La Madriguera de Carroll

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La Madriguera de Carroll

Nuestro colaborador escribe sobre los entre telones del libro Alicia en el País de las Maravillas

Alicia, para tí este cuento infantil. 
Ponlo con tu mano pequeña y amable 
donde descansan los cuentos infantiles, 
entrelazados, como las flores ya marchitas 
en la guirnalda de la Memoria. 
Es la ofrenda de un peregrino 
que las recogió en países lejanos.
Lewis Carroll

El escritor y matemático Lewis Carroll era un buen aficionado a la fotografía. Su especialidad fueron los niños; mejor dicho, las niñas. Solía invitar a sus “amiguitas” a tomar el té en su casa de soltero y disfrazarlas de princesas árabes, odaliscas o pastorcitas idílicas para fotografiarlas. Guardaba en un baúl muchos disfraces con el fin de que sus modelos infantiles escogieran el que más fuese de su gusto.

Muchas de esas fotografías existen y son ahora un pequeño tesoro no sólo estético sino también documental. Dada su afición por las niñas y por su necesidad de fotografiarlas, muchos estudiosos se han preguntado si Lewis Carroll era un pedófilo. Tengo entendido que, hasta ahora, el asunto no ha sido esclarecido, aunque muchas de esas fotografías que hoy podemos encontrar fácilmente en Vla Internet nos lo hacen ver como un adorador, si no de las niñas, sí de la infancia, esa época para muchos luminosa de la vida.

Carroll era tartamudo y tímido, pero siempre encontraba la manera de entablar amistad con las hijas pequeñas de sus amigos o compañeros de trabajo. La pequeña –mientras lo fue- Alice Liddell (1852-1934) es el ejemplo más importante y trascendental para Carroll y para nosotros, sus admiradores. ¿Por qué? Porque gracias a ella tenemos esas obras maestras de la literatura fantástica –e iniciática- que son “Alice's Adventures in Wonderland”, (“Alicia en el País de las Maravillas”), de 1865, y “Through the Looking-Glass, and what Alice found there”, (“Alicia a través del Espejo y lo que ahí encontró”), de 1872, que fueron inspiradas por ella y escritas e ilustradas por el propio autor para esta linda niña.

 

Como diácono y maestro universitario, nuestro autor debió ser muy discreto con su vida privada, sus aficiones y sus amistades. No hay que olvidar que él era, como tantos, un súbdito más de la reina Victoria, esa señora convertida con los años en una gorda imperial y pedante que, aunque en su momento se enteró de la tragedia de Oscar Wilde, no movió uno solo de sus hinchados dedos para impedir ni su condena ni su estrepitosa y virtual “caída”, aunque sí impuso su poder para mantener sojuzgadas todas sus colonias.

Sin embargo y gracias a esas grietas que siempre terminan por abrirse en las sociedades fanáticas y puritanas, en la Inglaterra anterior al advenimiento de The Beatles podían suceder cosas que ahora parecerían imposibles. Una de las fotografías que Carroll hizo de Alice Liddell, por ejemplo (imagen principal), la muestra de cuerpo entero, apoyada sobre una pared de piedra húmeda y rugosa, ataviada con un vestido de pastorcita y viendo casi desafiante hacia la lente de la cámara. Su mirada es directa y diría que un tanto sensual; su infantil sensualidad se ve acentuada por la breve desnudez de sus hombros y un “descuidado” escote que nos hace ver una pequeña parte de su pecho asexuado.

Recuerdo aquí uno de los más enigmáticos y penetrantes epigramas de Wilde: “Nada más perverso que la inocencia…”. ¿La mirada y la actitud corporal de la tierna y seductora Alice son inocentes o ella era consciente de lo que, a su edad, provocaba en el tartamudo señor Charles Lutwidge Dodgdon, amigo y colega de su padre? ¿La lente y la cámara de Carroll no temblaron de zozobra y de anhelos indecibles al hacer esta y otras fotografías de su idolatrada Alice Liddell?

Sea como haya sido, este diácono anglicano, experto en lógica y en matemáticas, eyaculó su eros fantasioso –y su otra fantasía- sobre las páginas de un cuaderno donde escribió “Alicia en el país de las Maravillas”, lo ilustró, lo encuadernó y lo regaló a la niña. Desde entonces, este relato y su sucesor se han convertido en obras sumamente populares, pero también en obras de culto.

Por cierto, la literatura posterior debe mucho al estilo narrativo y lírico de estas narraciones y casi nada a su obra de índole matemática y lógica, como “El Juego de la Lógica”, de 1876. Se han hecho de ellas versiones teatrales, cinematográficas y hasta operísticas, como la compuesta por los mexicanos Federico Ibarra (música) y José Ramón Enríquez (libreto), en el 2007. Pero ni la edulcorada versión de Walt Disney (1951), ni las dos partes extraordinariamente realizadas en los años 2010 y 2016, por Tim Burton y por James Bobin, respectivamente alcanzan a sus fuentes, como suele ocurrir con las adaptaciones.

Para quien esto escribe, “Alicia” y Alicia han sido siempre uno de los más entrañables emblemas y códigos de entendimiento que pueda conocer. Los juegos de palabras, los mundos y tiempos paralelos, los extraños hechos narrados con la naturalidad de un “realismo cotidiano”, los actos simbólicos, los personajes alegóricos de naturaleza onírica, las frases cifradas pero hilarantes que se dicen a lo largo de ambos libros: todo parece perfectamente calculado pero esplendorosamente inventado; esplendorosa y misteriosamente imaginado, desde esa “dármica” precipitación de Alicia en la madriguera del Conejo Blanco hasta la lluvia de naipes que caen sobre ella hacia el final de la primera parte, durante ese “juicio kafkiano” al que la confundida niña es sometida en ese tribunal estrafalario y desternillante, casi surrealista, diría yo.

He querido hablar un poco de esto porque mi amiga, la poeta Eugenia Soria, me recordó que hace unas semanas se conmemoraron los días del nacimiento (enero 27 de 1832) y de la muerte (enero 14 de 1898) de este “gran mago y maestro de las letras inglesas”, como en lengua francesa diría Charles Baudelaire de Théophile Gautier, guardando las diferencias
.  
El dato:
> El libro fue publicado el 26 de noviembre de 1865.
> Charles Lutwidge Dodgson es el nombre real del autor, Lewis Carroll es un seudónimo.
> El cuento está lleno de alusiones satíricas a los amigos de  Dodgson, la educación inglesa y temas políticos de la época.
> Sólo se conservan 23 copias de la primera edición , de las cuales 17 pertenecen a distintas bibliotecas, y las restantes están en manos privadas.