La masacre de Santa Clara
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La masacre de Santa Clara
El 7-0 no se borra. Son de esos resultados que se atornillan en la historia. La masacre de Santa Clara abrió una de esas heridas que no cicatrizan jamás. Es un retroceso que vuelve todo al punto de partida. Como siempre.
El futbol mexicano deberá saber convivir con esa tragedia, como lo ha hecho con otras tantas que tiene registradas en épocas de una terrible debilidad competitiva en la órbita internacional.
Hoy, cuando el progreso parecía que era cosa seria de la mano de Osorio, al Tri lo han traicionado algunos de aquellos genes. El cuento de nunca acabar. Otros tiempos, otros actores, otra película, pero el mismo final.
Ya no supone ser sólo una cuestión mental, sino algo más preocupante: el orgullo y la dignidad nunca se negocian, y este equipo se regaló.
La selección entregó su alma por decisión propia.
Inaceptable para un grupo de profesionales que dicen estar a la altura de las grandes citas, quizás, hipnotizados más por los reflectores del negocio que por una realidad deportiva decente e influyente.
El Tri vendió su cuerpo de una manera precaria, barata, para exponerse a una tremenda humillación. Fue un equipo inútil y exageradamente incompetente. No sorprendió tanto el fondo, sino lo que disparó corajes fue la forma en cómo perdió. Su estado vegetativo, sin reacción, sin actitud ni ganas lo orillaron al papelón.
Chile, sencillamente, trituró al 11 que decidió para la ocasión el camaleónico criterio de Osorio. El DT reconoció que cometió errores, pero el equipo, a cambio de maquillarlos, los profundizó.
El colombiano se habrá dado cuenta que su filosofía funciona sólo cuando el contexto favorece y los rivales se lo permiten, pero no cuando sus dirigidos deben responder por sí solos en situaciones complejas.
Aquí es cuando le sale lo verde a México. No es la primera vez que sucumbe ante las mínimas dificultades. Tampoco es la primera vez que se hace chiquito frente a la exigencia competitiva.
Chile le bajó los humos al Tri. Lo minimizó, lo ridiculizó, lo arrastró y lo echó de la Copa América por la solvencia de su futbol. Nada fue casual ni por cuestiones ligadas a una mala noche. Fue un atropello descarado permitido por un México asustado, titubeante, confundido y aturdido.
Osorio cree que su sistema son todos los sistemas. Que el equipo debe manejar la variedad táctica.
Propone versiones más estratégicas que tácticas. Sujeta y ajusta todo a la hechura del rival. La versatilidad es su más alta aspiración y quiere un equipo flexible hasta los límites.
Está bien que el DT busque la perfección de una idea, pero lo malo es implementarlo en un equipo donde los ejecutores, por más obedientes que sean, tienen atributos de corto alcance. Era obvio que, después de tantos cambios, el desplome, en algún momento, tenía que llegar.
La manipulación de Osorio, al final del día, ya se vio que es contraproducente.
Todo va bien mientras los resultados acompañan, pero después de la primera tragedia, llegan los problemas. Ante tantos movimientos, no hay una referencia del plan para regresar atrás y, lo peor, se pierde credibilidad y se destroza la esencia del modelo.
Lo de México ante Chile se volvió caótico cuando debió rescatar el partido. Se cruzaron todos los cables. Nunca supo cómo asumir el protagonismo porque su futbol no tiene base, sino que es más improvisado.
Y esa improvisación se lo tragó a Osorio. ¿Tras semejante paliza cómo hace el entrenador para convencer más de lo que trae para este seleccionado?
El colombiano trajo un plan demasiado ambicioso para un futbolista mexicano cada vez más cerca de ser un rockstar y cada vez más lejos del hambre.