer ni fallar ante cualquier infortunio, ¡en esto consiste la vida! ¡En eso consiste nuestra misión!”.  Es cierto, pero ahora que vivimos tan alocadamente, ¿será posible encontrar esa misión? ¿Acaso sabemos que vivir mucho consiste en saber convivir? ¿Acaso sabemos que nos debemos a los otros? ¿Acaso somos personas agradecidas?

¿QUÉ SERÍA?

Concuerdo con Martín Descalzo: “¿Qué sería yo ahora –se pregunta el autor– sin todo lo que recibí prestado de mis padres, hermanos, amigos? ¿Cuántos trozos de mi alma debo a Bach, o a Mozart, a Bernanos o a Dostoievski… a mis profesores… a mis compañeros… a tantos que me han querido y ayudado? Me quedaría desnudo, si de repente, me quitaran todos esos préstamos. Y cuánto me ha dado también lo poco que yo di”.

Estas palabras incomodan, pero también invitan a emprender una profunda reflexión: mucho le debemos la gente que nos ha precedido; y bastante, también, adeudamos a las personas con las que todos los días convivimos y que en muchas ocasiones ni siquiera reconocemos.

A la gente que forjó nuestra patria –la mayoría anónima– le debemos la libertad, pero también la responsabilidad de seguirla construyendo diariamente. A los maestros les adeudamos formación; a nuestros padres, la vida y el ejemplo; a los compañeros de trabajo, su cooperación. Nuestra comunidad nos regla, continuamente, la certeza de apreciarnos humanos. El necesitado nos obsequia la grandeza de ser útiles, serviciales y generosos.

ANDAMOS…

Nuestro oficio y la empresa donde laboramos, nos proporcionan la posibilidad de trascender personalmente, de multiplicar todos los dones que hemos recibido gratuitamente. Los amigos –esos contadísimos– nos evitan el peor de los sufrimientos: “estar solos”. Aún los contratiempos nos facilitan la esperanza de recuperar nuestra propia humanidad.

Vamos por un poco más. A los seres humanos que hicieron posible desafiar la gravedad, que inventaron nuevos medios para comunicarnos, que idearon el refrigerador, la cacerola, la escoba, las herramientas, los descubrimientos de nuevos lugares, las sabrosas recetas, el vino, la escritura, la imprenta, los cerillos, el rastrillo, el lápiz, los zapatos, los lentes, esos que crearon las universidades, las bibliotecas, los hospitales, las computadoras, que nos regalaron la cinematografía, que concibieron la luz artificial, que hicieron posible la medicina, la agricultura, la arquitectura y las ciencias conocidas, a cada uno ellos, diariamente, les tomamos prestado nuestras comodidades, nuestras formas de vida.

Y cada innovación, cada descubrimiento, cada invento, cada mejoramiento, han provenido de seres de carne y hueso, de personas –antiguas y modernas– con nombre y apellido que nos han dado su empeño, sus sueños materializados.

¿Y Dios? De Él tomamos en préstamo la individualísima posibilidad de eternizarnos. A ese “Alguien” –con “A” mayúscula– le adeudamos lo que somos y lo eso que podemos llegar a ser. Y también: la luz, el agua, el alimento, la salud, la enfermedad, el sentido de la existencia, el sabernos vivos, el experimentar el piso bajo nuestros pies.

Incuestionablemente “andamos en hombros de gigantes”. Muchas personas, la mayoría anónimas, nos han prestado bastante. Y la verdad es que pocos nos quitan y cuando nos quitan solamente nos roban migajas.

PARA PENSAR

Y ahora las preguntas difíciles: ¿Qué damos personalmente? ¿Qué préstamos, con calidad de “no retorno”, procuramos a nuestros semejantes? ¿Qué utilidad aportamos a nuestra patria, familia y trabajo? ¿Qué servicio pagamos a la humanidad como renta de respirar, de ocupar un espacio “viviente”? ¿Qué servicios administramos al desmoronado mundo que nos ha tocado vivir especialmente hoy que la pandemia nos exige lo mejor de nosotros?

Sospecho que el saldo de esta ponderación casi siempre nos es muy favorable.  Presiento que recibimos mucho más de lo que damos y servimos. Creo que el egoísmo, disfrazado muchas veces de amor y generosidad, es quien mayormente desenlaza los días vividos.  Pienso que poco o nada producimos y mucho es lo que consumimos.

Temo que usamos de todos y a todos para acrecentar nuestras zonas de comodidad, para ensanchar nuestros bolsillos y barrigas. Percibo que muchas veces caminamos “con los zapatos bajo el brazo para no gastar las suelas”. Pienso que utilizamos conocimientos, ideas, tiempo, comprensión y bienes de los demás, que somos monumentales consumidores, gastadores, y, en general, indigentes productores, creadores y seres compartidos.

Si preguntémonos de nuevo: ¿Cuál es el legado que dejamos? ¿Acaso los que vienen atrás pueden “andar” en nuestros hombros y ufanarse de ver el horizonte? ¿Hay testimonio de nuestra presencia en las huellas dejadas, en los pasos caminados, en las obras emprendidas, en los tiempos compartidos, en las palabras dichas y los silencios guardados? 

LOS OTROS

Es siempre positivo poner en balanza lo que damos y eso que recibimos –como regalo, préstamo o consignación– de la existencia. Lo digo porque es necesario conocer para qué somos útiles, a quién servimos y cómo servimos. Lo comento porque el resultado de esa medida indudablemente nos dirá si acaso somos espejos, o luminosos vitrales.

El mejor camino para sumar a nuestro favor es la generosidad, salir de nosotros mismos. No tenemos que convertirnos en inventores, estadistas o santos, tampoco en escritores, o grandes maestros o filósofos. Simplemente requerimos comprender que somos personas a causa de las demás personas; sencillamente necesitamos dar la mano y prestar nuestro tiempo a los otros.

Muchos gramos adicionaríamos a nuestro favor si dejamos de “autoadorarnos”, si abandonáramos unos centímetros nuestra circunferencia personal, si dejáramos de decir: “yo, siempre yo”. Si dejáramos de creernos el centro del universo, si comprendiéramos humildemente que somos usuarios del legado que miles de seres humanos –anónimos la mayoría– nos han heredado.

COLMADA…

Podríamos ser personas agradecidas si ubicáramos la generosidad en el centro de nuestra alma. Si nos quisiéramos más, si, de una vez por todas, sintiéramos más placer al dar que al tomar. Si nos gravásemos que lo fundamental en la vida esta afuera de nosotros: en lo que emprendemos por los demás. Si dejáramos de pensarnos inmortales, indestructibles. Si comprendiéramos que el amor es lo único que hay que ofrecer para edificar aquí, en lo limitado y finito, nuestra personal eternidad.

Si le dijéramos no al egoísmo y sí a la generosidad, no a la discordia y sí al fraternal apretón de manos. Si verdaderamente creyéramos que la vida está dentro de nosotros y no en las cosas externas. En fin, si comprendiéramos lo que adeudamos a los otros, si tuviésemos con la vida harta gratitud, tal vez, a pesar de los pesares, nuestra alma estaría colmada de plenitud.

La gratitud “es felicidad, duplicada por la maravilla”, pero también es la memoria del alma.

 

cgutierrez@tec.mx

Programa Emprendedor Tec de Monterrey  Campus Saltillo