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La luz de Hiroshima

Me llené de entusiasmo cuando conseguí unos boletos para un concierto para la Sinfónica de Boston. La obra que tocaron fue la Sinfonía # 5 “Hisoshima. Salí muy frustrado. Nunca la entendí, era una obra hipermoderna. En vano buscaba yo una melodía que condujera el hilo al estilo de Beethoven, Mozart, Tchaikovsky y demás románticos que atrapan e hipnotizan al oyente. Nada, solo escuché sonidos sin ritmo común, estridencias solitarias, cellos que nunca se callaban y repetían su mundo fúnebre. Me salí con una frase que me repicaba interiormente: “No entendí nada” … más bien debí haber dicho “no encontré lo que buscaba.

Así es Hisoshima a 57 años de su destrucción masiva, humana, inocente, total todavía sigue sin entenderse. Para entender su fenómeno no basta encontrar respuesta a la pregunta (simple e ingenua) ¿Por qué lanzaron una bomba tan absolutamente criminal sobre una población de millones y milenaria de gente inocente? La respuesta es tan miope como simple: “para ganar la guerra” o sea la trágica justificación de “el fin justifica los medios”.

Y esa respuesta y esa metodología y ese genocidio se repite década tras década, país tras país. ¿Por qué se tortura, por qué se desaparece a la gente, por qué los secuestros, por qué se violan a las mujeres y a las prostitutas, por qué se golpean a los hijos…? Para construir la paz (mediante el crimen), para mantener la seguridad (mediante la injusticia). 

La bomba atómica de Hiroshima y Nagasaki fue un medio injusto contra millones de japoneses civiles no para conseguir la paz sino para ganar la guerra. Una guerra que continuó en Corea y luego en Vietnam y luego en Iraq y luego en Israel-Palestina-Egipto-Líbano… Yugoeslavia y ahora en Siria. 

Una guerra perpetua que es hermana gemela de la historia humana y que no terminará mientras se le considere un “medio justo” para conseguir un fin aparentemente justo: los ganadores siempre se convierten en los explotadores, los colonizadores, los campeones y los héroes.

Uno de los testigos de la explosión de la bomba atómica de Hiroshima fue el sacerdote Pedro Arrupe. Él narra el acontecimiento con todos los detalles humanos de las víctimas inocentes … se convirtió de nuevo y a un nuevo cristianismo, descubrió entre tanta sangre, cadáveres y víctimas que el camino de la paz no era ni las guerras ni las bombas… ni el cultivo de los ricos.

En 1963 fue elegido General de la Compañía de Jesús que el camino de la paz era exigir y construir la jusricia principalmente de los más pobres. Consecuencia de ello el famoso Instituto Patria de México que educaba a toda la élite de la capital cerró sus puertas porque como me lo dijo coloquialmente un jesuita de ese tiempo: “No hice voto de pobreza para cuidar a los ricos”.

Hiroshima produjo otra vía para construir la paz: el diálogo y la atención a la justicia de los pobres. 

Hoy estoy escuchando de nuevo la Sinfonía Hiroshima, sigo sin entenderla, pero comprendo el mensaje de la confusión que es la guerra y sus caminos. Sin embargo, en el fondo musical aparece el Papa Francisco que igual que su maestro el padre Arrupe sigue luchando con el diálogo y la defensa de la justicia de los pobres para conseguir la paz permanente.

El hongo criminal de Hiroshima nos descubre el verdadero camino para construir la paz.

Pd: Le recomiendo “Yo Viví la Bomba Atómica”, del padre Pedro Arrupe.