La mediocre oferta política, normalizada

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La mediocre oferta política, normalizada

¿Están conectando los candidatos a las diputaciones locales de Coahuila con el electorado? ¿La gente está conociendo sus propuestas? De hecho, ¿las hay? ¿Los aspirantes a los escaños del congreso estatal han ofrecido diagnósticos claros sobre las necesidades de la gente y han diseñado planes de trabajo bien articulados que ejecutarán desde el día uno si el voto los favorece? ¿O, por el contrario, estamos simplemente ante una campaña insípida donde la oferta política es tan pobre que los discursos se vuelven un concierto de ambages y superficialidades sobre los mismos problemas de toda la vida? 

Cada elector sabrá cómo responder y dónde ubicar a los aspirantes de su distrito. Siempre y cuando, por supuesto, los haya estado evaluando... o, más bien, siempre y cuando, de entrada, los conozca. Y es aquí donde aparece la crítica cliché hacia una masa ciudadana desinformada e indiferente que desconoce su distrito y, por ende, a sus candidatos y entonces fomenta, con su apatía, las marrullerías y opacidades de una partidocracia que sólo ve por sus mezquinos intereses. Pero, más allá del lugar común (que no por ello deja de ser un escenario real y ominoso), valdría la pena que nos preguntemos: ¿por qué se ha normalizado que las renovaciones de las legislaturas locales, al menos en los últimos años, estén precedidas por contiendas desabridas y mediocres? ¿Por qué hoy, en pleno 2020 y en una entidad tan emproblemada como esta, se verá con pirotécnica satisfacción que vote un 40 ó 45 por ciento del electorado? 

Ninguna democracia de a de veras consideraría un éxito que acudiera a las urnas la mitad de su lista nominal. Aquí, en cambio, es a lo que se le tira. Y tal vez esas cortedades sean sintomáticas de lo que esta sociedad ha sido: una que sobrevalora las migajas y los premios de consolación. No es de extrañar entonces que la corrupción siga a niveles desquiciantes, que las injusticias cotidianas se acumulen, que muchos de los personajes que aún tienen cuentas qué rendir estén otra vez como si nada pidiendo el voto en las colonias, que sigamos escuchando candidatos sin idea, que el futuro del estado esté comprometido, que pasen los años y la lista de carencias sea más larga, en fin, eso: la mediocridad normalizada.

Esta semana, el Observatorio de La Laguna ofreció datos que contribuyen, en alguna medida, a explicar el oprobio: para empezar, 48 por ciento de la gente no cree en la democracia, el 50 por ciento considera que a los gobiernos sencillamente no les interesa el ciudadano y el 70 por ciento de plano desconoce las funciones de un diputado. Por supuesto todo ese desinterés y hartazgo no son gratuitos: los malos resultados de una clase política alejada de las necesidades ciudadanas los acentúan a diario.

Pensemos además en esto: considerando el presupuesto del Instituto Electoral de Coahuila y lo que reciben los partidos este año, las elecciones nos están costando unos 389 millones de pesos. Este proceso electoral que se desarrolla en medio de una pandemia y una crisis económica asfixiante y en el que se espera una participación afantasmada, está costando 15 millones de pesos más que el proceso electoral de 2017, con la diferencia de que en este sólo se votará por diputados locales y hace tres años no sólo se renovó el congreso estatal, también las 38 alcaldías y la gubernatura. 

Pensemos también en esto otro: ahí les va, como recordatorio, lo que cada partido recibió de dinero público para estas desangeladas campañas. Las cifras son millones de pesos: PRI, 54.1; PAN, 47.2; Morena, 23.0; UDC, 14.1; PRD, 12.9; Unidos, Emiliano Zapata y PRC, 3.2 millones cada uno. En el caso del PT, PVEM y MC, cada uno recibió 728 mil pesos. 

¿Desquitan lo caro que nos cuestan? La pandemia ha condicionado casi todos los aspectos de la vida, pero eso no es pretexto para no estar escuchando ideas claras y propuestas de altura. ¿Los debates? Qué va. Con su muy limitado formato (online, acotando temas, participantes y regiones) han pasado totalmente de noche. En fin. Las campañas están entrando a su recta final, ya los partidos habían desilusionado desde el inicio con sus cuestionables designaciones y la mayoría de los candidatos todavía no ven por dónde conectar; a algunos otros eso ni les preocupa. Con tantos asuntos por resolver ojalá que no estemos en el umbral de una legislatura perdida; pero ese riesgo siempre estará latente mientras sigamos aceptando y normalizando la mediocridad de la oferta política.

MANUEL SERRATO

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