La luna de miel es ciega
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La luna de miel es ciega
La esposa de don Languidio Pitocáido, señor de edad madura, le dijo a su vecina en tono de queja: “Hace dos semanas que mi marido no me toca”. Opinó la vecina: “Dos semanas no es mucho”. Precisó la señora: “Dos semanas santas”… Declaró don Astasio: “Las minorías merecen respeto”. “Qué bueno que pienses eso –se alegró su esposa Facilisa–, porque leí que el 92 por ciento de las mujeres de mi edad les son fieles a sus maridos, y yo estoy en la minoría”… Susiflor le contó a Rosibel, su compañera de cuarto: “Anoche salí con Lovigildo. Al principio se portó como un caballero, pero luego estuvo maravilloso”… Mi abuela Liberata –mamá Lata– era mujer sabia. Carecía de saber, pero era dueña de sabiduría. El saber se adquiere en libros; la sabiduría sólo la dan los años bien vividos. A sus hijos en trance de buscar esposa les decía: “Hijos: la mujer por lo que valga, no por la nalga”. Y les aconsejaba: “Búsquense una muchacha de buen fondo”. Mi tío Rubén, quien sería padre del inolvidable Profesor Jirafales, objetaba: “Pero, mamá: el fondo ¿quién se los ve?”. (Esa prenda, el fondo, en otros lugares es refajo y en el sureste se llama fustán). A sus hijas en edad de merecer mamá Lata les recomendaba: “Antes de casarse abran muy bien los ojos. Después ciérrenlos un poquito”. Pues bien: pienso que en el matrimonio entre los empresarios y López Obrador los señores de la iniciativa privada están cerrando los ojos un poquito. Alfonso Romo, quien fungió de cupido en esa unión que se antoja un tanto morganática –vale decir irregular–, ha dicho que la luna de miel había entre los señores del capital y el Presidente electo, se ha convertido ahora en matrimonio con todas las de la ley. Creo que el tal casorio no dejará contentos ni a los partidarios de la libre empresa, que verán en ese acercamiento con AMLO un peligroso abandono de la actitud crítica y vigilante que los empresarios deben tener como personas libres, sin ataduras con el poder estatal, y tampoco satisfará a los izquierdistas, que percibirán en la melosa relación entre el representante de los pobres y los señores del dinero una claudicación por parte de su adalid de los principios del intervencionismo estatal que ha postulado. Desde luego es deseable una buena relación entre el empresariado y el gobierno, pero esa relación debe servir para que los empresarios, en vez de cerrar los ojos, ayuden a que los abra López Obrador, y lo orienten con todo el herramental técnico de que disponen en asuntos que no parecen ir bien encaminados, como ése de someter a consulta popular lo del nuevo aeropuerto de la Ciudad de México, cuestión de altísima complejidad que no puede ser resuelta por votación de pueblo, o lo del Tren Maya, que más que un proyecto viable y bien planeado parece una ocurrencia más del tabasqueño. Yo tengo para mí que el matrimonio entre los empresarios y AMLO acabará en divorcio, pero no adelanto vísperas ni quiero presagiar catástrofes, antes bien deseo vivamente equivocarme, y que tanto los señores de la iniciativa privada como el nuevo Presidente trabajen juntos y en armonía por el bien de México… Don Arsilio sorprendió a su sacristán Cerelio sustrayendo el dinero de la limosna. “¡Bribón! –le reclamó enojado–. ¿Cómo te atreves a robarle su dinero al Señor?”. “No se lo estaba robando, señor cura –contestó el rapavelas–. Como soy tan viejo pensé en llevárselo personalmente”… El joven esposo le estaba haciendo el amor a su mujercita. En el deliquio de la sensual pasión le dijo en arrebato erótico: “¡Mi amor! ¡En estos momentos no me cambiaría ni por Luis Miguel!”. “¡Ay! –respondió ella–. ¡Qué malo eres!”… FIN.