A la memoria de ‘Bantú’

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A la memoria de ‘Bantú’

El incesante tráfago en el Zoológico de Chapultepec, a esa hora en que se anunciaba el cierre del parque aquel domingo del año de 2011, era impresionante. Adultos y niños iban de un lado a otro con prisa y observaban con menos detenimiento cada una de las áreas en que estaban ubicados los animales, pues el momento próximo a las 4:30 de la tarde era inminente. Había familias que tendrían que recorrer decenas de metros para alcanzar la entrada, en donde habían dejado las mochilas, pues no se permitía el acceso con ellas.

Un instante quedó absolutamente suspendido en el tiempo. Mientras alrededor todo bullía, desde espléndidos jardines, un gorila sentado ocupaba con su presencia un gran espacio. No únicamente lo hacía con su figura. Era él, todo él, desde un plano tan singular, que me impresionó. Parecía venir de todos los tiempos y estar ahí para permanecer por siempre. Majestuoso, dueño de inalterable serenidad. Podía estar el mundo a su alrededor dando vueltas y más vueltas, y él desde la amplitud de su mirada abrazaba el horizonte y envolvía su persona en un ambiente de calma y confianza.

Regresé para verlo una y otra vez, pese a que el tiempo apremiaba para correr rumbo a la salida. Volví con el deseo de contemplarlo en su solitaria majestuosidad, en su belleza cargada de siglos, en su espléndida e intemporal presencia en este Siglo21.

Casi treinta años atrás había visto en este mismo zoológico al primer oso panda nacido en cautiverio fuera de China, que en México causaba en aquellos años ochenta honda impresión: “Tohuí”. Éramos tantos los visitantes que muy rápidamente teníamos que avanzar en la fila para poder satisfacer nuestra curiosidad viendo al gracioso osito panda, en ese momento de dos años.

No ocurrió lo mismo con aquel gorila, que ahora me temo podría tratarse del imponente “Bantú”, muerto en medio de circunstancias aún no aclaradas mientras se le tranquilizaba con fármacos, para trasladarlo a Guadalajara a fin de aparearlo con dos hembras. No se trataba de ninguna curiosidad por satisfacer y admiración por cumplimentar, como con “Tohuí”. Con el gorila la impresión llegó de pronto al toparnos con él en el camino, y permaneció intacta en la memoria por la imponente atmósfera que con su presencia creaba a su alrededor.

Las imágenes de la necropsia de “Bantú” en la prensa son degradantes. Mientras Tanya Müller, secretaria de Medio Ambiente, defendió el procedimiento asegurando que había que desmembrarlo para incinerarlo, Marielena Hoyo, exdirectora del Zoológico de Chapultepec, apuntó que no había necesidad de hacer “una carnicería”. Era posible, dijo, cumplir la norma de la incineración de ejemplares de grandes dimensiones, practicando una necropsia similar a la de los seres humanos, examinando sus órganos sin necesidad de desmembrarlo.

En medio de la noticia de la suspensión de Juan Arturo Rivera, director de Zoológicos de la ciudad, y en espera de que se revelan los resultados de la necropsia, se alzan voces exigiendo el cese de las autoridades medioambientales e incluso el cierre del Zoológico de Chapultepec.

La muerte de “Bantú” significó también una división entre los defensores de los derechos de los animales y los que consideran que se le dio demasiada importancia a la información. Esto, comparándolo con la actitud, dicen, de desinterés por las tragedias humanas y preferencia por la de los animales.

(Muchos de quienes sostienen esta idea no son de gran ayuda cuando tienen frente a sí las tragedias humanas).

Creo que este punto de vista siempre resulta cómodo y acrítico. Un argumento fácil. No por denunciar el maltrato hacia los animales, sus defensores automáticamente se convierten en enemigos de la especie humana. A contrario, si se demuestra cariño o respeto o comprensión hacia aquellos seres que nada en nuestro idioma pueden decir para protegerse, merecen sus defensores nuestro respeto.
A la memoria de Bantú.