La más razonable de las utopías

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La más razonable de las utopías

Especial
La batalla entre el instinto y la razón ha sido una constante a través de la historia de la especie humana. Utilizo esta frase porque me parece ilustrativa, pero no la expreso con toda convicción, ya que instinto y razón diluyen sus fronteras sin solución de continuidad. 
 
La facultad de pensar nos permite percibirnos y reflexionar sobre nosotros mismos, contemplar nuestros instintos y ponerlos en el tribunal de la razón. Pero no nos engañemos: las más de las veces la razón no sabe que está ejecutando los dictados del instinto. 
 
El pensar es algo inevitable y consustancial a nuestra humanidad, no podemos sustraernos a él, pero sí podemos decidir cómo pensar. 
 
Hace algunos días recordé la última entrevista que ofreció Carl Sagan y la busqué como quien busca las aspirinas mientras lo aqueja un dolor de cabeza.
Mi dolor era más bien existencial, producto de los inconcebibles discursos del fanatismo y la ignorancia que resuenan en México. 
 
El 27 de mayo de 1996, Carl Sagan, en entrevista televisiva, manifestó dos de sus preocupaciones a Charlie Rose. Transcribo para ustedes las sentencias clave de cada una de ellas.
 
1) “...hemos organizado una sociedad basada en ciencia y tecnología y nadie puede entender nada de ciencia y tecnología, y esta mezcla combustible de ignorancia y poder tarde o temprano va a explotar en nuestras narices. ¿Quién está dirigiendo la ciencia y la tecnología sino una democracia que no sabe nada sobre éstas?”
 
2) “Si nosotros no somos capaces de hacer preguntas escépticas para interrogar a aquellos que dicen que algo es verdad, para ser escépticos de aquellos en la autoridad, entonces estamos a merced del próximo charlatán político o religioso que aparezca.”
 
Han pasado veintitrés años desde aquella entrevista... 
 
Así como el pensar es innato e ineludible, el creer en aquello que no tiene fundamento también lo es. Tal vez suena extraño hablar de un instinto de la fe, sin embargo existe, y en cuanto instinto, está generalizado en la especie. Así como estamos dotados de la capacidad de discernimiento, también somos capaces de adherirnos con facilidad a una creencia o ideología. Todos lo hacemos en mayor o menor medida. (Recomiendo la lectura de “The God Insctinct” de Jesse Bering y “The Faith Insctinct” de de Nicholas Wade). 
 
En esta batalla complementaria fe-razón, necesaria y definitiva de nuestra humanidad, ¿cuál es el mejor camino posible?
 
La ciencia no es un conjunto de conocimientos, es un método para descifrar el universo, es una estrategia que nos permite evadir la subjetividad y trascender la opinión, es una manera de pensar. Pero la realidad verificada por la ciencia rara vez se explica de manera simple. La realidad social, por ejemplo, se expresa en términos estadísticos, y estos han de saber interpretarse para no caer en la trampa de ideólogos, políticos o en la nuestra propia.
“Nueve de cada diez pacientes mueren en esta operación. Fallecieron los primeros nueve pero usted es el décimo, así que no tiene nada de que preocuparse.”
 
Es más sencillo creer en una ideología de preceptos básicos que comprender una verdad científica. Si la realidad pocas veces puede explicarse en términos simples y la mayoría prefiere términos simples para fundamentar sus convicciones, de ello se infiere que la mayoría no fundamenta sus convicciones en la realidad.
 
Conseguir una sociedad donde el pensamiento científico esté generalizado y normalizado es idealista y soñador: somos criaturas de fe y creencia. Pero la facultad de pensar nos permite ser conscientes de ello y por eso en nosotros está la decisión de perseguir la más razonable de las utopías.