La mariguana a debate
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La mariguana a debate
Todavía escribía en el periódico Palabra, de esto ya pasaron varios años, cuando publiqué un artículo favorable a la legalización de las drogas (así, en general). Adelanto un dato importante: nunca me he drogado, ni siquiera he dado un toque a un carrujo de mariguana. En ese tiempo estaba en su apogeo el secuestro, las matanzas, las balaceras en pleno centro de Saltillo. Si eso pasaba en Saltillo imagínese (si tiene memoria lo recordará) lo que sucedía en Torreón, Piedras Negras, Laredo, Monterrey y otras poblaciones fronterizas.
Mi alegato no iba, por evidente lo aclaro, a apoyar a los narcotraficantes ni a nuestros gobernantes del momento. Casualmente tuve relación con varias personas que, sin conocerse de antemano, la vida los había unido en un proyecto de lucha.
Cada uno de ellos tenía en su propia familia un muerto, un secuestrado, un desaparecido. Siendo (al menos los que entrevisté) muy conservadores, parecía insospechable creer que lo que proponían era lo que toda su vida habían pensado. Todo lo contrario. Me explico: su idea fue siempre de rechazo a las drogas y creían que los drogadictos eran enfermos o gente mala. Compartían (al menos en esos momentos) una visión muy timorata y quizás moralista del asunto. Pero la pérdida de un hijo, el pago de enormes cantidades de dinero a los narcos y otras experiencias parecidas los unió y les liberó la conciencia.
Estudiaron la experiencia de Portugal y vieron que allá habían liberalizado la mariguana y casi de inmediato bajó el consumo de otras drogas.
Todavía no existían los cambios en el Uruguay porque Pepe Mujica no había llegado al poder presidencial.
En cuanto a nosotros, lo que acordaron los ministros de la Suprema Corte es proverbial y nos obligará a pensar en muchas cosas. No somos Uruguay: éste es un pequeñísimo País, alejado de los Estados Unidos y de Colombia, con un nivel educativo muy superior al mexicano (es el más lector de América: se dice que en los primeros lugares están Estados Unidos y Cuba pero hay que preguntarse qué leen en ambos países: libros de vaqueros y eróticos en el primero y lo que permite el régimen en el segundo; hasta hace muy poco estaba prohibido leer en Cuba a los cubanos Reynaldo Arenas y Cabrera Infante). La Suprema Corte dio un fallo increíble, inesperado, que tiene un significado profundo y de consecuencias que ahora no podemos imaginar. El debate debe ir para largo, sin precipitarnos.
Lo que me parece pavoroso es que el País al que hemos protegido desde hace 70 años sea el primero que nos ha dado la espalda en el asunto. Estados Unidos empezó a permitir el uso y venta de la mariguana y, por tanto, la siembra y comercialización. Esto es indignante. Todos nuestros muertos, los 100 mil que se enuncian, se los debemos a los gringos. Ellos son los drogadictos y nosotros sus guardianes.
Policía, ejército, marina… todos a cuidar que no pase droga para los vecinos. Ellos siguen distribuyendo la droga a lo largo y ancho de su país. No existe lugar en el que no se pueda adquirir cocaína u otros estupefacientes. Es lo que han hecho siempre con nosotros: usarnos.
Entre las reflexiones habrá que estudiar lo que realmente significa fumar mariguana. De que es una droga nadie lo duda. Pero déjeme preguntarle: ¿se ha drogado usted alguna vez? Si responde que no le diré que miente. Imagino que me está leyendo con un buen café y, quizás, un cigarrillo: esas dos drogas son legales y son drogas. Por la tarde verá los deportes en la televisión con una cerveza o una cuba en la mano y unos churrumais enfrente: se va a drogar.
Confieso que estoy en contra de las drogas pero estoy más en contra de los americanos que se drogan y que envían armas a los narcotraficantes para matar mexicanos.
Edgardo Buscaglia, especialista en temas de seguridad nacional, dijo en televisión que para el tráfico de drogas se necesitaban cuatro colaboradores: los narcos, los gobernantes, los empresarios y los banqueros.
Según él, sin éstos, sería impensable lo que sucede en México. No soy nadie, pero le encuentro a Buscaglia una falta: tampoco se daría sin los drogadictos de Estados Unidos.