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La más democrática de las leyes
Parecía que todo marchaba de maravilla, que todo le salía bien. Poseía el boleto ganador de la lotería y él y su equipo cercano se encargaron de gritarlo, de asumirse triunfadores y empezaron a despreciar a quienes no pertenecían a su grupo. Se llenaron de vanidad, se sentían infalibles, genios de la política.
La suya era una carrera meteórica en donde solo subía, ignorando los fundamentales de la física. Su siguiente parada era la gubernatura y sus principales funcionarios se asumían ya como secretarios del gobierno estatal.
Se llenaron de soberbia que suele ser pésima consejera y la inexperiencia política y falsa seguridad de sentirse el elegido, lo llevaron a cometer errores. Una mezcla de arrogancia y actitud compulsiva, rasgos difíciles de eliminar en quien se siente predestinado a la grandeza, surgieron. Su primer error fue intentar reelegirse de nuevo como alcalde, a pesar de que era constitucionalmente imposible. Pero para ellos cualquier aduana era transitable, un mero trámite decían. Eso ocasionó fricciones con otros políticos de su propio partido que tenían aspiraciones de participar, pero que decidieron esperar a que los Tribunales federales tumbaran ese disparate. Cuando sucedió, intentó desesperado imponerle al gobernador a su propio candidato a alcalde. El resultado es conocido por todos.
Luego se inventó una presunta candidatura plurinominal a diputado federal por el PRI lo que lo mantendría en los reflectores. De nuevo se equivocó y se hizo de enemigos muy poderosos.
Después, desesperado por no perder el poder y control de Saltillo, se quiso asumir como el jefe político y de campaña del candidato del PRI a la presidencia municipal y organizó una reunión ex profeso donde se asegura que Chema vivió momentos incómodos, al darse cuenta que el exjoven maravilla intenta seguir gobernando Saltillo. Incluso existen versiones sin confirmar, de que habría ofrecido a sus principales funcionarios la promesa de que repetirían en sus puestos.
Como moderno Ícaro, se elevó a límites prohibidos y sintiéndose capaz de tocar el Sol, olvidó que sus alas habían sido pegadas con cera, que no eran reales y que cuando aumentó la temperatura, la cera se derritió y las plumas se despegaron, cayendo al fondo del mar. La ambición fue su perdición.
El resultado ha sido que ahora, Manolo Jiménez, alcalde de Saltillo, enfrente días difíciles, oscuros. Acostumbrado al reflector y a escuchar que todo lo hace bien, hoy se le nota distante, su rostro desencajado en actos oficiales. Ya no es más la estrella, y ahora ocupa un lugar lejano en la mesa de honor.
Eso lo detectaron sus cercanos y algunos de ellos, funcionarios menores y los regidores de su grupo político a la que llamaron “Fuerza M”, buscan refugio en otros proyectos políticos. Otros más, empezaron a desmarcarse y su círculo más cercano como es el caso del secretario del ayuntamiento Carlos Robles y Andrés Garza, director de desarrollo urbano, se dice buscan acercarse a los políticos del futuro que diseña Riquelme. El más cuestionado como es Andrés Garza Martínez, busca desesperado cualquier tipo de ayuda con el riquelmismo para poder aparecer en la planilla del candidato a alcalde. Quizás desconoce que en una reunión de José María Fraustro Siller con un grupo de empresarios de Saltillo, se quejaron de él hasta el cansancio y revelaron su presunta participación en actos indebidos que podrían acarrearle responsabilidades y de plano pidieron al candidato su salida del cargo.
Estamos probablemente ante lo que dicen los expertos de la vida pública: Que un líder lleno de soberbia, siempre estará en enemistad con otras personas y no puede ser una figura unificadora. Que en Coahuila, ahora más que nunca se requiere de capacidad de curar y humildad y que la soberbia en cambio, es vengativa y carga siempre su lista de agravios y enemigos. Aun así, no podemos negar que Manolo sigue en la carrera por la gubernatura de Coahuila, pero ya no en el primero o segundo sitio, está formado esperando lo que decida su jefe político. Y quién sabe, quizás para pero solo quizás para Manolo Jiménez esta sea la oportunidad de entender, más a fuerza que con gusto, a la más democrática de las leyes… la Ley de la gravedad.